En ciertas tertulias se palpa la añoranza por aquellos años en que, reventones de optimismo, beligerancia y otros ímpetus juveniles, la gente protestaba, firmaba manifiestos y se echaba a la calle a la primera de cambio. Pura nostalgia greñosa de los que ya hemos superado los cuarenta convirtiéndonos en optimistas escarmentados, es decir, ciudadanos del negro-negro y ley de Murphy. Sin embargo, estamos volviendo a los tiempos del manifiesto y la adhesión. Una firma rápida y poco comprometida para intentar resolver los problemas que partidos, sindicatos e instituciones no pueden o no se atreven a encarar por falta de entusiasmo, conformismo o por simple desidia intelectual, sumidos, también ellos, como están, en el negro-negro pero corrupto, que tanto ayuda a ir tirando.
Lo que aparentemente reclaman Serrat y Sabina es que la desigualdad no sea tan lacerante. Con el pelotazo llegó la “cultura” del enriquecimiento rápido, condenando a galeras a la cultura de la superación, la dignidad y la honradez. Los niños ya no quieren ser médicos de esos que salvan vidas en África, tampoco bomberos o astronautas, sino brokers, cantantes o futbolistas. Si hay suerte y un pariente que los enfuche, alcaldes o concejales con derecho a expoliar el cajón y obligación de comprarse un Mercedes. Por eso vivimos en un lodazal: porque lo hemos querido así, lo hemos fomentado y aupado al medallero.
Los artistas quieren que la salida de esta puta y merecida crisis no sea gestionada por quienes la han provocado. Quieren que los ejecutivos de bancos y multinacionales no se conviertan en una casta de privilegiados con salarios galácticos y áticos en el barrio de Salamanca desde donde contemplan cómo las hordas de los intocables trapichean con la vida para poder llegar al miércoles. Vuelven los manifiestos para comprobar si la socialdemocracia está dormida, cataléptica, en coma o muerta. Para saber si eso de llenar carro en el Carrefour entre gitanos e inmigrantes no es el último reducto de una igualdad imposible.
Pintan bastos y la cosa no puede estar más chunga: los partidos socialistas europeos carecen de proyectos viables, los sindicatos no consiguen la confianza de sus afiliados y los jefes de la patronal- y esta observación no es mía- reclaman mayor capacidad de consumo para los currelas porque ellos son, a fin de cuentas, quienes van a comprar lo que ellos producen. Por eso vuelven los manifiestos. Para que la ilusión y las ideas vuelvan a circular y la izquierda despierte. Con o sin el beso del príncipe azul; con o sin bofetada.