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ISSN 1989-4163

NUMERO 37 - NOVIEMBRE 2012

México

Paco Piquer

En un café, dos agentes comerciales comentan, después de su jornada, las vicisitudes del día, las gestiones realizadas, los resultados económicos. Por el acento, no son de la ciudad. Se relajan frente a una cerveza, finalizada su labor cotidiana. Uno de ellos, el más joven, viste elegantemente, aunque sin ostentación. El mayor, sin embargo, parece hacer tiempo para asistir, como testigo, a una boda de postín o para presidir un consejo de administración. Camisa blanca, corbata elegante, chaleco,  impecable traje oscuro, brillantes zapatos negros. Nadie podría imaginarse a los dos sujetos intentando convencer al dueño de una mercería de la calidad de los calcetines que representan o al contramaestre de un club náutico de las excelencias y posibilidades del dique flotante que intentan endosarle.  - ¿México? –  el hombre  de más edad es el que habla – No te lo pierdas chaval. – El  joven escucha interesado – Yo he estado allí varias veces. Premios. ¿Sabes? Incentivos les llaman ahora. Nuestra empresa gratifica con viajes la consecución de los objetivos. Sólo para los mejores. Gastos pagados. Playas. Mariachis. Tequila. Ya puedes imaginarte. – Todos los tópicos imaginables sobre el país centroamericano surgen de su boca en una verborrea imparable. Las pirámides aztecas se mezclan con la hermosura de sus mujeres, con el toque histórico de los sucesos de la Plaza de las Dos Culturas. – Definitivamente, México. – concluye. Momentos  después, se despiden frente a la recepción del modesto hotel donde están hospedados. - Hasta mañana. Que descanses, chico – desea el más mayor. - Buenas noches, señor Arruabarrena. – saluda el joven.

Al muchacho le cuesta conciliar el sueño. Repletos formularios de pedido, cifras astronómicas, comisiones exorbitantes, danzan en su mente mezclados con paradisíacas visiones de las playas de Cancún donde, en compañía de su novia que viste un pareo multicolor sobre su bikini azul, degusta un Margarita tumbado en la arena, bajo la sombra de las palmeras. En la habitación vecina, la, hasta entonces, elegantísima figura ha recobrado su natural apariencia de rechoncho cincuentón y sentado en ropa interior, ridículo y solitario, escribe apoyado sobre una incómoda mesita, analizando, evaluando, valorando, las ventas conseguidas durante la jornada y añadiéndolas, sumándolas, a la cifra que lleva grabada en su mente  y calculando cuanto falta hasta divisar el horizonte. Suspira largamente, en un gesto de cansancio. Después realiza la habitual llamada a su mujer. También él intentará conciliar el sueño imaginando aquel viaje. Mentido. Inalcanzable.

México

 

 

 

 

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