Creo que es una evidencia. Al menos yo lo veo así. Occidente tiene sus horas contadas y, para nuestra desgracia, me temo que no va a ser tan lento como muchos desearían. La carrera tecnológica acelerada que hemos visto desde la segunda guerra mundial es la culpable, pero sólo de su ritmo acelerado. El motivo: nuestra egoísta reclamación de igualdad para todos, aunque sólo la pidamos para nosotros mismos respecto a los más privilegiados dentro de nuestra propia sociedad. Durante cuatrocientos años nuestra vieja Europa, acompañada de su aventajada alumna norteamericana, ha disfrutado de las riquezas del mundo y eso ha hecho que la décima parte de la humanidad viviera mucho mejor que el noventa por ciento restante.
Pero eso se acabó. Despertad, conciudadanos, y atreveos a decir a vuestros hijos lo que todos sabemos pero callamos: Vais a vivir peor que nosotros. Es lo más justo, a pesar de que nosotros hemos disfrutado de los desequilibrios de la injusticia.
Los síntomas son claros. Esta recesión que estamos viviendo es un primer toque de corneta. Es una recesión de Occidente. Asia y Sudamérica siguen creciendo sin descanso. Es cuestión de tiempo que reclamen su trozo del pastel. De hecho, ya lo están haciendo, para consternación de los poderes fácticos. Les hemos metido en el cuerpo el veneno del consumismo y del capitalismo. Les hemos empujado a la democracia, a las buenas o a las malas. Y el resto del mundo ha dicho: Sí, consumamos. Sí, seamos todos iguales. El problema es que lo único que crece a un ritmo que pueda sostener dicha ambición es el flujo de la información. Para el resto de bienes materiales, el aumento de su consumo en los países en vías de desarrollo implica la drástica disminución en los países desarrollados. Los países pobres cada vez protegen más su derecho a sus propios fósiles. Hemos trasladado nuestras contaminantes industrias a sus países y nos hemos ido quedando ¿con qué? Con el poder financiero que los pueda acogotar y seguir explotando. Pero eso también se ha acabado. China se ha convertido en el gran banco mundial y China, ¡ah China!, eso es otro cantar. Juega con otras reglas, tiene otra cultura, otra religión, otra política, otras magnitudes. A China no le vamos a poder meter mano.
Y la democracia que tan pomposamente publicitamos... ¿Es que es democrático acaso que por el mismo trabajo se cobre la décima parte en un país que en otro? Hemos caído en la trampa de nuestra ambición sin límites. No tenemos escusas morales. Si nos parece mal que se mate a un toro en una plaza, que se tire a una cabra desde un campanario, que se arrojen patos al mar para ser cazados por la muchedumbre, ¿qué podemos decir del hambre, de la desigualdad? No nos engañemos con las desigualdades de salón que aireamos en este pútrido Occidente. Desigualdad es lo que tiene Europa y Norteamérica con el resto del mundo. Lo demás son ridiculeces a su lado.
Pero esto se está acabando. El dinero lo tienen los árabes, los chinos y la India. (Me pregunto qué diantres seguimos haciendo en el Gujerat, si la India tiene tres veces nuestro PIB. Tengo la esperanza de que, al menos, estemos evangelizando una verdad espiritual que cada vez tiene menos creyentes en Occidente. La industria la hemos llevado fuera allende nuestras fronteras. ¿Qué diablos hacemos nosotros para creer que seguimos teniendo derecho a vivir mejor que los demás? En realidad, sólo especular. Seguimos especulando para, mediante argucias de vendedor sin escrúpulos, quedarnos con la parte del león de los demás.
Insisto. Se está acabando. Salvo una guerra mundial que sojuzgue de modo tan cruel como los colonialismos del siglo XIX, nos quedan tres telediarios. Y a estas alturas, Occidente ya no está en condiciones de ganar esa guerra, así que, ni por esas. El mundo se está democratizando en su verdadero sentido sin que se pueda evitar. Hemos de hacernos a la idea de que vamos a tener que vivir peor para que la mayoría viva mejor. Tendremos menos coches, viajaremos menos, comeremos peor, trabajaremos más y comenzaremos a hacer de lacayos de quienes nos servían hasta ahora. Estado del bienestar; olvidaos de él tal y como lo hemos construido, a base del dinero de los países pobres y de consolidar en ellos el estado del malestar.
Y eso no está mal. ¿Por qué tiene que vivir tan mal la mitad de la población mundial? Nos hacemos los misericordes hablando del 0,7% del PIB para el desarrollo (porcentaje, por otro lado, que cumple sólo un pequeño racimo de países) mientras seguimos abusando de ellos.
Sí, el imperio occidental está agonizando y el día a día, la alienación de las nuevas tecnologías,