LLUEVE
Cada vez que Karmelo C. Iribarren publica nuevo poemario es un acontecimiento literario. El poeta donostiarra tiene muchos lectores fieles y la fidelidad es el tesoro que mejor guardado tenemos los lectores para ofrecer como tributo a aquellos autores que nos emocionan. “Otra ciudad, otra vida” es el título de su nuevo poemario y Huacanamo el nombre de la editorial catalana con quien el poeta repite después de su extraordinario poemario: “Atravesando la noche”.
Podría parecer que Karmelo C. Iribarren nos ofrece más de lo mismo y esto, que en cualquier otro autor es un defecto, en su caso puede reseñarse como una virtud. Karmelo C. Iribarren no necesita renovarse porque nunca se repite; en esa voz inconfundiblemente suya siempre hay un aporte, una inflexión, un gesto que hace que sus poemas sean distintos aunque partan de elementos comunes. Pero hay algo que marca una diferencia en la nueva propuesta del poeta: la melancolía –seña de identidad del autor hasta ahora- parece haber sucumbido, haber caído irremediablemente en las garras de la tristeza. “Otra ciudad, otra vida” es la constatación hecha poema de que la vida, en su leve transcurrir, nos lleva al abismo, no a la conciencia de que estamos en el abismo, sino a la certeza absoluta de que somos el abismo.
Como si de una paradoja se tratara, el libro se abre con un poema introductorio cuyo título es “últimamente” y sus primeros versos ya son toda una declaración de intenciones: los días vienen/ y se van/ y eso es todo lo que hacen.
El desencanto, la melancolía, la nostalgia… todos ellos pasajeros habituales en la poesía de Iribarren, ceden su sitio a la tristeza, eso sí, con amabilidad, con infinita ternura; pues la ternura es otra de las constantes en la poesía de Iribarren a la que tampoco renuncia esta vez.
En “Otra ciudad, otra vida” (título que supone una vuelta de tuerca a “La ciudad”, la antología del poeta en la editorial Renacimiento) no hay tanto amor como en sus otros libros o el amor no sabe a lo mismo, ha cambiado su textura y su olor, ya no se conjuga en ese presente continuo al que nos tiene acostumbrados el autor. El amor, en este libro, también es una constatación de lo perdido. Desde su título el poemario parece estar enviando señales el lector sobre lo que pretende: “Otra ciudad, otra vida”, la falsa sensación de que cambiando de espacio podremos cambiar los factores que nos tienen atrapados en nuestra propia cárcel. La fantasía de la huida como esperanza de que un paso más allá no está el abismo sino la tierra firme parece frustrarse cuando el autor, fantaseando con la idea de marchar afirma: Últimamente/ -sobre todo las noches de lluvia-, / fantaseo/ con irme/ a vivir/ a otra ciudad.// Pero no se me ocurre ninguna.
A pesar de la tristeza que destilan sus poemas o tal vez gracias a ella, la ironía y el afiladísimo colmillo de la realidad con todas sus cuitas, también tienen sitio en “Otra ciudad, otra vida”. El poeta no se olvida de descolgar un amago de sonrisa en ese abismo de tristeza desde donde nos cuenta lo que es, lo que siente, lo que pasa, lo que ve; y lo hace con un lenguaje desnudo, desprovisto de artificios.
Atención a la forma en que respiran los poemas, pues si el poeta es abismo los poemas son la respiración de ese abismo: “Como un rasguño en el alma”, “Aquí”, “Conspiración”, poemas que respiran ellos para dejar sin aliento al lector.
Y, para terminar, resaltar dos joyas cuyos versos no voy a desgranar porque sería como desmenuzar el firmamento; llevan por título “Intuición del Frío” y “Hacia el Internado”. Pocos poemas tienen la capacidad de quedar prendidos del lector, clavados en la piel mucho tiempo después de ser leídos. Ambos se convierten en necesarios, en poemas a los que acudir cuando la vida aprieta.
Qué fácil parece la poesía de Karmelo C. Iribarren; tan fácil que mientras lees piensas: “esto podría haberlo escrito yo”; luego resulta que lo intentas y es imposible. Yo creo que los poemas de Karmelo C. Iribarren se escriben solos. Están ahí, flotando en el ambiente, escribiéndose a sí mismos mientras el poeta mira distraídamente la autopista, a través de la ventana, un día de lluvia. Porque eso sí: llueve en la poesía de Iribarren. Siempre llueve. Y de qué manera.