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ISSN 1989-4163

NUMERO 123 - MAYO 2021

 

Fuego

Inés Matute

Y mientras la polarización política necional (no es una errata) sustituye cualquier otra preocupación de calado -las mutaciones del maldito virus y la lentísima vacunación, el fracaso educativo, el abandono de la ciencia, los desahucios, la pérdida de empleo, la agonía turística, la descapitalización empresarial, la depresión y desmoralización de millones de españoles y hasta el cambio climático, si me apuran- servidora vive inmersa en el extrañamiento. Un extrañamiento que nada tiene que ver con esa bola de fuego que rueda sobre el espacio público amenazando con acabar con nuestra bien ganada democracia, sino con las enormes piras que en la India consumen cuerpos como si no hubiera un mañana.

¿Lo hay?

Las tomas aéreas (pocas pero impactantes) nos han mostrado la tala de los bosques cercanos a las grandes ciudades de ese vasto país que va desde el techo del mundo al océano Índico. Los indios necesitan conseguir más madera para esos cadáveres que, tirados en descampados, con prisa y sin dignidad de ningún tipo, aguardan bajo un sol negro a que alguien les arrime una cerilla. Cremaciones masivas y una situación sanitaria descontrolada. Si bien las imágenes de la Fiesta de la Primavera me sorprendieron tanto o más que aquel famoso partido del Athletic de Bilbao que acabó en fiesta vandálica, nada nos hizo prever que si la cosa se les iba de las manos, miles o millones de indios morirían sumidos en la impotencia.

Lógico es que comentemos en el bar las oleadas de despidos de los bancos, las penurias de la pequeña y mediana empresa y la indecente actitud de la señora Monasterio, cada día que pasa más burra y legionaria, pero no olvidemos que esos cadáveres cuyo humo y olor ennegrecen el cielo de la India son víctimas de la misma pandemia que nos encerró en casa hace un año, y que con su silencio en llamas nos advierten de que un virus caprichoso podría acabar con la humanidad entera. Es curioso cómo puedo sentirme más cerca de aquellos que lloran y pelean por un balón de oxígeno en Bombay, Delhi o  Calcuta que de cuatro chiquilicuatres madrileños que nos venden que su encrucijada es la del “todo o nada” mientras la convivencia ideológica se va al carajo tras el espectro de una pureza moral inalcanzable.  La frase es más vieja que la tos, pero cuando alguien señala a la luna, solo el tonto se queda mirando el dedo.

 

 

 


 

 

Fuego

 

 

 

 
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