Este pasado verano, Julio 26, se cumplieron cuarenta años de la muerte de Diane Arbus. Su obra más memorable sobrevive en sensitivos retratos de seres que el resto de la sociedad de la época dio en llamar ¨marginales¨.
Es decir, gentes que hoy día serían tratados con más simpatía, o al menos con el necesario respeto que se les otorga a aquellos que sufren de enanismo, dificultades de aprendizaje u otras formas de ser diferentes.
De igual manera su catálogo incluye el travestismo y retratos de quienes se ganaban la vida exponiendo ante el público curioso de ferias sus mutaciones genéticas: los mal llamados ¨freaks¨ sobre los cuales muchos críticos centran el argumento de sus acusaciones.
Diane Arbus saltó a la fama en una exhibición propuesta y regentada por John Szarkowski, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Este eminente crítico y curador fue su principal impulsor y se le acredita con haberla revelado para la posteridad.
Antes de ello Arbus había trabajado en compañía de su esposo en un estudio de publicidad y fotografía comercial. Posterior a su divorcio de su esposo-socio Allan Arbus, la artista comenzó a publicar foto-reportajes en revistas y emprendió el desarrollo de su carrera artística a medida que fue descubriendo muchos de los personajes que formarían el canon de su obra.
Las fotos que cimentaron su prestigio demuestran siempre una aproximación amistosa y sensitiva hacia otros seres, muchos de ellos víctimas de anomalías físicas y rasgos que les situaban fuera de lo común. Su trabajo fue tildado en algunos ámbitos de opinión como explotador y malintencionado.
Otros en tanto han llegado a aceptar que su misión consistió en reconocer y descubrir ternura en seres marginados y descalificados que se movían por fuera de las reglas sociales. Mucho se ha especulado desde su suicidio en 1971 sobre los fundamentos de su obra, su perceptiva visión y los motivos que le llevaron a producir todo cuanto le hizo famosa.
Se le ha acusado de ser una explotadora de la miseria humana; de estar a la caza de todo aquello que apela a nuestros bajos instintos – vouyerismo y morbo, entre otros. Sin embargo, el análisis posterior de su obra deja en claro que su intención fue siempre la de desvelar, por medio de su cámara fotográfica, un territorio artístico que estuvo durante mucho tiempo supeditado al ejercicio humanista de denuncia contra la explotación misma.
Antes de ella quienes habían pisado ese terreno fueron artistas-activistas de la talla de Lewis Hine y Jacob Riis, sin que nunca, por razones de época y de interpretación , llegaran a aproximarse al canon artístico presente en la obra de Arbus o su referente humanista.
Su actitud personal, presente en un gran legado de escritos al respecto, nos muestra un ser humano en busca del reverso de lo que consideramos normal. Sus imágenes fotográficas dejan ver en su obra una artista cuya función consistió en escudriñar más allá del límite de esa mal llamada normalidad, buscando comprensión para aquellos que carecían de ella.
Dos de sus fotografías hoy se consideran indispensables en toda antología : las gemelas, a las que se mira con un cierto aire de incredulidad, y el retrato de un niño que sostiene en su mano una granada de fragmentación en un parque neoyorkino.
Las gemelas fueron referenciadas por Stanley Kubrick en la película El Resplandor, como símbolo de un horrendo crimen y el niño del parque permanece allí en medio de la locura que siempre se pensó puede ser hallada a la vuelta de la esquina en las calles de la urbe.
En la Galería Tate Modern de Londres hay a la vista una muestra intimista de su obra capital. Es de especial importancia lo que hay para admirar, particularmente una serie que durante muchos años ha pasado casi desapercibida.
Se trata de la serie llamada Untitled, realizada en un hogar para discapacitados mentales, en la que vemos la mano suave y la visión férrea de una artista que, ante situaciones potenciales de explotación se explaya en retablos llenos de simpatía hacia un grupo humano menos afortunado que ella y que nosotros.
Allí se hace evidente el cariño que siente por lo que profesa, a más de un gran sentido de responsabilidad, frente a lo que le habría de convertir en una figura muy alta en la fotografía del siglo xx.