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ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

Ala Misteriosa

Edwin Yllescas

 

I. Allegro

 

Ni me debe, ni te debo. En paz están los cuerpos. Ahora

déjame vivir mi pleno otoño, pero no olvides tu primavera

aquel verano de rocas en la playa, allegro mais non troppo

no volverá, pero los retoños colgaran en la punta de la rama.

Y quizás una gota destilada vuelva a guindar en tu vida.

Asustada la muerte retrocederá y aunque no retornen

esas gotas te devolverán tus años; el sabor

del vejete, su ya casi nada,  algo te repondrá,

quizás, el sendero amarillo. Donde hubo cuerpo

nada prevalecerá contra la vida. Grosso el otoño

siempre estará presente. Déjalo morderse.

Maga en mi kínder, te di apenas escarcha

ceniza, viva ilusión donde persistetu mundo:

óyelo en mi otoño, allegro concierto en Sol Mayor;

cercano,  o lejano escúchalo casi como muy bien.

No pienso ni espero llegar al próximo invierno.

 

 

II. Adagio

 

Sin los años, tantos en él, muy pocos en ella

sin el necio todo pudo ser mejor. Aceptaste a ciega.

De saber, poco sabías del hombre entero.

Mansa al trote, ya echada, nada te sorprendió.

Todo estaba en su hervor. Ajenos a la edad

sin vana parola tocaron lo conocido siempre distinto

la bendita calceta café que nunca apareció.

Contra ellos, nada pudo el berrido celular

menos el volumen de la música corpo coral.

Y si alguna vez cayeron del tálamo al piso

allí rodaron hasta topar contra la costra de salitre.

Y si no hubo playas en las rocas, ellos inventaron

este andar por guijarros hasta la carcasa de un pez.

Sólo lamentan el Claro de luna, apenas Debussy.

Faunos adormilados se despidieron sin otra siesta.

Contra Vallejo sabían que hay primera sin segunda.

 

 

III. Andante

 

Breve fue su tiempo, acaso súper y restaurante.

Temerosa del gentío al lado, el vino fue casero

blanco, o tinto siempre asaz calentó la palabra.

Los avíos de cena llegaron specialdelivery .

Sentencia atroz, rodó cabeza y cuerpo tumultuoso.

Colgaron y nunca nadie advirtió la horca soleada

su sistema de cuerdas y contra pesos, nadie lo vio.

Adversos al murmurador, su chiribitil fue extraño;

lobos de Gubia permanecieron en su risco

rapada en su lana negra, ella devoró oveja y pastor

vesperal siempre hubo en él, hueso por lamer y roer.

Tal como uno que sueña haber soñado con Dios

temerosos guardaron astillas para más adelante

y como no sabían dónde queda el espacio en el tiempo

buscaron redomada batalla, apenas reposo, orillados

en la puerta del más adelante. Siempre supieron, al pretérito

sólo suyo pertenece el vacío, el hollejo chupado, relamido.

Después de todo qué podía esperar el vejete.

Acaso, liar los bártulos rumbo al habitual desengaño

a la puerta eterna, otra vez contra la nariz de la vida.

 

 

IV. Tristia

 

Tenía una vida en Managua. La eché a perder.

Seguro, la habría echado a perder en cualquier parte

Dada por el azar de mis padres, no la supe conducir

perdí mis años en cantinas y paliduchas de callejón.

Ahora ya todo pasó. No me queda nada.

Estoy más solo que durante aquellos años lapidarios.

Me quedé sin acordeón parisino, sin conservatorio romano.

Mi tiempo pasa lento, estoy ido en lo que pude ser sí ganaba

mi propia batalla contra mí. Confieso que perdí

Siempre hablo de esas cosas y, realmente,

por donde la busque ya no tiene salida el asunto.

Moriré un día de éstos y aún pienso que ganaré la guerra

ya perdida cuando andaba por mis alegres bermejas.

O guamtristis et afflicta voy por mi silencio desierto

pero no te enlutes,tú siempre tendrás París.

 

 

 

Edwin Yllescas

 

 

 

 

 

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