Doña Beatriz Galindo, la Latina, filósofa y escritora, distinguida en la corte de la reina de Castilla, amante de la reina y camarera real le invitó un día a Isabel a ir a Codo, un lugar de Aragón para divertir un antruejo, los tres días de Carnaval, antes de casarse con Francisco Ramírez de Madrid, secretario de su marido don Fernando, y amantes, claro; y ya allí concertaron de correr un toro y, porque no había caudal para uno verdadero, acordaron uno que fuese fingido con una manta y cornamenta, y lo fuese un hombre, y para que fuese seguro los jurados mandaron dar un pregón para que nadie tirase garrochas al toro, vara que tiene en su extremidad un arponcillo, para que se agarre y no se desprenda, porque era hombre, y se eligió a Ramírez, sin saberlo por supuesto ni la reina ni la camarera. El divertimento fue grande en burlas y disfraces. La reina y su concubina se lo pasaron de lo lindo; y no digamos el rey.
De este Fernando, gran señor de Castilla, se sabe que era amante de su secretario, que por eso se acuñó en moneda de oro la legitimidad de tanta mariconería: “Tanto monta monta tanto Isabel como Fernando”.
Parte de esta noche próxima al amanecer, se vio a reina y camarera en escarramanchones, a horcajadas, los escarpines, especie de zapatillas, chinelas, por los suelos entre las yerbas, ropas fuera, culos al viento, la lengua estrecha de una en istmo de tierra en la otra. La reina tenía un coño taimado, astuto y pícaro; “un coño, lo dijo la criada, que follaba en hebreo”. Con la cornamenta arrancada al toro, se hacían cosquillas y bromeaban y recordaron aquellos espacios anchos en Julióbriga, ciudad de la España Tarraconense en la región de los cántabros, que se supone la actual Retortillo, cerca de Reinosa, y donde montadas en Julo, caballería que va delante de las demás de la recua se besaban y se corrían. ¡Con que gracia¡ Y se reían recordando a Ramírez, próximo esposo de la camarera, y le llamaron “El toro de Oriente”, por lo del Palacio de Oriente de Madrid,
Y la reina decía que “Fernando era un juglar de la polla, que recitaba poesía tocando capullos para recreo de reyes y de abades y grandes señores”. Y al rey le llamaron “Colín”; y cantaron:
- “Colín, Colín, coliendo Floores .”
"Lafoyette” , como llamaba la reina Isabel a La Latina, era como una pavesa encendida que separándose del pabilo hace correrse la vela, exclamando la reina las misma palabras que dicen que gritó Colón cuando quiso darle alcance y beneficiarse al de Triana : “Santa María, que Pinta, tiene la Niña”, viendo las tres carabelas a la caza de nuevos continentes.
Y recordaron, también, el día en que abrazadas en el mismo lecho, y el rey ido a por el Lignum Crucis a Tierra Santa, la reina le leía ese libro de autor anónimo “ Lais, manceba de Alcibiades”, la cual cautivó a todos los hombres ilustres de su tierra, e incluso a los paletos. Y le decía con arrumacos y caricias: “ Lafoyette, mi lamiente, que lames, Lais, fue una hetaira griega, natural de una de las colonias de Sicilia, de gran talento e ingenio, como tú”.
Estando así en espuma de besos entre los grandes labios, sintieron unos pies detrás de unos matorrales, y alguien estornudó; era un estornudo de rey, sin duda. Y la reina dijo: .¿Quién anda ahí?
El rey saliendo de entre los matorrales, con el calzón caído y el pito colgando,
(no se vió a su secretario), respondió:
-Yo soy.