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ISSN 1989-4163

NUMERO 57 - NOVIEMBRE 2014

 

 

Tu Cuerpo es mi Lienzo

Alexa Meade

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Transcripción:

Quizá quieran mirar más de cerca. Hay mucho más en esta pintura de lo que parece. Y, sí, es la pintura en acrílico de un hombre, pero no la pinté en un lienzo. La pinté directamente sobre el hombre. En mi arte evito el lienzo por completo, y si quiero pintar un retrato, lo pinto sobre la persona. Eso significa que la persona quizá termine con un oído lleno de pintura, porque necesito pintar el oído sobre su oído. Todo en esta escena, la persona, la ropa, las sillas, la pared, se cubre con una capa de pintura que imita lo que hay debajo, y de este modo puedo transformar una escena tridimensional y hacerla parecer como una pintura bidimensional. Puedo fotografiar desde cualquier ángulo, y seguirá pareciendo 2D. Aquí no hay retoque fotográfico. Esta es solo una foto de una de mis pinturas tridimensionales. Tal vez se pregunten cómo se me ocurrió esta idea de transformar personas en pinturas. Sin embargo, en un principio, esto no tuvo nada que ver ni con personas, ni con pinturas. Tuvo que ver con las sombras. Me fascinaba la ausencia de luz, y quería encontrar la forma de darle materialidad a la misma y descubrirla antes de que cambie. Se me ocurrió la idea de pintar sombras. Me encantó que podría ocultar en esta sombra mi propia versión pintada, y que pasaría casi inadvertida hasta que cambiara la luz y, de repente, mi sombra quedaría expuesta. Quería pensar sobre qué más podía poner sombras, y pensé en mi amigo Bernie. Pero no quería pintar solo las sombras. También quería pintar la luz y crear un mapeo en su cuerpo en escala de grises. Tenía una visión muy específica de cómo sería, y a medida que lo iba pintando, me aseguré de apegarme a esa visión. Pero algo seguía parpadeando ante mis ojos. No estaba muy segura de qué estaba viendo. Y fue entonces que me alejé por un momento, y hubo magia. Había convertido a mi amigo en una pintura. No pude haber previsto cuando quise pintar una sombra, que anularía por completo esta dimensión, que la haría desaparecer, que tomaría una pintura y la convertiría en mi amigo para luego volverlo a convertir en pintura. Sin embargo, estaba un poco conflictuada porque estaba entusiasmada al descubrir eso, pero estaba a punto de graduarme de la universidad con un título en ciencias políticas, y siembre había soñado con ir a Washington y sentarme tras un escritorio a trabajar para el gobierno. (Risas) ¿Por qué tenía que interponerse todo eso en el camino? Tomé la difícil decisión de volver a casa después de graduarme y de no ir a Capitol Hill, sino de bajar al sótano de mis padres y hacer mi trabajo para aprender a pintar. No tenía ni idea de por dónde empezar. La última vez que había pintado tenía 16 años y estaba en un campamento de verano. No quería aprender a pintar copiando a los viejos maestros o sobre un lienzo practicando una y otra vez en esa superficie, porque para mí este proyecto no se trataba de eso. Se trataba del espacio y de la luz. Mis primeros lienzos terminaron siendo cosas que no cabe esperar que se usen como lienzos, como comida frita. Es casi imposible hacer que la pintura se adhiera a la grasa de un huevo. (Risas) Aún más difícil fue hacer que se adhiera la pintura al ácido de un pomelo. Sencillamente borraba mis pinceladas cual si fuese tinta invisible. Ponía algo de pintura y al instante desaparecía. Y si quería pintar personas, bueno, me avergonzaba un poco llevar a las personas a mi estudio y mostrarles que pasaba mis días en el sótano poniendo pintura en las tostadas. Me pareció que tenía más sentido practicar pintando sobre mí misma. Uno de mis modelos favoritos terminó siendo en realidad un anciano jubilado a quien no solo no le importaba quedarse quieto y que le pusieran pintura en los oídos, sino que tampoco le avergonzaba demasiado exponerse en lugares muy públicos como el metro. Este proceso me divertía mucho. Fui aprendiendo por mí misma todos estos estilos de pintura, y quería ver qué otra cosa podía hacer con eso. Junto con una colaboradora, Sheila Vand, tuvimos la idea de crear pinturas en superficies más inusuales, y eso era leche. Llenamos una pequeña tina con leche. Entró Sheila y empecé a pintar. Las imágenes siempre al final resultaban totalmente inesperadas porque si bien yo tenía una idea bien definida sobre el resultado esperado, yo pintaba para acercarme a esa idea, pero en el momento en que Sheila se movía en la leche, todo cambiaba. Fue un flujo constante, y en vez de luchar contra eso tuvimos que aceptarlo y ver qué posibilidades nos brindaba el medio y compensar con eso para lograr un mejor resultado. A veces cuando Sheila se movía en la leche, se le quitaba toda la pintura de los brazos, y todo se veía un poco torpe, pero nuestra solución sería, bueno, esconde los brazos. Y en un momento tenía tanta leche en su pelo que sencillamente se le quitó toda la pintura del rostro. Muy bien, esconde tu rostro. Y terminamos con algo mucho más elegante de lo que podíamos haber imaginado, aún cuando en esencia es la misma solución que usa un niño frustrado por no poder dibujar las manos: simplemente las esconde en los bolsillos. Cuando empezamos con este proyecto, cuando empecé, no pude haber previsto que pasaría de perseguir mi sueño en política y de trabajar en un escritorio a tropezar con una sombra y luego a convertir personas en pinturas y pintar a las personas en una tina llena de leche. Pero, de nuevo, creo que tampoco es previsible que uno pueda encontrar lo extraño en lo familiar, a menos que uno esté dispuesto a mirar más allá de lo que se ve a simple vista, a ver lo que hay debajo de la superficie, oculto entre las sombras, y reconocer que allí puede haber mucho más de lo que parece. Gracias.

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