Lecturas Inactuales II: Cuentos Paliativos
Luis Arturo Hernández
Título: Tinieblas para mirar. Autor:Tomás Eloy Martínez. Madrid, Alfaguara, 2014. 168 Páginas. 16,99€
“Ciertas luchas son sagradas para las personas de bien: las luchas contra la opresión, la tortura, la miseria, la censura, el crimen, los abusos físicos o morales. A nadie se le ha ocurrido luchar, además, para que cada ser humano viva en calma su propia muerte.” Lo sentencia el narrador de “Mary Anne Jacus”, relato de Tomás Eloy Martínez incluido en Tinieblas para mirar. Así, “Cuando Mary Anne me dijo que ése era el sentido de morir con los ojos abiertos, lo entendí. Su idea era reclamar el más inquebrantable de todos los derechos: aquel que un ser humano tiene a conocer la suprema experiencia”, concluye.
Y si abrimos esta aproximación a la recopilación de cuentos escritos durante más de medio siglo por el argentino Tomás Eloy Martínez es precisamente por antojársenos ése el motivo recurrente de una heterogénea serie de relatos aparecidos en diarios y revistas o inéditos, recuperados por su hijo Ezequiel Martínez y ordenados por la ed. Alfaguara.
Y los dos cabos de ese hilo conductor, se nos antojan, por fas o por nefas, el ya citado “Mary Anne Jacus”, tratadillo narrativo sobre el arte de bien morir del ser ético, natural, y “La estrategia del general”, que se anticipa tácticamente a la inmortalidad, al igual que lo hará, desde la fe religiosa en el milagro la Virgen, el visionario “Bazán” —tema, este de la superchería, que tiene su versión incruenta en “Habla la Rubia”— o el sobrevenido peronista identificado en “Tinieblas para mirar” con el espíritu de (Santa) Evita —santa patrona de la obra que iniciará la tanatología argentina del necrófilo T. E. Martínez—.
Aunque algunos de estos cuentos paliativos, o cuentos para bien morir —valdrá decir “divinos de la muerte”—, alcanzan su clímax precisamente en la muerte, como ocurre en “Vida de genio” o en el pastiche sobre Carroll y sus “nínfulas” que lleva por título “El Reverendo y las corrientes de aire”; y en otros, en la indefinición del limbo —así la muerte del abuelo en “La inundación”, el satírico “Purgatorio” andorrano en el cuento de ese título o la desaparición del hermano con la predisposición a morir del narrador en “Exilio”: “cuando yo también empecé a tener las primeras ilusiones de morirme”—, hay
un lugar —Lugar común la muerte, es el título de su primer libro de relatos—, que sitúa al personaje, ya sea en el presente fuera del tiempo —“Historia de la mujer que baila sin moverse”— ya en el pasado del recuerdo —“Colimba”—, en un espacio que, en contra de la relatividad —¿el espacio-tiempo?—, pretende alcanzar la “utopía” y prescinde del tiempo, haciendo del cuerpo su “Lugar”, como en ese verbalista y metafísico “Confín”.