Postal de habitación al vértigo
Abro, cariño —ahora que no estás—,
con trabajo y dolor la puerta de la calle.
Me tambaleo imbécil por el living
hasta dar con mi cuarto registrado
por secuaces a sueldo del amor.
Sorteo a duras penas
la ropa y los zapatos que hay tirados,
los jirones de frases
donde todavía me habitas,
restos de pizza que me cené anoche
y tres o cuatro vasos de gin tonic.
Llego luego a la cama y me desvelo.
Trato de hacer dos versos y no puedo.
Vomito sobre el piso alcohol y anfetaminas.
Me cago en este mundo: sin palabras,
sin fuerzas que hagan frente a mi mal fario.
Duermo vestido cuando la luz del día
se acerca a susurrarme pesadillas
mientras el barrio huele a cafeteras
y la ciudad entera a ojeras mal pagadas,
a trabajos de mierda y a tristeza.
Sueño que aún no te has ido,
que no te escribo cartas
desde esta habitación abierta
al vértigo y la nada de nosotros.
Letra a letra
Perdona si mi voz no es la que era,
si en mi cuarto hay ese olor
a plácida violencia tras el llanto, si tengo canas
y por fin me asalta la resaca tras la fiesta
con su cuchillo hiriente y melancólico,
si aún llega fin de mes a noche trece,
si la ducha sigue estropeada,
si no he ganado nunca el Jaime Gil de Biedma
ni aprendí a bailar tangos ni manejo
automóviles caros como la madrugada...
Perdóname también si no me corto un pelo
ni trabajo ni duermo ni dejo de llamarte
ni sé pedir perdón como dios manda
sin reírme en la madre que parió a este planeta.
Perdona —conejito de miel, hembra de otros,
bichito de la luz en mi pasado,
memoria ardida en cueros, perfume
de corazón burdel—, tantas palabras putas
que te dije.
Perdóname... si me voy olvidando de tu cara,
si dibujé tu nombre en nuestro patio
con un palo y oriné sobre él
hasta borrarte el alma, letra a letra.
Bendita Golfemia
A Alejandro Sawa y Elías Deià,
santos poetas malditos
He practicado yoga hasta sentirme mío,
he aprendido a ayunar, no tener casa
ni perro ni pipa, a aceptar mis canas,
mis harapos, a festejar sin lira,
ni musas caprichosas, las caderas
huesudas de la vida. He sido bueno
otra vez y me he olvidado
de miseria y anemias por un rato.
Pero al final has vuelto como siempre
a mis labios —enfermedad tan negra,
país del desamparo, raza de bestias hoscas
que habitas mis poemas,
que arrastras a mal fario de tabernas—
a decirme que el mundo era otra cosa,
que la bohemia mata, que el tabaco,
que amar pasó de moda, que nadie sueña
en libre sin terminar en sombra
entre las sombras de un hospital psiquiátrico.
Y el áspero cristal de las semanas
me cortó tiernamente las plantas de los pies,
y el opio de la noche me embriagó los ojos,
y la alegría entera me envejeció de golpe
entre los brazos.