El Nobel en Bragas
David Torres
Confieso que una vez más el premio Nobel de Literatura me ha pillado en bragas. No es la primera vez que me pasa ni será la última. Es más, al enviado de The Guardian , que estaba retransmitiendo la ceremonia en directo también le pilló con el pie cambiado. Escribió, algo contagiado por el estilo de los Oscar: “ And the winner is … Patrick Modiano ”. De ser español el corresponsal, habríamos dicho que es la monda.
Y, la verdad, no puedo decir mucho más sobre el flamante premio Nobel de Literatura, culpa que, lo admito, es toda mía puesto que un par de amigos ya me habían advertido de que me estaba perdiendo algo grande. Es un rito, el de mi ignorancia, que se repite año tras año, aunque parece que únicamente cuenta en el de Literatura. A nadie le importa un carajo ignorar el nombre del premio Nobel de Química, de Física o de Medicina, aunque, reconozcámoslo, una novedad en cualquiera de esas tres disciplinas podría salvarnos la vida o mandarla a freír puñetas.
Sin embargo, el Nobel de Literatura es otra cosa. Lo sé porque soy uno de esos escasos escritores que ha trabajado en prácticamente todos los puestos de la cadena de montaje literaria, desde la sala de máquinas, donde ando currando en estos momentos, hasta la lectura, que es, con mucho, la más importante. Pero también he hecho mis pinitos como editor, en varias revistas, he ayudado a editar unos cuantos libros y también he trabajado casi una década en varias librerías. Por eso conozco el desasosiego existencial de los pobres libreros que, ahora mismo, están atendiendo a ese público impaciente por hacerse el sueco:
–¿Tienen algo de Modiano?
–¿Ha leído a Modiano?
–¿No? ¿No sabe que es premio Nobel?
Tal afán por la culturización urgente no obedece, en la mayoría de los casos, al amor por las bellas letras, sino más bien a que el señor o señora va a dar una cena muy importante en su casa este fin de semana y, claro, no puede quedar como un patán y confundir a Modiano con una ensalada.
–¿No habéis leído a Modiano? Muy bueno. Fundamental, diría yo, para hacerse una idea de la ocupación nazi de Francia. Tienen buen gusto en Estocolmo. ¿Más vino, querida?
Los académicos suecos, una vez más, han jugado al despiste y han pillado al mundo entero con los pantalones bajados. Las apuestas se volcaban por otros autores, Murakami, Roth, Kundera, en fin los de siempre, y tanto se volcaban que uno empieza a sospechar si los académicos suecos no estarán compinchados con las casas de apuestas y al final votan por el más inesperado únicamente para forrarse.
–¿Y a cuánto está Modiano, Gustafsson?
–Noventa a uno.
–Métele cinco mil euros de mi parte.
Más o menos por estas fechas a uno le da por recordar que William Faulkner, García Márquez, Albert Camus, Wislawa Szymborska, Luigi Pirandello o Thomas Mann son nombres que están muy bien para un Nobel, pero que Joyce, Kafka, Rilke, Proust, McCullers, Calvino o Borges se murieron sin él y que pocos plumíferos del siglo pasado lo merecían más que ellos. Al fin y al cabo, el premio Nobel, a pesar de su resonancia y su prestigio, no es más que un premio. ¿Mis apuestas? Da un poco igual hablar de ellas pero, ya que estamos, así a bote pronto diría que Yves Bonnefoy si querían premiar un francés y de paso premiaban a uno de los mayores poetas del siglo. Si apostamos por literatura popular, John Irving tiene tantos o más lectores que Murakami, y en mi opinión es mejor novelista como treinta veces. Philip Roth está bien, es muy bueno pero prefiero, con mucho, a Cormac McCarthy. Si se trata de premiar a una mujer, Sharon Olds, una poeta que escribe como ahora mismo no creo que escriba nadie. Si vamos a hacer patria, Juan Marsé, cuyas novelas me resultan rigurosamente inolvidables; Pere Gimferrer, que podría dividir el premio entre español y catalán; o Fernando Arrabal, que es tal vez nuestro último clásico viviente. Pero no me hagan caso y apuesten en sueco, que el año que viene seguro que me vuelvo a quedar en bragas.