"Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos" - Jorge Luís Borges
Tras la muerte de Franco –en la cama, hecho que debiera sonrojar a nuestros eméritos políticos de la resistencia- y el proceso democrático que se gestó en los siguientes años hasta desembocar en la primera Constitución verdaderamente democrática, en el año 1978, la izquierda oculta o exiliada durante cuatro décadas volvió al panorama político nacional. Si en un primer momento la UCD ganó las elecciones, más por miedo y atractivo de Suarez –sí, así son las cosas-, en el 82, tras la desintegración de aquel crisol transitorio, la ahora moderada naturaleza izquierdista española dio el poder al PSOE. El pueblo español, egoísta en lo individual, tiene en su conjunto una inclinación inevitable hacia la justicia social en lo teórico. Desde entonces, la izquierda ha gobernado durante muchos años en el país, así como en muchas comunidades. Pero durante estas tres décadas largas de democracia, la izquierda ha ido despojándose de todos sus ropajes ideológicos; empezando por el abandono del ideario marxista por el PSOE en 1979, quedándose sólo con su etiqueta. Los políticos profesionales de izquierdas han tomado como suyas las premisas caciquistas y han ido enriqueciéndose paulatinamente, hasta convertirse en millonarios (Véase González, Bono, Toxo y un sinfín más) que, en una burla a sus votantes, se disfrazan con chaquetas de pana, ante y jerséis de lana para los mítines de sus otrora entregados votantes. En idéntica circunstancia económica se encuentran los que, desde la cultura, fueron adalides de la izquierda (Véase Víctor Manuel y Ana Belén, Serrat, Miguel Ríos o Sabina). Resulta que durante estos años, mientras el pueblo trabajador ha recogido sólo una pequeña parte de la enorme riqueza que se ha generado gracias al maná de los fondos de cohesión, los representantes públicos de la izquierda se han unido al empresariado más especulador y a la banca en la innoble tarea de multiplicar exponencialmente sus riquezas mediante un uso torticero del voto de sus fieles.
Y una vez convertida la clase política –autodenominada- de izquierdas en los nuevos millonarios de este país, ¿cuánto tiempo teníamos que esperar para que, a pesar de repetir los mismos eslóganes de igualdad y justicia social de sus programas, sus hechos demostraran la traición a sus votantes y simpatizantes? Ha llegado un momento en que la izquierda –reconvertida en conservadora (de su nueva riqueza y poder)- se ha convertido en cómplice entusiasta de la banca, de los poderes fácticos y de la derecha más rancia. Tras escupir sus raíces marxistas, el siguiente golpe lo asestó Felipe González integrándonos en la OTAN, cuando dicha organización representaba el sometimiento político y militar a los Estados Unidos y el no adherirse a la misma era parte fundamental de su programa. Algo así como el estrangulamiento de los funcionarios y pensionistas que acaba de ejecutar ZP. Sólo la izquierda obligada por sus nuevos socios en la riqueza puede llevar a cabo políticas tan contrarias a su teórica ideología. Ya metidos hasta el fondo de la piscina de lo estratégicamente conveniente, los miembros fácticos de la organización se lanzaron al expolio de las arcas del estado y empresas privadas, como Roldán con los fondos reservados, el “hermanísimo” sacando provecho al tráfico de influencias, Boyer enriqueciendo a los amigos con los despojos aprovechables de Rumasa y haciendo pagar a los españoles por la expropiación... ¡Y tienen huevos de seguir empleando la palabra “Obrero” en su nombre!
Pese a todo, los ocho años de gobierno del PP hicieron que el pueblo, siempre tan olvidadizo, proclive al perdón -y, no lo silenciemos, voto cautivo de ambos grupos mayoritarios-, pensara que la izquierda se había regenerado, pero los hechos constatan lo contrario. De un lado, el juego del gobierno con la banca. Se atemoriza al pueblo con las dificultades financieras de la banca y, ¡ay amigo!, hay que correr a darles dinero para que no se caiga el sistema. A la empresa pequeña, al autónomo que pasa dificultades, al particular que tiene que pagar el IRPF, la tasa de incineración, el impuesto de circulación, el IBI… ¡que les den! Eso sí, el dinero que el estado presta a la banca desaparece del mercado como por arte de Tamariz. Escudándose en esas tensiones de liquidez y en las devoluciones de los préstamos a los bancos internacionales, los bancos dejan de prestar y de renovar los créditos –salvo que el cliente acepte unos tipos de interés a la renovación tan elevados que, si se aplicara la Ley de Represión de la Usura de 1908, todos los consejos de administración de los bancos y cajas tendrían que estar ya en la cárcel-. Y la pregunta es, ¿adónde ha ido a parar ese dinero? ¿Es verdad que a los maléficos mercados internacionales que nos han prestado con liberalidad durante todos estos años? Pues paradójicamente, a financiar al Estado. El Estado les da el dinero a los bancos y cajas, y éstos, en un grandísimo porcentaje, se lo vuelven a prestar al Estado, aunque a un interés mayor del que el Estado había aplicado. Y esto lo hace un gobierno que se define como de izquierdas. ¿Y para qué todo este mareo del dinero? Para enriquecer a bancos y mediadores. Para que el beneficio vaya a parar a manos de los intermediarios financieros: la fuerza menos productiva de la nación.
Y ahora, a bajar los sueldos a los funcionarios. A bajar las pensiones. A aumentar la edad de jubilación. ¿Por qué no se dejan de engaños y se denominan como lo que realmente representan hoy: PSOE- Partido de Sinvergüenzas Organizadores de Engaños? ¿Dónde coño está la izquierda? ¿Cómo es que en España la política más capitalista es ejecutada sistemáticamente por lo que se denominan partidos de izquierda? ¿Hasta cuándo se lo vamos a aguantar? ¿Para qué votar a la derecha?, piensan los conservadores, si la política más extremadamente derechista la lleva a cabo la izquierda.