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ISSN 1989-4163

NUMERO 07 - NOVIEMBRE 2009

 

Sueño luego Existo

Isabel Huete

Los sueños a veces tienen cierto tufo a desajuste neuronal o si lo queremos decir en clave psíquica, nuestro subconsciente recurre al sadismo cuando se empeña en rebrotar pinceladas del pasado que racionalmente hemos relegado al rincón más oscuro de la memoria.

Creo no equivocarme si digo que a todos gustaría olvidar los sueños desagradables al despertar porque al recordarlos, sobre todo los más angustiosos, nos quedamos sumidos durante un rato en su reconstrucción intentando encontrarles alguna explicación que los haga comprensibles, lo cual rara vez se consigue debido a su complejidad.

A mí personalmente me resulta muy esclarecedor ahondar en el subconsciente, técnica que adquirí en los dos años en los que me sometí voluntariamente y con afán indagador a sesiones semanales de psicoanálisis, disciplina que por aquel entonces se catalogaba como de locos y para locos. Consideré que difícilmente podría conocer las bases analíticas en las que se sustentaba si previamente no experimentaba dicha terapia en mis propias carnes.

Sin embargo ya había deambulado por el mundo de la psiquiatría pura y dura con apenas veinte años porque mi familia estaba empeñada en que mi sentido de la libertad y mi rebeldía tenía un no sé qué de anormal y yo, preocupada porque fuese verdad y, en parte, porque esa opinión me creó cierto complejo de culpabilidad, fui a visitar a un especialista. Después de tratarme durante un tiempo y de someterme a diversos test de inteligencia y personalidad, aparte de recetarme medicamentos contra la ansiedad, acabó concluyendo que quien necesitaba tratamiento no era yo precisamente.

Eso, ni qué decir tiene, me alivió bastante, aparte de que el hombre me trató con especial sensibilidad y acabamos entablando una amistad que duró muchos años. Rota la relación médico-paciente, me confesó que si había seguido tratándome era porque mis angustias no provenían de ningún trastorno psicológico importante sino de la presión a la que estaba sometida por un padre en exceso riguroso y tradicional, además de violento, y eso le había llevado a la conclusión de que más que seguir una terapia lo que necesitaba era tener cerca una persona adulta en quien confiar para poder vomitar sin complejos todo aquello que me quitaba el sueño.

En realidad mis neuras no llegaban a impedirme dormir sino que, por el contrario, me llevaron a soportar terribles pesadillas que con el paso de los años no sólo fueron en aumento sino que, además, muchas de ellas se cronificaron repitiéndose una y otra vez hasta producirme auténtico desasosiego. Deduzco que, dada mi curiosidad por lo desconocido, de ahí nació mi interés por todo lo que tuviera que ver con la psique.

La psicoanalista a la que después de muchos años acudí, me dio bastantes claves para interpretar los mensajes que nos llegan del subconsciente y, lo que es mejor, a analizar y desentrañar los misterios de nuestros actos conscientes, que son muchos. Sé, por ejemplo, por qué sueño tantas veces que buceo dentro de una caverna llena de agua y puedo respirar tranquilamente sin necesidad de convertirme en pez, aparte de no poder estirar los brazos y llevarlos siempre doblados y pegados a mi pecho. No es precisamente un sueño doloroso revivir la estancia en el útero materno nadando por un espacio lleno de color y de curiosidades en los que centrar mi atención; sólo hasta que decido que ya me he bañado lo suficiente y quiero salir... No hay salida, y es ahí donde la respiración se me hace ahogo y pataleo desesperadamente intentando encontrar un poco de aire. No hay final porque en ese punto siempre me despierto. Dicen que los niños lloran al nacer porque pasan de una atmósfera protectora y placentera  dentro del cuerpo de su madre a la atmósfera violenta de la vida exterior, violencia que comienza en el mismo acto del parto. Sin embargo en mi sueño, una vez que había sometido a una exhaustiva inspección a mi hermosa caverna inundada, buscaba desesperadamente la salida: la familia puede ser un útero cálido y tranquilo o un nido de víboras disfrazadas de arco iris.

Las negras olas altas como montañas que lo arrasan todo o las carreteras llenas de curvas imposibles que no llevaban a ninguna parte, volviendo siempre al sitio de partida, fueron sueños –entre otros- objeto de mi análisis. El miedo y la inseguridad los tenía incrustados en todas y cada una de mis neuronas sin yo saberlo, hasta que fueron apareciendo nuevas conexiones entre ellas una vez que me fui desprendiendo de las más antiguas y deterioradas.

Respecto al consciente, no he conseguido averiguar todavía, por ejemplo, por qué cuando más prisa tengo para llegar a algún sitio, más lenta me vuelvo o me pongo a ordenar cosas que me retrasan aún más y que no requieren ninguna atención especial o pueden esperar sin problema. Es probable, deduzco, que el motivo sea que en realidad no me apetece nada ir a ese lugar previsto o encontrarme con la persona o personas con las que haya concertado una cita. Entonces el análisis es encontrar una respuesta a esa actitud: ¿qué me desagrada para no querer ir? La respuesta hay que descubrirla en uno mismo y no en aquello que tienes pensado o debes hacer ni en las personas con las te vas a encontrar. A veces pienso que me mueve el desinterés por lo más o menos rutinario (no así por lo novedoso), o la pereza con la que la experiencia me va envolviendo con el paso de los años, o el miedo a las consecuencias, o el placer por la soledad (alcanzando a veces cierto grado de misantropía), o sencillamente el descoloque que me produce tener que interrumpir lo que en ese momento estuviera haciendo, ya sea dormir, leer un libro o estar dedicada a la vida contemplativa.

Mi experiencia me ha llevado a pensar que analizar el mundo de la subconsciencia resulta menos complicado que hacerlo con el de la consciencia, quizá porque ésta ultima se nutre de realidades tangibles mientras que la primera lo hace de metáforas de la realidad y su interpretación tiene un papel  aclaratorio más que explicatorio. El sueño puede ser espantoso pero desaparece casi tan rápidamente como se creó, siendo su aparición espontánea y sin posibilidad de establecer relación entre el espacio y el tiempo;  la realidad, sin embargo, la vamos construyendo minuto a minuto mediante la voluntad sin poder pasar de largo sobre las consecuencias de aquello que decidimos hacer. Somos sujetos activos; hay un antes, un después y, lo que es más importante, un ahora, jugando todo ello un papel determinante en la belleza o negrura de nuestra existencia.

No siempre encuentro la respuesta adecuada, o siquiera alguna, a muchos de los porqués de mis actos, pero nunca dejo de hacerme la pregunta porque me parece importante saber por qué y para qué hacemos o no las cosas. No es una búsqueda de la perfección sino de encontrar la razón o razones que guían mis pasos para descubrir las trampas que me hago en el solitario, que precisamente porque sé que son trampas no me satisfacen. Es una manera de intentar jugar limpio conmigo misma.

 
 

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