Con la venia.
Señoría. Señores del Jurado...
Mi defendida, la señora Maruja Ribagorza, trabajadora del servicio de la limpieza del Instituto de Enseñanza Secundaria María Zambrano, se declara inocente del delito de homicidio en primer grado en la persona del finado don Melindo Pomares Alcántara, profesor laico de religión en ese mismo instituto.
Es cierto, y así lo admite y corrobora mi defendida, que don Melindo halló la muerte a consecuencia de un desgraciado suceso del que ella misma fue ejecutora, si bien lo hizo con total desconocimiento de las consecuencias de su acto, y que el desgraciado desenlace tuvo lugar a consecuencia de un equívoco totalmente involuntario por su parte.
Mi defendida, la señora Maruja Ribagorza, declara que, como cada tarde, se ocupaba en realizar la limpieza de la sala de profesores mientras éstos se hallaban reunidos y que lo hacía así porque era su obligación y porque, hasta entonces, ninguno de los profesores le indicó que debería limpiar la sala cuando ésta estuviera vacía por completo.
Declara mi defendida que, al encontrarse el instituto en la llanura castellano-manchega, era habitual que la sala, así como otras dependencias, se llenara de moscas al calor de la tarde. Asimismo, declara que, considerando que su obligación mantener limpias las instalaciones incluía la eliminación de las mencionadas moscas, todas las tardes, tras cerrar por completo las ventanas, pulverizaba el aire con un matamoscas muy conocido por su altísima eficacia; y que, después de esperar unos instantes, barría del suelo las moscas muertas, abriendo de nuevo las ventanas para ventilar.
La señora Maruja Ribagorza declara, y así lo han corroborado todos los profesores testigos del suceso, que la tarde del veintiocho de mayo se dirigió hacia el claustro a la hora acostumbrada y realizó las tareas de limpieza habituales; que cerró las ventanas como tenía por costumbre y que, y cito textualmente, “esparcí el frufrú matamoscas por todo el aire como hacía siempre”, pero al ver que el espray no causaba ningún efecto, repitió la operación tres o cuatro veces, con el mismo resultado.
Señoría, señores del Jurado:
Mi defendida declina toda responsabilidad por el trágico desenlace que acabó con la vida del profesor Pomares y se declara inocente del asesinato que se le imputa, por lo que solicitamos el veredicto de inocencia, ya que ella ha declarado bajo juramento, y cito textualmente, que “solo cuando cayó redondo al suelo el joputa‘l Melindo me di cuenta de que lo que tenía en la mano no era el matamoscas sino el espray anti violadores”.