Un Bicho, dos Bichos, tres Bichos
Rosa Mª Ortega
Te fuiste al dentista, pasaste por delante de dos bolsas de basura, y ni caso. Que las recoja otro. Eso, esta mañana, en un whatsApp, a las 06:45h. Domingo.
Dentista. Basura. Otro. Tres palabras. Y no lo pillas. Un soufflé de agravio tempranero que no sabes de dónde viene, pero ha venido. Y cuando estás abriendo un ojo con prestidigitación retiniana, te llega el segundo: ¡¡Nenaaaaaa!! Tú ni caso, que no es para ti, que me he equivocado de chat. Era para Jose, el hijo de Pepe, que es un vago. Jose es su hijastro. Pepe es su marido. Ella es una colega del trabajo. Menos mal , porque a punto estaba de decirte que luego saco la basura. Te he visto tan revenía... Ay, qué guasa tienes, jodía – me dice. No, no. Guasa la tuya, guapa. Que están las calles sin poner. Asómate. ¿No hay otra hora para decirle al zagal que saque la basura? No sé, ¿a las diez de la noche, un poner? ¿Qué años tiene? Veintidós – me dice. ¡Cojones! Pues ya tiene bíceps para una bolsa en cada mano, la criatura, que aún no está en edad de hernia inguinal. Ya – me dice - si es que tengo que estar bregando siempre con él, que es una entropía. Entro¿¿qué?? – pregunto. Entropía – me dice. ¡¿Qué es eso!? Un desastre. Lo he leído en algún sitio. – y sigue – Angelico, en el fondo me da pena, se lo tengo que explicar todo sinóptico. ¿¿Sinóptico?? ¿También lo has leído? Y ella: No, no. Se lo he oído decir a un presentador de la tele. Pero no sé lo que es. Y ahí ya me deja dormir. En mi camita. A gusto. Como un cochino en su charca.
Dos horas después ya estoy en pie, con mente cochina, el desayuno en ciernes, mirando el frontispicio de un libro que voy a empezar a leer. Y otra vez el whatsApp: ¡Qué pasa, compañera! Oye, perdona lo de antes. Y me quedo absorta en la foto: el hocico de un gorrino. ¿Te has puesto un cerdo en la foto de perfil? – le digo. Anda ya, es mi perro. – me dice. Pues parece un cerdo. Y entonces me acuerdo de George Clooney. Porque George Clooney salía a la calle con un cerdo. Max. Se lo regaló a la que entonces era su novia, Kelly Preston, que ahora es la señora de John Travolta. Y cuando rompieron, ella le dijo que el cerdo para él, que ella ya tenía cubiertas todas sus necesidades porcinas. Y el cerdo Max pasó 18 años al lado de George Clooney como su más fiel aliado y mascosa sin igual. Hasta que murió (el Clooney, no, ¿eh? ¡Ese está ahí, haciendo películas, hombre! El marrano, digo). Era un cerdo vietnamita de 130 quilos con artritis y ceguera parcial. Y le llegó su hora. Con la más profunda de las tristezas por parte de su amo y muy señor suyo. Te digo una cosa: hay que tener mucha munificencia con el reino animal para adorar a un cochino y sacarlo a la calle por las mañanas a pasear y que haga sus cosas. Pero, sobre todo, hay que tener unos huevos como piñacas tropicales de gordas para regalarle a tu chica un cochino y esperar que siga a tu lado de la cama por mucho tiempo más en adelante. Hasta que el tufo os separe. De todas formas, sólo un tipo como George Clooney puede tener un cerdo de mascota y no parecer gilipollas. Sobre todo, después de haber hecho aquella película en la que miraba fijamente a las cabras, con Ewan McGregor, Kevin Spacey y Jeff Bridges. Cuánto actor soberbio haciendo el ciruelo. Se lo debieron pasar de fábula, de verdad te lo digo. Y eso es lo de menos, porque luego va el tío y se ducha (después de ir de paseo con el marrano), se afeita, se enfunda un Gucci y se toma un Nespresso con cualquier tía buena que se deje atufar por Max a posteriori. Bueno, ya no, que se ha muerto, el cerdo. Aunque dudo yo que haya pasado a mejor vida que la que le daba George, repleta de ampuloso cariño. Francamente, nunca he terminado de comprender muy bien a la gente que demuestra un afecto desmesurado por cualquier animalejo. Pero no voy a entrar en ese tema porque me pueden llover hondonadas de hostias, lo sé (aunque no por ello dejaría de pensar rotundamente lo mismo). Si acaso, el caballo. Ese, al menos, tiene porte y elegancia. Pero también despista. Una vez vino un señor a urgencias, cuando yo trabajada en aquel hospital requetechulo con médicos y enfermeras de postín, y le atendió mi compañera. Le preguntó: ¿Qué le pasa? Y el señor dijo: Que se me cae el cabello. Y ella entendió me he caído del caballo. Y le preguntó al tipo: ¿Y qué se ha hecho? Y él: Si yo no me he hecho nada. Ah, ¿no? ¿Pero no se ha caído del caballo? Por eso te digo que hablar de animales no es, digamos, un tema de palique demasiado turgente. Excepto si eres un enano mocoso al que se la suda, e incluso le entusiasma decir en alto nombres de animales del planeta Disney, como Mickey, Minnie, Donald, Daisy o Pluto. En mi familia hay una peque de dos años y medio y mi padre le ha enseñado a llamar Puto a Pluto. Así es que se ha convertido en una niña políglota y sensacional que va diciéndole a todo el mundo perro Puto , y se descojona sola. Luego están las ranas, y con esto cierro el círculo, porque veo que son más de las pardiez, y este mes, con el cambio horario, no me ubico yo en el espacio-tiempo, y estoy que me va a dar un mareo. Total, que subimos al principio, por donde hemos empezado. 06:45h. Lunes (con la tontería, me he pasado el Pluto domingo escribiendo la marmotada esta, ¿te lo puedes creer?). WhatsApp al canto: Vamos a jugar a un juego. Si participas y respondes la opción incorrecta, tendrás que poner durante 24 horas la foto de la rana con gafas de sol que te envío en un plis. Dentro de poco, todos tus contactos de whatsApp tendrán la misma foto de perfil, verás qué divertido. Ya te digo. Un festival en Divertilandia. La gente va a salir a la calle a celebrarlo con cava y unas ancas de rana a la plancha, no te jode... Cuánto tiempo libre y cómo deliran las cabezas. Y cuando estoy abriendo un ojo con prestidigitación retiniana, veo el perfil de mi ex, Manolo, con la puta rana de los huevos. Y muy pronto, unos veinte de mis 177 contactos, ya son verdes. O cetrinos.
Me ducho, me visto, desayuno y me voy a trabajar. Al Zoo. Allí les echo de comer aparte.