En mi casa entre,
llantén y verdolaga,
duermen los almendros.
Lejano un perro ladra
a la imperiosa llamada
del gallo al amanecer.
Se despereza la culpa,
y el dolor se amontona.
Alzo la mirada hacia el rezo azul
de la imposibilidad.
Mi madre ya solo canta,
ajena a esta plaga que se ensaña
con la vejez.
Ella canta, y yo ruego
para que en la residencia
no se cuele la muerte.