No estoy segura. Toda actividad tiene lugar en un espacio paralelo. Los volúmenes vacíos de peso fluctúan por ahí arriba. Los redirijo como si girara el volante engañoso de unos coches de choque. Bajo a la arena y piso cada piedra. Hago como que cuento, como que camino, aunque nada ocupe su lugar. Quiero colocar la cuerda floja entre dos dedos de los pies y pronuncio unas palabras de aliento que explotan a medio camino. Arrastro impulso desde los forros, bajo un solo escalón y cojo un ritmo de galope, agua que tiembla, sudo. Mastico despacito una pizca de pan y retengo la náusea. Hay olas pequeñas que se parecen a mí. Líquidas buscan algún lugar para quedarse quietas. Quiero salir corriendo y que una bocanada de aire me devuelva al lugar en el que se me tragaron, equilibrada.
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Mastico un pensamiento crudo, se queda colgado en la cava del estómago, vibra un momentito y se empieza a secar despidiendo ese olor a salmuera tan poco soportable. Con todas las ventanas abiertas y el gusto a lo cerrado que no se me despega.
Una nunca se sabe.
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No se pierde la mirada. Se queda un largo rato situada en un punto fijo, un faro. Descansa. Cualquier intento de cambio de paisaje requiere de todo mi esfuerzo. Giro. Partículas ingrávidas bailan y chocan entre sí dentro del cráneo. Mantener el aplomo es asirse al vacío. Me quedo aquí, mirando. A un punto. La tarde cae como si se acabara un telefilm. El aire se abomba. Cuesta trabajo rescatar las ideas. Digo de vez en cuando “vale”, una especie de punto y aparte cuando logro acabar la más mínima tarea. Es involuntario, “vale”, alentándome un pasito ansioso de náusea. Ralentizada, tortuguita en desconcierto, me obligo a no releer, obsesiva, los títulos en los lomos de los libros. Has tenido que cambiar de lugar la estantería. Ayer fue malo. Se trastornaron afectos, hubo arañazos y gritos que llegaban de un mundo muy remoto. La medicación no fue buena compañera y me dejó perdida en medio de un desastre. Había logrado el día anterior hacer torrijas con los ojos cerrados. Salieron extrañamente deliciosas, como si a nada tuviese que prestársele en realidad demasiada atención. Hoy he salido a caminar unos pocos metros. El viento ponía en duda quién de los dos se bandeaba. La vida parece un decorado en el que no me ubico, pero las torrijas hacen milagrosamente una labor reconfortante.
El vértigo me eleva hacia el suelo. Santa semana vestibular.