Hace unos meses se decretó en la provincia argentina de Neuquén el estado de emergencia sanitaria debido a un brote de leptospirosis que afectó a dos hombres que trabajan en un criadero de cerdos. La leptospirosis es una enfermedad que se origina en las ratas, y que llega al exterior cuando estos roedores salen de sus madrigueras a buscar alimento, alimento que generalmente encuentran en basurales y zonas abandonadas, zonas en donde también orinan, zonas que también funcionan como hábitat de perros callejeros. Y para frenar el brote de leptospirosis, desde la intendencia de Neuquén se sugirió la eliminación de los perros callejeros, perros que están (o no) en contacto con la orina de las ratas. En otras palabras más elegantes, se propuso una ley de eutanasia. O en otras palabras más claras, se intentó una gran, una enorme matanza de perros; como una especie de Diluvio Universal exclusivo para perros sin cucha, a fin de eliminar una enfermedad que es producida por las ratas.
Esta idea era casi un hecho, hasta que ocurrió algo. Ocurrió la gente. La gente, que últimamente se manifiesta pacífica pero tercamente cada vez que está de acuerdo y cada vez que no está de acuerdo con una idea, decidió volver a manifestarse. En 19 ciudades argentinas la gente salió a oponerse a la matanza de perros callejeros. Las antorchas encendidas decían que matar al dragón no elimina el fuego, y dejando a un lado toda metáfora, las pancartas y la actitud decían que matar a las víctimas (en este caso, los perros) no elimina la leptospirosis. Y la polémica ley de eutanasia canina, entonces, quedó suspendida, aunque no cancelada.
Es cierto que en un país -en un mundo- abundante en desigualdades humanas, difícilmente la salud de los perros pueda ser prioridad. Claro que también es cierto que los miles de perros callejeros no están en las calles porque sí. Gran parte de la responsabilidad de la superpoblación perruna es de la gente, de la gente que salió a oponerse a la matanza y, peor aún, de la gente que estaba a favor de ella. Hay gente, se sabe, que adopta y castra y cuida a un perro o a decenas de perros, y hay gente, también se sabe, que compra un tierno cachorro porque es tierno cachorro y luego lo abandona porque el tierno cachorro se tomó el atrevimiento de crecer. Y ese perro crecido deambula por la calle, almuerza con las ratas, se reproduce, y se convierte en miles.
No hay dudas ni oposiciones sobre la necesidad de frenar el brote de leptospirosis. Pero algo anda mal cuando se piensa que la solución a un problema es la aniquilación de la comunidad que lo padece, así sea una comunidad de perros, de gatos, de unicornios o de personas.