Es obvio, por mis comentarios públicos desde hace más de 15 años, que no puedo estar bajo sospecha de ser monárquica. Sin embargo, justo es reconocer que es difícil encontrar un discurso político comparable al del Príncipe de Asturias en el último acto de entrega de los premios que titulariza. Siendo magníficas las intervenciones de Muñoz Molina, Michael Haneke y Annie Leibowitz (esta mujer es mi debilidad), ninguno de ellos me impactó tanto como el del Príncipe por avenencia de forma y contenido, y por las acertadas dosis de razón y emoción que destiló. La cosa parecía sincera, y conveniente alejada de las normas del protocolo.
Quizás ha llegado el momento de poner nombre a una necesidad; la del discurso movilizador, distanciado de la vulgaridad y vacuidad de las tostonadas dialécticas al uso. Los políticos de última hornada no saben hablar al público, ignoran dónde están los puntos sensibles de la conciencia individual y colectiva y aburren hasta a los muertos. Todos somos razón y emoción, y ahí está la única posibilidad de comprensión de las acciones que se dicen irrenunciables, y la vía de cumplirlas sin que nos crezca la nariz, como a Pinocho.
La monótona y cloroformada grisura de Rajoy, la petulancia tosca de Cospedal, los sofismas de un Gallardón cada vez más mosquetero… todas estas dialécticas invitan a la siesta o a cambiar de canal y a buscar a George Clooney tomando café mientras se liga a una tía de bandera. Por lo demás, Floriano, Rubalcaba o Valenciano parecen estancados en fórmulas de manual que todos podríamos repetir con los ojos cerrados y cara de acelga. Los sindicalistas - ya bajo sospecha- entonan quejumbrosas salmodias, y los independentistas llevan años contándonos las mismas milongas sobre la deuda histórica y su listado particular de agravios. Qué peste de gente, la verdad.
La palabra es la sangre de la comunicación en todos los niveles (la frase no es mía, sino de manual), y del político antes que nadie. No debería haber un solo líder sin el don de la palabra y sin varios idiomas en cartera. Por eso Felipe les dio una lección a todos, porque su llamada a un proyecto común, solidaria y responsable sonó auténtica. Bravo por él. O por quien le escriba los discursitos. Por eso he querido incluír este texto en la sección de literatura. Porque de eso se trata: de olvidarse del marketing y rozar la emoción colectiva desde la pura y simple razón.