Con su premiada ópera prima, Tres días con la familia, la joven directora de cine catalana Mar Coll ya había demostrado una inusitada madurez a la hora de abordar las relaciones familiares con un estilo y un equilibrio propios de autores establecidos. Cuatro años después regresa con su segunda obra: Todos queremos lo mejor para ella, en la que no solo confirma sino que supera las expectativas creadas. Una magnífica noticia para un cine español necesitado de autoestima.
La película indaga en una profunda crisis personal en la edad adulta. El detonante es un accidente de coche sufrido por una mujer que ejerce como abogada en un prestigioso bufete de Barcelona y las secuelas que deja en ella: una visible cojera y un menos perceptible –solo a primera vista- desajuste existencial.
Tras el accidente, la mujer –magníficamente interpretada por Nora Navas en un exigente papel que demanda a un tiempo fragilidad y determinación, recientemente premiado en el Festival de Cine de Valladolid- se ve incapacitada para volver atrás, para retomar una vida, un papel que ha dejado de tener sentido para ella. Las certezas, los cimientos en torno a los que había edificado su vida junto a su marido arquitecto se vienen abajo con estrépito y su naturaleza de pronto imprevisible se revela como un auténtico desafío para los miembros de su entorno más próximo.
La película refleja con gran acierto la crisis de los cuarenta, la ambivalencia entre gozar de una vida segura, ordenada, previsible, profesionalmente estable, encarnada en la figura del marido, arquitecto; y una vida libre, incierta, precaria pero intensa, reflejada en una amiga argentina que se halla desesperada por encontrar trabajo y con la que se rencuentra desde los tiempos en que ambas eran compañeras de estudios. Conflictos existenciales, en definitiva, de carácter universal que a nadie dejarán indiferente.
Como ya hiciera en su ópera prima, Mar Coll se vale de un estilo naturalista, sobrio, contenido –solo la banda sonora se permite algún ligero exceso en el tono-, no exento de humor, que envuelve la película desde su inicio hasta su brillante final, consecuente a través del no desenlace. Un estilo que se hace extensible hasta los créditos, en los que las tareas de dirección y de guión no destacan entre todas las demás que hacen posible la película, y que tiene a su vez un gran reflejo en el eficaz reparto, actores y actrices apenas conocidos para el gran público lo que no solo supone un soplo de aire fresco sino que aporta verismo a la historia.
El único “pero” que cabe ponerle a la película no es achacable a sus responsables. Se trata del escaso eco que parece haber tenido entre la audiencia. Al menos en Madrid la cinta parece haberse estrenado de puntillas, sobre todo la versión original en catalán con subtítulos. Para una de esas preciosas ocasiones en las que podemos presumir por el resultado de una película, la inmensa mayoría de la gente ni siquiera se entera, a la espera de que la obtención de premios le proporcione, quizás, una vida más consistente en las pantallas. Así va a ser muy, pero que muy difícil devolver la autoestima al cine hecho en nuestro país.