No sé cómo se escribe cruasan. Me lo pregunto cada vez que lo desayuno junto a un moro que mastica tabaco y propone hacerme una mamada por cuarenta euros. Jodido moro que quiere embadurnarme la polla con su halitosis de nicotina. Si sigo desayunando en este garito es para ratificarme en que la naturaleza humana da asco coma o no cruasans. Lo que no entiende la lengua, el estómago lo digiere sin preguntar. En la calle, el autobús de la asistencia social ha recogido cuatro sillas de ruedas con personas resignadas a la prolongación del tiempo en relojes estropeados. Me fumo un puro después del desayuno y le echo el humo en la cara al moro que por venganza me escupe su bola de saliva y tabaco en chicle. El moro me dice cabrón cristiano de los huevos y le muestro el crucifijo que llevo colgado al cuello, crucifijo por el cual no me jugaría el cuello. Pero el moro tampoco tiene intención de inmolarse por aquí ni por alá. Así que estamos igualados en nuestra confesión religiosa. Nos despreciamos porque somos muy parecidos. Voy a por el pan sobado con el que untaré salsas asquerosas por mi manía de emular la cocina de autor plagiado. Volveré a casa donde me espera el ordenador con sus avisos, fans y amiguitos de facebook lanzando bobadas al ciberespacio. Enviaré mis colaboraciones por correo electrónico y eructaré con erección estúpida y convencido de que la edad no enseña nada reseñable, excepto que te queda menos tiempo para hacer el bobo con la pretenciosidad de un superhéroe.
