La Incógnita Desnuda
Jesús Zomeño
Holmes le pidió a la prostituta galesa que se desnudase y se quedara de pie con los brazos en cruz.
-Extraña belleza –pensó, al verla con los pies sucios y el vello tan crecido por las piernas.
A ella el capricho le traía sin cuidado, salvo por lo penoso de mantener la postura después de haber tomado tres vasos largos de ginebra.
-Ahora abre las piernas...
Le excitaba aquella mujer con forma de equis. Acaso era el ombligo de todas las incógnitas para Holmes esa mujer desnuda.
Dos ideas le vinieron a la mente: drogarla hasta dormirla antes de tocarla o bien convocar a dos o tres truhanes para acariciarla entre todos con la luz apagada, de modo que ella nunca pudiera identificar entre tantas manos la torpeza de Holmes, por lo mucho que lo avergonzaba.
Fue sencillo, la mujer borracha se quedó profundamente dormida. Al caer se hizo una brecha en la cabeza, de la que manaba un delgado hilo de sangre, poca cosa, nada que no pudiera esperar, pensó Holmes.