Los pitufos, esas diminutas criaturas azules, han pasado fugazmente por el ojo del huracán de la moda pasajera gracias a una (deleznable) adaptación cinematográfica en la que visitaban -¡ellos, la epítome de la vida natural!- la Gran Manzana. Como yo, seguramente tienen mejores recuerdos de estos simpáticos y gregarios personajillos, si no en los álbums originales de Peyó, en las versiones animadas posteriores. Pues que sepan que los pitufos siguen de actualidad. Sus historias siguen editándose allende los Pirineos, y hoy vamos a hablar un poco de ellos.
En el ambito catalán, Editorial Base está recuperando la colección con los cuatro álbums que han salido recientemente: La gran barrufeta, La vila del llac dels barrufets, Els barrufets i el llibre que ho diu tot i Els barrufets i l'arbre d'or, todos ellos realizados por los discípulos de Peyó, puesto que el autor original murió hace prácticamente veinte años.
Cuando éramos jóvenes, nunca nos planteamos si Los pitufos eran un vehículo ideológico o no. Los hay que sí; este mismo año el escritor galo Antoine Buéno publicaba "El pequeño libro azul", donde hacía una interpretación político-ideológica de la aldea pitufa. Para el autor francés, los pitufos viven en una especie de utopía de filiación comunista (todos visten igual, hablan igual) encabezada por un líder -el Gran Pitufo- paternalista y totalitario; mientras que un personaje como Pitufina encarnaría ideales nazis (belleza y pureza ária).
Dejando de lado estas interpretaciones polémicas -y oportunistas: precisamente la obra de Buén se publicaba meses antes de la versión cinematográfica- y no sé hasta qué punto legítimas (en los años 70 ya se publicaron los primeros estudios de este tipo con "Para leer al Pato Donald", una interpretación de los cómics de Disney a la luz del capitalismo más salvaje), lo cierto es que, o no los recordamos bien, o la serie de los Pitufos ha ido introduciendo temas que efectivamente llevan a a la reflexión. En ellos, los pequeños seres azules se encuentran con problemáticas muy cercanas para el lector -al menos, para el adulto-: la aldea, pues, acaba convirtiéndose en una alegoría de nuestra sociedad, con nuestros mismos problemas y situaciones cotidianas.
Por ejemplo, en La gran barrufeta vemos como Pitufina se cansa siempre de ser la chica florero, en la actuación siempre pasiva que denuncia Buéno, y reclama el mismo trato que el resto de pitufos. Para ello, el Gran Pitufo simula un viaje y decide ponerla a ella al mando para que el resto de pitufos la tomen en serio. La gran barrufeta es, pues, una lectura en cierto grado feminista, una crítica -amable, siempre, adornada por un humor blanco, porque en el fondo, estamos ante una serie juvenil- a nuestra sociedad aún llena de prejuicios hacia las cosas que una mujer puede o debe hacer. En La vila del llac dels barrufets, el estrés llega a la aldea de los pitufos y para librarse de él, se inventan un concepto que el lector reconocerá fácilmente: la segunda vivienda. Pero ello los llevará a otra odisea: la de los viajes interminables de vacaciones, las colas en los caminos, los paraísos masificados. En Els barrufets i el llibre que ho diu tot el mensaje se hace aún más filosófico: los pitufos pierden la capacidad de pensar por sí mismos gracias a la recurrencia a un libro que les da todas las respuestas que necesitan, pero que finalmente se vuelve contra ellos. Y en Els barrufets i l´arbre d´or, la destrucción de un tótem tradicional de la aldea hace que los pitufos caigan en toda clase de supersticiones tontas con tal de atraer a la suerte.
Los pitufos, quizá desde un origen más inocente en los años 60, han sabido evolucionar durante más de cincuenta años de aventuras, para tratar temas de actualidad disfrazados bajo el tono azul de la fábula. Son cómics que puede leer el adulto sin sonrojarse y el lector más joven con deleite. A pesar de sus distintas interpretaciones, siguen siendo unos personajes a los que vale la pena redescubrir de tanto en cuanto y volver a ellos para mirarlos con nuevos ojos.