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ISSN 1989-4163

NUMERO 47 - NOVIEMBRE 2013

Se Ruega Silencio (Fragmento)

Pepe Pereza

            Hay días que te levantas con el humor envenenado. No hay razón para el cabreo que sientes, no obstante, la sangre te hierve y notas que en tu interior hay una bestia dando zarpazos para salir. No hay nada que pueda reconciliarte con el entorno. Quieres acabar con el universo. Verlo reventar en un caos de fuego y destrucción. Hoy es uno de esos días. Desde el mismo momento que he puesto los pies en el suelo me ha sacudido un sentimiento de rabia y decepción con todo lo que me rodea. Después de desayunar me lío un canuto de hierba. Justo cuando me lo enciendo llaman al timbre.

- Hijo, abre que soy yo.

Mi madre es la última persona a la que quiero ver. Le abro la puerta. Carga con cuatro bolsas de comida.

- Ya estás fumando esa basura.

- Mamá, no empecemos. No estoy de humor.

Le cojo las bolsas y las dejo en la cocina.

- Tengo la boca seca. ¿Dónde tienes los vasos?

Le señalo donde. Abre el armario y coge uno. Pero antes de llenarlo se da cuenta de que el vaso tiene una mancha.

- Está sucio.

- Pues coge otro.

- ¿Dónde guardas el Fairy?

- Mamá, no lo friegues. Coge otro.

- No me importa, de verdad. Dime dónde está el detergente.- Te digo que cojas otro vaso, joder.

Al final bebe agua con el que tiene en la mano. Pasamos al salón. Mi madre obliga al gato a bajarse del sofá. Luego saca un pañuelo, lo extiende en el cojín y se sienta sobre él.

- Con el humo que sueltas no puedo respirar. Haz el favor de abrir las ventanas.

Las abro.

- Seguro que eso que fumas lo has pagado el dinero que yo te presto y que nunca me devuelves.

Me jode que haga mención a los préstamos. Procuro calmarme y no entrar al trapo. Ella coge un libro que hay sobre la mesa y se abanica con él. En el lugar que ocupaba el libro queda un rectángulo limpio de polvo.

- Tienes toda la casa hecha un asco. No sé cómo puedes vivir así.

- Mamá, ya te he dicho que no estoy de humor.

- Te pareces a tu padre. Él tampoco sabía ser feliz.

Me mantengo callado y fumo echando el humo por la ventana. De pronto siento la necesidad de saltar al vacío. De volar como una bolsa de plástico que es sacudida por el viento. Un coche que está aparcado en doble fila impide el paso a un camión de reparto. El conductor toca el claxon cabreado. Nadie acude. Los coches se van amontonando detrás a lo largo de la calzada. Una sinfonía de pitos y bocinas rebota por toda la calle. Es una locura. Me fijo en la cara de los conductores. Se sienten estafados. Un malnacido les está robando parte de su tiempo. Se reconcomen en sus asientos agarrando con fuerza el volante. Al final el dueño del coche llega corriendo. Todos le insultan y le recriminan su falta. Arranca el vehículo y el tráfico se restablece.

- Deberías que buscarte un trabajo. Aprovechar que aun eres joven. En cuanto se te echen unos años encima nadie te contratará ¿Y qué vas a hacer entonces? ¿Vivir de mis préstamos?…

Es la gota que colma el vaso. Si hay algo que me cabrea es que me eche en cara el dinero que le debo. Voy hasta la cocina. Cojo las bolsas de comida, las llevo hasta el salón y, delante de ella, las tiro por la ventana. Mi madre se queda muda. No puede creerse lo que acabo de hacer. Se levanta, guarda el pañuelo en el bolso y abandona la vivienda en silencio. Desde mi posición la veo salir del portal. Se para a recoger la comida que he tirado. Algunos paquetes han reventado y su contenido está esparcido por la acera. Selecciona lo que sirve y el resto lo echa en un contenedor de basura. Aguardo junto a la ventana por si le da por levantar la cabeza hacia mí. Quiero disculparme. Pero en ningún momento hace mención de mirarme. En su lugar cruza la carretera y desaparece al doblar la esquina. Sobre la acera queda un mosaico de leche, macarrones y yogur. Un cuadro abstracto que cada cual interpreta a su manera.

 

Se ruega silencio

 

 

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