TRÍPTICO LITERARIO INFANTIL Y JUVENIL DEL SIGLO PASADO (II)
(Se incluyen bajo este frontispicio genérico, a lo largo de este otoño, tres reseñas de sendas novelas LIJ (literatura infantil y juvenil) del siglo pasado que, ya sea por su calidad e interés, ya sea por el número de ediciones acumuladas, amén de haber superado el efecto 2000, se nos antojan de hecho pequeños clásicos del siglo XX.)
ESPEJISMO NARRATIVO
(A propósito de Los espejos venecianos, de Joan Manuel Gisbert, ed. Edelvives.)
Desde el espejo de Sthendal colocado al borde del camino a la teoría del reflejo de Lukács, pasando por la imagen de una llama entre dos espejos enfrentados, tal y como quería representarse Torrente Ballester la novela, la iconografía del espejo ha servido en la contemporaneidad para simbolizar las diversas teorías narrativas.
En Los espejos venecianos, otra vuelta más, Joan Manuel Gisbert suma al valor especulativo de dicho motivo la funcionalidad narrativa del espejo haciendo girar en torno al reflejo especular la trama de la iniciación al conocimiento de un joven italiano, estudiante de documentación histórica, envuelto en un misterioso enigma que hunde sus raíces en el siglo XVII y se desvelará en Padua un siglo más tarde.
Y la elección de ese momento histórico —1792— resulta doblemente oportuna por cuanto que una manifestación del irracionalismo colectivo propio del Barroco —la maldición de un astrólogo sobre una estirpe de banqueros especuladores— se aborda en el momento en que la razón instrumental del Siglo de las Luces entra en crisis y ha de buscar en la irracionalidad individual prerromántica —“la implicación emotiva, método propio del arte, puede ayudarnos a comprender algún hecho oscuro del pasado”, se afirma en la novela— una forma complementaria de conocimiento que sume a lo consciente lo inconsciente, que integre la intuición y la deducción, que aúne, en definitiva, la Ciencia y la Poesía.
El claroscuro de los sueños resulta ser, así, un instrumento esclarecedor del oscurantismo en un relato iniciático en que la pulsión erótica arrastrará al estudiante de letras Giovanni Conti a coquetear con el mundo de ultratumba en el palazzo familiar de Balzani, atraído por la visión de Beatrice, espejismo de su última heredera maldita.
La peripecia de Conti discurre, pues, paralela al esclarecimiento de un misterio —apariciones procedentes del Más Allá, encarnación aquí del Eterno Femenino— y se resuelve con la explicación científica de una ilusión óptica —el fenómeno del teatro catóptrico— haciendo concurrir en desenlace común la realidad natural y la virtual, reduciendo a física la metafísica y extendiendo a holografía el holograma.
Y ello porque la reflexión metalingüística no es ajena al desarrollo de la acción, pues si el origen de la trama se encuentra en una maldición —“Sólo eran palabras, nada más. Formas pervertidas del uso del lenguaje”—, su transmutación en leyenda —“Así seguirá venciendo a una forma perversa del lenguaje, la maldición, con otra mucho más noble, la leyenda”— confirmará la vocación literaria de la Historia en palabras del “ilustre profesor Giacomo Amadio, maestro de cronistas y literatos”, factótum de la acción y tutor de Conti en un itinerario curricular, individualizado e interdisciplinar, que ya hubieran querido para sí los santos padres de la Reforma.
Con su proverbial habilidad de prestidigitador, Joan Manuel Gisbert hipnotiza al lector con un juego de espejos llevándole a aventurar todo tipo de especulaciones antes de revelar el truco de su espejismo, fruto del juego de manos de la escritura.