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ISSN 1989-4163

NUMERO 67 - NOVIEMBRE 2015

Poison

Javier Neila

 

Estamos saliendo del hotel Intercontinental. Aunque hace un sol espléndido ya empieza a helar. Me subo el cuello del abrigo y Janica me dedica una mirada cómplice con guiño incluido, mientras se monta en el taxi. Tiene la nariz y los pómulos rosados; el gorro blanco de nutria siberiana realza su pelo castaño claro y sus intensos ojos, tan verdes como azules. La sorprendo mirándome con las pupilas brillantes y dilatadas, furtivamente, tras el marco de la ventanilla empañada del coche. Al portero le arranca una sonrisa mi billete de 50 zlotych, y nos despide con saludo casi militar, tras haber metido la maleta en el impecable Mercedes negro de los sesenta.

El mastodóntico Palacio de la Cultura y la Ciencia se yergue frente a nosotros, gris, frio, impersonal, último vestigio de la época comunista. Le indico al taxista que nos lleve a la Dworzec Warszawa Centralna. El tren de Janica hacia Siedlce, saldrá en menos de media hora. Vamos sobrados de tiempo, pero no podemos correr el riesgo de perderlo. Por la Emilii Plater no tardaremos más de 6 minutos, por mucho tráfico que haya. Suena Spandau Ballet en la radio. Un acto de valentía por parte de la emisora. El taxista tararea “True” mientras cruzamos las calles atestadas de gente. La Navidad está encima y empiezan a verse algunas tendencias occidentales en la decoración. Janica se acerca y se acurruca junto a mí, dejando dos tercios del asiento de atrás vacíos. “Mark, creo que podría acostumbrarme a ésta vida” me susurra mientras se le escapa un suspiro. La beso sin convicción. Miro el tráfico por la ventanilla, absorto, y acaricio su pelo. Aun tras la ducha, su cuello rezuma “Le poison” de Dior; se lo le regalé justo anoche. Aquí no llegan estas cosas y se volvió loca al ver el destello amatista del frasco escondido en la cubitera del vino. Su mezcla de Jazmines, cilantro, canela y miel lo hacen especialmente provocador. “Le parfum est le poison du coeur” que diría Paul Valéry.

Bajamos las escaleras de la Estación Central en silencio. El amargo sabor del doble expreso sin azúcar aún resiste en mi boca. Nos perdemos entre la multitud. El tren espera al final del andén número tres. Una pareja de la “Milicja Obywatelska” parece prestarnos atención, pero tras mirar a Janica descaradamente de arriba abajo, pierden el interés. Llegamos a las vías y compruebo su billete, acompañándola hasta el vagón. En la escalerilla hay un amago de beso que pierde el paso. La prudencia manda. Todo se queda en una punzada en la mirada, un pequeño arqueo de la cabeza y una leve sonrisa hija de la frustración. Unos segundos después ya es tarde, y aparece al otro lado de la gran ventana. Esta tan cerca del cristal que sus labios desaparecen tras el vaho. Lo limpia con la manga y sonríe. Tiene la sonrisa más hermosa que jamás he visto. Apoya la mano abierta en el cristal, pidiendo la mía. Permanezco inmóvil, con las manos en los bolsillos del abrigo. El tren, como en cámara lenta, empieza a alejarse hasta que desaparece de mi vista y pasa a ser un recuerdo que debo olvidar.

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Un Polonez deportivo del 78 color naranja espera entre las sombras, sin luces y con el motor encendido. En su interior dos agentes de la KGB con prismáticos observan las ventanas y el portal de un bloque de vecinos. Se sabe que hoy un físico polaco, va a pasar información a los americanos.

-El traidor va a salir…No…Espera…su mujer también ha bajado y aún está en la puerta.
Un hombrecillo de gafas y aspecto torpe sale del portal. Lleva una parka verde y una gran bufanda gris. Besa a una mujer en la mejilla, mira para ambos lados y saca del rellano una pequeña maleta de viaje y un maletín porta documentos. Un Fiat 125 azul con tres ocupantes le hace señas con las luces y se dirige hacia su encuentro. Es entonces cuando la mujer cierra la puerta. En ese momento, del coche naranja se baja uno de los agentes, que tras subirse el cuello del abrigo se dirige a paso decidido hacia el portal; mientras, su compañero ha acelerado cruzándose delante del Fiat, interceptándole la trayectoria. El que va a pie saca de su abrigo una pequeña Makarov con silenciador y sin mediar palabra dispara dos veces sobre el pecho del hombre del portal. Puede ver su cara de terror mientras sale despedido hacia atrás, soltando el equipaje y desplomándose con los brazos extendidos en cruz. Para entonces el otro agente, desde su asiento del conductor, ya ha vaciado el cargador de su pequeño subfusil sobre los ocupantes del otro coche, sin darles la más mínima oportunidad. En cinco segundos cuatro hombres yacen muertos sin apenas haberse dado cuenta.

El agente, con la pistola aún humeante, se acerca al cadáver. Pisa las gafas redondas que crujen sobre el charco de sangre. Recoge el maletín y se incorpora. De pronto la puerta se abre e instintivamente apunta a la cara de la silueta que aparece en el quicio.

El gesto de Janica al ver la situación es indescriptible. Aún en la penumbra reconoce perfectamente al asesino de su marido. Su rictus de dolor hace que su cara se desfigure aún más bajo la luz cenital de la lucerna de la escalera. Apenas le sale la voz del cuerpo.

-¿Mark?

No hay tiempo para más, y dispara.

Los dos miembros de la KGB se alejan en el coche con el maletín del científico. Uno de ellos no deja de hablar eufóricamente de la operación, de la patria y de sus héroes. Y de las medallas que les van a conceder.

El otro simplemente calla.

 

Poison

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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