Puede ser,
que esta prisa la haya contraído yo en tu presencia, que toda tú me descalces el ánimo, que me prometas que vas a cambiar y mañana nada, y mañana otra vez, este truco atroz de quedar por siempre atrapada en ti. Por lo menos nosotras nos lo planteamos, me dices, como si esa frase tuviera algún significado descifrable, y no. No sé por qué nos hemos permitido el lujo de perder la vida, de caminar cada día sobre los desechos de nuestros pasos de ayer, de astillarnos la memoria con saxos en emepetrés. No sé.
Pero este pálpito hace lo propio,
nos
c
h
o
r
r
e
a
,
salgo de la oficina con las pulsaciones
aquí así
es
el pulso
en la boca
del estómago,
la carne olvidada,
la prisa a cuestas,
sangre en las corvas,
los ojos
incapaces
de
posarse
en
algo
que tenga
s o s i e g o.
No queda en mis actos ya nada de mí, me salpico sin calma en cada cosa, me impaciento ante el agua a punto de hervir, tras del autobús que no llega, junto al móvil que no cesa, contra el tiempo en armas y,
ya en la cama,
toda esta caja de madera mala me revienta de pensares. De pesares. Dicen que esta ciudad se repite dentro de cada una de nosotras, como si fuéramos un souvenir de esos de urbes dentro de una esfera. Y no, nosotras somos… joder, iba a decir que ciudadanas, ciudadanas americanos. Tú y yo qué, qué vamos a ser ciudadanas. Nosotras no habitamos las calles, paso por ellas sin rozarlas ni mojarme. Sé que los muchachos que se bañan con las bocas de agua reventadas serán en la canícula de la noche más ciudadanos que tú y que yo; sé que los dos hombres afilados que se besan con sus bocas reventadas de agua serán más esta noche ciudadanos que tú y que yo. Y qué. Estas pastillas de horas muertas ya no me aplacan.
Y soñarás conmigo, mujer que te echas en los quicios, náyade que va al cine este sábado, tipa del flequillo que algo esperas. Llegaré a ti sin querer desde el escaparate con fotocopias de ofertas de vuelo para dos personas, seis noches, cuatrostrellas; subiré a tus sueños desde el cartel del autobús, por la revista arriba y desde los anuncios de tus medias, por los codos de todos los saxofones, en la serie de más éxito de tu canal satélite, entre todas las estampas rotas de Manhattan. Llegaré a ti, qué remedio, atravesada por Lorca poco a poco hasta hacerme la puñeta. Insensata que imaginas que en mi casa tengo indolencia y contestador, entradita recoleta, ganas de algo, una copa de vino junto al libro, sábanas chulas, lamparitas de lectura, perfumadores eléctricos:
A mí tú ni me pienses.
Date a otra. Date a otra que al menos viva, que tenga ganas, que ande entera, que no sea un túnel, que pueble, que se deje habitar las caderas, que le sobren horas, que nazca a veces, que se rasque y ya no quiera entender más, que te folle con algo más que con la mirada, que saque aquí a su cristo en procesión, que esté harta de guisar, que sepa odiar. Que su primer pensamiento no fuera, aquella mañana, para los documentos desordenados al estrellarse el avión contra la segunda torre. Muda tu anhelo a otra, con otra gracia, de otro barrio, cruza el puente, colecciona fronteras, actualiza tus mentiras, entra donde la carne te apriete, encuentra tu casa, busca la ventana del tendedero, abre este abanico, date al azar. Pero no a mí, pero no a esta prisa.
Encomiéndate a ella. Ancha es.
Oh, Nueva York, orbe de urbe, ciudad sin disculpa, tú, que todo lo representas.