Para aquellas mis trece alumnas del vespertino que me elevaron en silencio hasta la ilusión de sus voces en aquella ‘isla de menta’: por su baile, por la música. Gratiae.
Este fue el coste exacto (aproximadamente unos 4€ al cambio hoy día) con el que salieron a la venta las Novelas exemplares de Cervantes en otoño de 1613, en la madrileña imprenta de Juan de la Cuesta –como toda la obra cervantina-, costeada por el librero Francisco de Robles. Probablemente fue el propio Robles el autor del título, claro reclamo publicitario, ya que el término novella indicaba un relato algo procaz, al modo de Boccaccio, pero se desmarcaba de la tradición italiana con el adjetivo exemplares, que contrarrestaba el efecto ‘negativo’ del tipo de narración italiana, pues es de “honesto entretenimiento” -como los libros que tiene el único amigo de don Quijote, el espléndido Caballero del Verde Gabán-, y también indirectamente serían el modelo, el ejemplo desde ahora en adelante, del género de la novela, cuyas originalidad y prioridad no tenían aún modelos. Aparente contrasentido, pues, en el título, pero sin embargo no predican, no son de tesis ni morales, son lección literaria, canon del nuevo género, como hasta el propio Lope lo reconoció así. Son la novela moderna.
Cervantes obtuvo el 13% de los beneficios por la venta de los derechos, algo así como 1 600 reales, mientras que el 87% fue a parar a manos de Robles, casi 11 000 reales. Claro está que tratándose siempre de ediciones “legales”, porque de las piratas, o contrahechas, como de la de Sevilla, ni Cervantes ni el librero verían ni un real. Y la de Sevilla fue un hervidero de expansión y venta clandestina que, además, pasaba por la original. Nada más que un detalle de algunos costes: 700 000 maravedís se gastaron en velas en el túmulo a Felipe II en la catedral de Sevilla. Un jornalero cobraba 17 maravedís al día, un obrero cualificado, 360. El real equivalía a 34 maravedís. El Ingenioso hidalgo se vendió por 290 maravedís, y 292 costaba el Ingenioso caballero. Tampoco se hizo rico, ni mucho menos, Cervantes con esas cantidades.
Hoy solo se conservan seis ejemplares de la obra de aquella primera edición princeps que, muy probablemente, ya estuviese del todo manuscrita y preparada para la imprenta en el verano de 1612. Curiosamente, el ejemplar de la Biblioteca Nacional presenta en su portada seis ilegibles palabras a mano -tres a cada lado, en perfecta simetría- a saber de quién, pero, casi con toda seguridad, de la misma época. Como en el caso de los dos Quijotes, las Exemplares llevan un prólogo destinado al lector, amantísimo y desocupado en su otium -lo contrario del negotium, la utilidad-, es decir, se trata de un autor preocupado por el entretenimiento puro, el verdadero objeto de la literatura, ese espacio libre que Cervantes tenderá a rellenar para el recreo de su lector, quien, o se citará solo con la obra o, con más probabilidad, lo hará en voz alta para un auditorio, como sucede en la intercalada de El curioso impertinente en el QI33-36, tal vez, precuela de otra ejemplar. Por cierto, en un tris estuvo Cervantes de incluir en QI47 Rinconete, pues ahí mismo lo afirma. Y sobre todo a las lectoras y su mundo, pues serán ellas también quienes, al quedarse a solas con el texto, con su soledad sin islas, aisladas, resulten las verdaderas intérpretes de las narraciones. “Nadie posee/ lo que no sabe ver”, escribe Aníbal Núñez, y las lectoras sí veían entre Cervantes. Además, la obra de arte es una magia creadora, un pasatiempo no aristocrático sino para un numeroso público, que esperaba rellenar el vacío inerte de esa ilusión de la realidad perdida en la Edad Conflictiva, y disfrutar con la lectura de la aceptación de lo maravilloso, ese espantoso hueco vacío en España que en Italia sí había sido llenado por la novella, pero hasta Cervantes no lo tendríamos ocupado: “Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la invención, y basta”, resume el ideario de la nueva dirección de la novela el licenciado Peralta, justo al final de haber leído la más larga, la joya final, la metanovela La de los perros Cipión y Bergança (lectura, por cierto, que encandilaba a Freud, pero frustrada en la versión insoportable del teatro Pavón de Madrid, 29/3/2013), transcrita durante una noche de sobrefiebre en un cuaderno por el alférez Campuzano. Esta última pareja, Peralta y Campuzano, proyecta la tan querida dualidad cervantina de las armas y las letras, tras el modelo de Garcilaso, a la manera del discurso del QI38, es decir, el esquema del ideal del perfecto caballero de El cortesano de Castiglione, 1528.
La obra está dedicada al conde de Lemos, a quien también Cervantes se encomendó en El ingenioso caballero, Ocho comedias y Persiles. Se trata de 12 novelitas de variados procedimientos narrativos, que entroncan con la tradición de los distintos tipos de prosa que en nuestra literatura se habían empleado. Pero Cervantes estaba creando un nuevo género de ficción: el alba de la narrativa moderna, la nueva novela, género muy enraizado, eso sí, con la literatura de tradición oriental: la árabe de Calila e Dimna, dos chacales que hablan como El coloquio de los perros, pero en nuestro autor superando modelos y antecedentes. La de origen hispanohebreo del caballo de ébano, a través de Las mil y una noches, y que pasará a Clavileño, QII41. Los deliciosos cuentos de Juan Manuel, El conde Lucanor, 1335, o los de Boccaccio, cuyo Decamerón no se tradujo al castellano hasta 1496 y, antes, en catalán, en 1429, y que resultarán la culminación escrita de esa tradición oral. A todos los llega a ensombrecer, y los lleva a la “isla de menta”.
Pero hay más antecedentes y que solo repaso dentro de esta amalgama de los géneros de ficción más frecuentes antes y en la Edad de Oro. De La perfecta casada de Luis de León surge el nombre de Preciosa, en la obertura de La gitanilla y su rebrote lírico acudirá hasta Lorca. Sin embargo, las maravillas de la adjaib al modo de Sindbad, solo se podrán entrever en Montesinos, QII22-24, con Merlín alrededor de su ciclo artúrico. Los ifrit o genios de lámparas árabes no estarán presentes en las Exemplares, porque Cervantes recrea para ellas el espacio de lo real y cotidiano, que solo tenía cabida por entonces en el teatro, las comedias “a noticia” de Torres Naharro, o la prosa realista de Celestina, 1502, y el lenguaje de la calle de La lozana andaluza, Delicado, 1528, o entre el exitoso libro de Lázaro González Pérez, al que Ginés de Pasamonte cita con el nombre extendido del Lazarillo. Las crónicas de Indias habían introducido, aparte de una gran riqueza lingüística, una suerte de novelización al modo de las de caballerías, cuyo Amadís, con situaciones inverosímiles, había alcanzado un éxito sorprendente para la época: clarísimo ejemplo de los orígenes de la transmedia, que merece capítulo aparte. La prosa humanística del Arte de la lengua castellana, 1492, considerada la primera gramática, de Nebrija, o el Diálogo de la lengua, de Valdés en 1531, la especie de diccionario de Covarrubias en 1611, Tesoro de la lengua castellana, y, por supuesto, el modelo en el verso del esplendor del lenguaje poético en Garcilaso, habían cimentado la potencia de nuestra lengua, cuya perfección ya se estaba alcanzando cuando aparecen las Exemplares. Y tres grandes géneros más a los que Cervantes recurriría igualmente: la novela pastoril, y la cuestión de amor ya desde Petrarca, Ausias March, y el mismo Garcilaso, con la novelización de la casuística amorosa en La Galatea, 1585, que bebe en el locus amoenus de Montemayor, Gil Polo y Bembo. La morisca de Mateo Alemán intercalada en su Guzmán I, 1599, o la sentimental que arranca de las Heroidas de Ovidio y llega a las Cartas de Abelardo hasta La cárcel de amor de San Pedro, 1492. La didáctica de los exempla, con los consejos de don Quijote a Sancho para la ínsula, QII42-43. Por último, la bizantina o de aventuras, herencia de la novela griega de Heliodoro y la épica en prosa, hasta el Persiles, con sus inicios in medias res, al modo de las Exemplares, de la Celestina. Como también son constantes el narrador omnisciente, el deambular de los personajes, comunes a estas 12 narraciones, número par y proverbial, ordenadas con un sentido por Cervantes, alternando los mundos humilde y elevado. Por 286 maravedís, humilde cantidad -incluido el precio de los antecedentes- se compraba tan elevada obra.
Son personajes que poseen una vida de imaginación e interés ante la existencia, entre el paréntesis de la vida monótona y aburrida circundante, que no valía ni un maravedí, y que también necesitaban de un autor, de una lectora, de un rato de ocio, de un espacio, aunque fuese tan estrecho como el de El celoso extremeño, la gran novela del amor atravesado por la música, elevando la ilusión de sus voces, y por la chacona, su baile en La ilustre fregona.
“Una tarde -¿te acuerdas?- en silencio remamos
hasta dejar la barca en una isla de menta”: Aníbal Núñez.