El 14 de Junio del 2013, un viernes nublado, a las cuatro y quince de la tarde, José Margarito Godínez Hernández, mejor conocido por Chefo, llegó por avión procedente de Los Ángeles a la ciudad de Guadalajara, “cargado de dólares”, según el mismo comentó; tres días después, por la noche, encontró quien le ayudara a gastarlos.
A Martha Real Fonseca, ex de Godínez, le había ido mal en su primer himeneo, tan mal tan mal, que cuando Esteban Duarte, jode que jode, le propuso maridar, dos años después del divorcio, ella, sin pensarlo casi nada, más bien nada, le dijo que “ ¡Ah que lata con casarse!... ¿Qué no se sabes otra? No eches a perder las cosas, así estamos muy bien. Si nos casamos todo va a cambiar: tú me vas a querer tener aquí, en un puño, sin dejarme hacer nada, y la verdad que ya tuve suficiente con mi primer marido. Hay que juntarnos nomás y asunto terminado. Si nos conviene bien si no, adiós y andadas”; como dirían en inglés, in a few words: no jodas. A Esteban, a pesar de que vivía de mogollón con la damisela, eso le pegó como patada a los bajos, y claro, no le agradó ni un tantito -díganme a quién, y corajudo, corajudo, morado como higo, así como sabía ponerse, le dijo que “!Ni madres! ¡Nosotros nos casamos o aquí muere la cosa!”
-Bueno... pues que muera.
-¡Que no! ¿Cómo crees?
-Bueno pues, tú di...
-No te pongas así chatita. Yo lo hago por tu bien: así tendrás garantías por si yo te salgo... desobligado...
-Mira, mira...lo de...
Cuando llegó Chefolín todavía no había arreglo en el enredo Martha-Esteban, hacía ya siete meses que estos atentaban contra las leyes de la moral romana compartiendo el mismo nido, más bien la cama y todo lo demás, sin ni siquiera hacer examen de conciencia y menos confesarse, y todo porque de seguro el padre Lugones, que en las cosas de todos se metía, les diría que tendrían que casarse para no causar más escándalo en el tan religioso barrio de la colonia de la Buena Salud,... y Martha ya estaba para tronar castañas con los nudillos a pelo: Esteban no solo era desobligado, no daba ni los buenos días, sino que también le gustaba andar con otros, o sea que bateaba de emergente cuando por alguna cosa se cansaba del mango de Martha. ¿Habrase visto? Y todo al costo de la querendona de Martha que trabajaba de sol a sol, casi, para pagar las cuentas.
El Chefo Margaro llegó sin caber en ningún lado, pensaba que México, o por lo menos su pueblo, había cambiado muchísimo desde que se había ido al Norte. Llegó en carro de sitio rentado ex profeso, o sea, para presumir lo bien que andaba de dinero, le dio 300 dólares al chofer sin preguntar cuánto era y se bajó en la plaza principal de Jacona, Michoacán. Por supuesto, Chefodollars a nadie impresionó: otro “norteño” despatriado; eso sí, su barrio era muy distinto a como lo había dejado hacía ya más de cuarenta y tantos años. Todos sus camaradas de generación o se habían ido en caja de madera pudriéndose a tres metros bajo tierra o estaban en el otro lado a ganando dólares a montón lavando platos en los McDonalds, y lo mismo, tampoco nadie los recordaba. Ahí se quedó sólo un día, para acordarse de “toda la bola cabrones, pinches ojetes que no me esperaron para ponernos una de aquéllas”, pensaba mientras se tomaba unos mezcales curado con jumil, mordiendo un habano cubano pasado de contrabando a Estados Unidos y traído a México para ser fumado.
En la noche jaconiana sintió la soledad de la “Noche de la Soledad” de Hernán Cortés que según los historiadores se sentía de la chingada, y Chefou Margaritou también se sentía extranjero, a pesar de que el PRI gobernaba el país, aunque a Michoacán lo gobernara un cártel. Esa noche juró no dormir solo, “nunca más, no more, never”.
Yo lo vi cuando andaba en la oficina del Servicio Exterior, transitoriamente en el parque Agua Azul de Guadalajara. Estaba formado en una cola eterna para sacar su pasaporte provisional. Yo me había levantado a las tres para ser de los primeros y ya me lo habían dado. Los pasaportes eran valederos por un año y parecían tarjeta de colegio particular: una hoja de cartón blanco doblada en tres y con águila emblemática en el frente. Me preguntó que para dónde iba, y le dije que para el Norte y él me dijo que él también, y ya no lo volví a ver hasta que lo enterramos.
De Jacona regresó a Guadalajara y llegó de visita con su hermana Edwiges, que a la vez, tenía de visita a Martha su comadre. Se la presentó al brother, ellos se conocieron y por los azahares, rosas, claveles y margaritas del destino, se gustaron un chingo, más Martha a Chefolove que viceversa. La primera ocasión que salieron a echarse una nieve raspada en el parque Morelos, José Margarito le cantó bonito, adornando todo con “vengo enfermo y no me queda mucho tiempo, así que si te vienes conmigo, tú serás mi única heredera. ¿Te parece?”. “Me parece”, dijo ella. Y Chefohot nunca más durmió solo el resto del mes, o algo así, que vivió. Ahora, a Martha le dicen doña Martha.
El padre Lugones toma todos sus sagrados alimentos en el mejor restaurante del barrio, que pertenece a Martha, y todo sin pagar, ni para la propina de Doloritas que a diario le sirve como si fuera ministro plenipotenciario de la santa curia, y claro, “Doña Martha es la mejor cocinera del mundo, y una santa”. Doña Martha no cocina, y de santa, bueno, hace milagros con los ajaditos adinerados que enamora: ya lleva tres más después de Chefo-RIP, está más rica y más buena; yo podría ser el siguiente...