Bolas de Papel de Plata
Joaquín Lloréns
Autora: Ángela Mallén. Ediciones Menhir. 2014. 136 páginas. 12'80 €
Ángela Mallén –Vitoria- acaba de publicar un libro de relatos breves. Son 63 relatos en menos de 120 páginas que demuestran, no sólo la perspicaz observación de Mallén sobre el mundo que transita por su lado, sino su maestría literaria a la hora de plasmar esas pinceladas de realidad, de imaginación o de metáfora, al papel. Como ella misma afirma, “son pequeños cuentos que proceden de pequeños impactos sobre la percepción y sobre la emoción.” Las breves historias recorren un amplio abanico de temática y enfoque que logran ir atrapando la atención, la reflexión y la admiración del lector hasta conseguir que uno lamente llegar al final del libro y no poder seguir disfrutando de nuevas percepciones de Mallén. Su temática es variada y la redacción atinada e incisiva. En algunos de los relatos uno percibe la sombra del mejor Cortázar bajo la pluma de esta vitoriana. La heterogeneidad de los temas y enfoques no permite distinguir un claro leit motiv subyacente aunque sí que se perciben algunas circunstancias que le interesan más. Lo más parecido a un nexo que tienen las narraciones serían la aparición de los vehículos que, como la autora comenta, son “máquinas que fabrican un tiempo entre espacios y que sirven para cambiar los universos”, o las urbes, “esas colmenas, pajareras, granjas de individuos extraños”, o quizás los animales y la empatía de la autora con ellos, que los convierte en seres con sensibilidad y personalidad.
Es difícil que un lector no encuentre algún relato que, como diapasón impreso, no le toque alguna fibra. Los hay de múltiples colores y gamas. Las imágenes y metáforas son soberbias. Aquí os dejo algunas perlas que, seguro, os harán desear pasar vuestros ojos por Bolas de papel de plata:
“Los ojos del miratrenes ponen a salvo al viajero en medio de la llamada”, corolario reflejo de la alienación social de “El miratrenes”.
“Aquel perro tenía los ojos más tristes que Rosauro había visto en toda su vida. Parecían arrancados de un poeta afligido y posiblemente malo”, arranque de “Rosauro y el perro de los ojos tristes”.
O el comienzo de “Los Monegros”, ejemplo de la querencia de la autora por los vehículos y los viajes: “El cielo se transforma a una velocidad que sólo comprenden los pájaros”, que me trae a la memorias las palabras de Cortázar en "El perseguidor" cuando también habla del viaje: "No sé si has visto cómo el paisaje se va rompiendo cuando lo miras".
En “Qué miras, Luis” vuelve a aparecer un ave: “Era un pajarito precioso. Por los saltos que daba, parecía un optimista. Parecía que para sus adentros iba silbando”.
Pero, como todo autor de empaque, Mallén también da testimonio sobre la problemática social y sus efectos sobre los ciudadanos. En “Derribo”, dos páginas bastan para denunciar la crudeza de los desahucios, el frío cálculo del mundo del dinero y su efecto sobre el sencillo hombre de la calle. “Juan Fulgencio era un hombre joven. Más joven por dentro que por fuera”; o en “Hallazgo”, donde describe a “la especie preuniversitaria característica de las zonas ribereñas urbanas, muy apreciada como alimento de las multinacionales”.
La muerte, esa gran liquidadora de la existencia, llena de imágenes el relato “Zum sobre la capital” y nuestros fantasmas particulares aparecen en “Epidermis”: “El monstruo blando me persigue aunque viaje, siempre que salgo a dar un paseo, si voy o si vengo, si me da por apalancarme”.
También lo incompresible de la fe reclama la atención de Mallén, como en “El belén de las rocas”. Así escribe, “El Señor regresa envuelto en baratija, en la modestia del plástico, en la insignificancia de unos muñequitos, en la pureza de la palidez. Tenemos que estar atentos a una interpretación cabal”; al igual que ocurre en el “Pavo santo”, ante el cual se abrió una esfera lumínica; o en “Ángeles y sustitutos” en el que reflexiona que “se han hecho fuertes los dioses intermedios”.
O su versión particular de lo inefable, la incomunicación y el olvido, en “Su mano desfalleció”. “Hablarle al hombre se le hacía imposible. Habría sido como ponerle letra al misterioso oleaje de la bahía”; o la realidad paralela de los objetos, como en “Magnolio o abedul”, donde “hay cuarenta y cinco farolas diseñadas como para jugar al tiro al plato” y que concluye: “¿Magnolio o abedul? Ya ni me acuerdo”.
También juega con lo fantástico, como en “Los habitantes de las bombillas”, cuyo inicio es: “Tengo que deciros que también dentro de las nuevas bombillas led habitan unos seres incoloros, calvos y veloces, llamados huaíes, cuya fuerza anímica produce luz”; o en “Sus apreciaciones cardiovasculares”, donde los Tayh-Tah “piensan de oído” y “las cartas que reciben, las leen mucho después de haber sido contestadas”; o “Los zwan y las mujeres de colores transparentes”, que, como dice esa enciclopedia en off, “están incluidos en el apartado de Fauna obviada ”.
La ironía también late en muchas de las páginas de “Bolas de papel de plata”, como en “Lo que siempre supo Nicomedes”: “Su felicidad era muy profunda y duró hasta el 7 de noviembre”; o en “Casi”, donde Agustín “ya podría haberle dado el gusto completo: la negrita. Que tampoco era negra del todo, pero casi”; o en “Glándulas y esfínteres del escritor”, donde nos remarca que: “Si un escritor no presenta ojos como puños, ni moquea, ni se inflama ninguna de sus glándulas, es porque no reúne las condiciones físicas para ser escritor”.
Y, cómo no; el amor, como aquel primer amor de “La memoria de la nariz”, donde el amor “se esfumó en el aire igual que una barrita de pachuli”.
Como se ve, en su libro Mallén pasea por un rosario de temáticas que abarcan muchas más de las descritas y la obra se podría definir como la atinada y casi poética percepción de los instantes de lo cotidiano.
Leedlo y me agradeceréis el consejo.