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ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

Salió en la Alborada

Ramón Asquerino

 

Exiit diluculo

(Pastorela goliárdica en la ciudad)

El cielo, en su costumbre, lejano: Jesús Carrasco: Intemperie

Apud José Carlos Menéndez por sus desvelos mecum

***

Salió en la alborada cerca de las siete, entonces,

acerca de la apertura del alba, deletreaba llaves azules, pávidas,

acerca la mirada y entabla un pulso de espejos

cuyo laberinto -cárcel en dos mitades, Minotauro

perdido y sin cielo, negro toro de luto-

esconde aquel beso de lejos en la solapa,

prendido en íntima cicatriz de aliento, con truco,

anagnórisis la baja comisura ajena de tus muslos,

al filo, frontera la filis fina de tu falda.

Salió en la alborada en un juego de manos de palabras.

 

 

Ojos como Narciso ante el tirante de sus hombros,

por el pecho anida la húmeda gruta de Eco

y el silencio aúlla marcas de agua desgranadas

tras el aire insomne de las caléndulas.

Te asomas, rojo -brota un ciclamen tímido-,

como el vaho perdido al vértigo de las hojas,

un cristal sin piel, en rama, y dibujado a gritos.

 

Herido tan despacio con su voz lenta

porque se ha fugado el olor inmanente

adherido a su cuerpo sin fronteras,

pámpanos los límites del costado inaccesibles,

atravesado por una furia de leones,

devorada, desierta la duna hollada de los besos

-el Bautista, sediento solitario en sí mismo -,

su morada: el séptimo día del descanso tibio.

El cielo, en su costumbre, lejano.

 

Clara, vespertina de espacios, seguro azahar,

no se fija ni en su voz, ni por sus medias rectas,

ni contra sus párpados azules bajo las uñas,

ni entre ese sinfín de la boca acallando labio,

ni tras el transparente espacio del capítulo,

aquel que se lee bajo una ladera de recuerdos

al abismo del pecho, despeñada la despechada noche:

oscuro rumor a licra de formas y miradas.

 

Salió en la alborada a un minuto del deseo,

y en tanto continúa su talle desnudando

todas las noches anudadas, entalladas, ajustadas,

intemperie carmín al lado de las orillas del cuerpo

conducido al impuro trasluz bajo el manzano,

hiedra de venas, desde las zarzas de tu pelo,

génito testigo de pálidos sabores, salió en la alborada.

 

 

 

 

Salió la alborada

 

 

 

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