Irving Penn murió el 7 de octubre de 2009. Es sobre todo conocido por sus fotos en blanco y negro, especialmente de su mujer, Lisa Fonssagrives, una modelo de altura, muy al estilo de Dovima, pero más hermosa y más dúctil que la envarada Dovima en fotografía (suya es la foto “Dovima con elefantes”, vestida de Dior). De alguna forma, a Penn sólo le gustaba fotografiar a su mujer porque era su ideal de belleza. Esto es algo común en el mundillo de la moda donde muchos fotógrafos acaban teniendo relaciones más o menos longevas con modelos que les satisfacen su gusto estético ideal. Y es común que lleguen a casarse y/o a formalizar su relación. Pero Penn también hizo dibujos que se publicaron a partir de los años 40 en Harper’s Bazaar y luego ya, tras estudiar artes en Philadelphia, se dedicó a la fotografía. En Nueva York se hizo con el puesto de director de arte de Saks, que antes había ocupado el que fue su profesor en la escuela de arte, y permaneció allí un año, hasta que le dio por recorrerse América y México haciendo fotos.
Cuando volvió a Nueva York con algo que ofrecer, Vogue le contrató. Pero no como fotógrafo, sino trabajando en la composición de la revista. Y en octubre de 1943 apareció su primera portada. Penn conoció a Fonssagrives en 1947, en una sesión de fotos, y se casaron en 1950. En 1952 tuvieron un hijo, Tom, y en esa década Penn abrió su estudio particular en Nueva York en el que se encargó de fotografiar campañas para General Motors o Clinique, pero donde también realizó retratos a diversas personas, siempre con un toque uniforme que permite reconocer al Penn de siempre (un primer plano, a ser posible, en blanco y negro, sobre fondo gris, y un cierto estatismo que es perenne en sus fotos) aunque también con distintos grados de creatividad.
La sencillez del atrezzo de las fotos de Irving Penn es tanto uno de sus mayores rasgos de identidad como una de sus grandes innovaciones, hoy quizá perdida ya que casi todo Vogue USA -salvo los editoriales de la bendita Grace Coddington- está fotografiado sobre un fondo blanco (que a Helmut Newton tanto le desagradaba porque decía que la vida no pasa sobre un fondo neutro). Sin embargo, si hoy Vogue USA con Anna Wintour a la cabeza es Caroline Trentini dando saltitos en The September Issue sobre una pantalla blanca, es porque Irving Penn estuvo allí.
La carrera más importante de Penn la desarrolló en Vogue porque fue donde pudo explorar la belleza. Es verdad que nunca abandonó los estudios étnicos ni los desnudos (que no se hicieron públicos hasta 1980 por su capacidad de ofender -¿?-) pero es su trayectoria como fotógrafo de moda la faceta más conocida, quizá porque la fama lo devora todo. También es mejor conocida su obra en blanco y negro (a diferencia de Helmut Newton, por ejemplo) pese a que no sólo se manejaba bien en color sino que hizo algunas de las fotografías más impactantes que se han visto en revistas de moda del estilo Vogue y que bien podrían estar colgadas en cualquier museo, -no al lado de Warhol o de Damien Hirst, como si fueran una cosa posmoderna más, un bien de consumo-, si no al lado de Picasso, de Monet o, mejor, de El Bosco, ya que causan ese horror bello que tanto gustaba a Felipe II. En estas imágenes se podría etiquetar su ojo rojo, sus labios de abeja, su mujer sin rostro (probablemente mi imagen favorita de Penn) o su muchacha con máscara (que protagonizó la portada de Beauty in Vogue, el libro). Y nadie podría dudar de su talento, ni de su delicadeza.
El estatismo y la planificación son dos rasgos clave de la obra de Penn, junto con su cuidadoso estudio de la volumetría y las sombras, una obsesión que le acompañó toda su carrera. Aunque sus bodegones no son lo más conocido de su producción, sus naturalezas muertas también han definido un estilo fotográfico para revistas de moda o para producciones con alimentos, flores o metales (Penn trabajó con todos ellos, y su hijo se convirtió en diseñador de productos metálicos). Cuando murió Penn, Anna Wintour y los de Vogue USA se mostraron desolados con la pérdida de un fotógrafo de tanta calidad y cuya carrera siempre había estado unida a Vogue. Lo que no dijeron es que en sus últimos años de vida, -murió a los 92, ya viudo-, Penn había fotografiado sistemáticamente bodegones para Vogue y no portadas, editoriales o algo más lucido (que habían preferido ofrecer a Testino, Leivobitz, Meisel o similar).
Este editorial, de 1993, es una buena reivindicación del talento de Irving Penn incluso con lo pequeño, igual que Rembrandt con su buey desollado o Durero con su liebre. Sobre todo teniendo en cuenta que Penn creía que "fotografiar un pastel puede ser arte". Y tanto.