Capítulo del libro "El sexo a-legar". Lo puedes comprar aquí.
El deseo de una familia nuclear y el ideal cristiano de la mujer casada “optima uxor”, esposa excelente, que reflejan en sus escritos los escritores cristianos orientales del S. IV y V, hace que se establezcan y tipifiquen unos estados de la mujer, cuya filosofía perduraría tanto, que todavía en el S.XVI lo reflejaría en su libro, “La Perfecta casada” Fray Luis de León. Estos estados, que definían la vida y modo de actuar de la mujer, dentro de ellos, eran: Virgo, vidua, diacona y maritata. ( Virgen, viuda, diacona y casada) y cada uno conllevaba una actuación y un comportamiento, ante la vida, diferente. Pero fijémonos en la mujer casada. Adquiría este estado mediante el matrimonio, pero esta situación, coloca a la mujer en una evidente desigualdad frente al hombre, que se convierte, a partir de ese momento, en jefe y guía de su esposa. Tales argumentos los basan y justifican en la doctrina de los filósofos clásicos griegos, esencialmente en Platón que en la República insiste en la debilidad natural del sexo femenino, aunque tampoco faltaba la referencia Bíblica a Eva y el pecado cometido, que con su conducta arrastró tras sí a Adán. Sin embargo esta debilidad puede ser superada por la “virtus”, la fortaleza cristiana, que convierte a la mujer casada en “optima uxor”, esposa ideal. Esta conducta la contrapone a la mujer casada impúdica y perversa, carente de pudor y rectitud, que atrae y seduce a los hombres.
Evidentemente, tales estados no constituían la variedad real de la situación social. Porque aunque la característica definitoria de la unión marital era la celebración del matrimonio, en esta decisión, con no poca frecuencia, poco o nada había decidido la pareja, fruto de acuerdos pactados entre los padres o familiares de los contrayentes. Los intereses que se ponían en juego, con los enlaces matrimoniales, no eran como para dejarlos en manos de los jóvenes “a los que les impulsaba más la pasión, que los dictados de la razón”. Si este intervencionismo era duro para el varón, todavía lo era más para la mujer, que se veía condenada a la tutela y dominio de un hombre que le habían impuesto. Resultan sumamente significativas algunas ilustraciones de los libros medievales, en los que se muestra la escena de dos recién casados; el hombre se encuentra metido en la cama mientras que la mujer totalmente desnuda va a meterse dentro, pero una cosa llama la atención, lleva la cabeza cubierta con un velo, lo que indica el estado de sumisión, y respeto a quien está dentro de la cama; y al lado de la cama, dos mujeres, posiblemente madres de ambos contrayentes, dándoles la espalda en la escena, pero presentes en la misma, charlan, lo que indica la implicación de la familia en tal acontecimiento. Y a todo esto se añade un problema sobreañadido que afectaba a la mujer, ya que si carecía de dote, era muy difícil el poderse casar, e incluso, hasta para entrar en los conventos se les solía solicitar.
No resulta pues extraño que exista una abundante documentación de pleitos, iniciados por mujeres solicitando la separación matrimonial, aunque también la hay de hombres (1)
(2) Los comentarios de Eugenio López, notario y funcionario de la corona, en Medina, Mérida y Madrid, en el S. XVII, asustado por la abundancia de estos, nos muestra la realidad que originaba estas uniones y las abundantes peticiones de separación: “Se comenzaron a introducir por parte de las mugeres malcontentas de sus maridos muchas y diversas caussas de nulidades de los matrimonios que havían contraydo y después de haver coavitado con ellos algunos años y tenido hijos, fundando demandas hordinariamente en que sus padres, o las madres, o otras personas, las forzavan para que se cassasen y que las havían hecho malos tratamientos dándolas de porrazos y mojicones hasta arrastrarlas de los cavellos y quereras aogar y otras amenazas que las hacían, y provada la fuerza en plenario juycío con citación de los maridos, como ellos por la mayor parte no lo contradecían, ni havían ningunas defenssas, benían a concluir con las mugeres, y aunque por esto se dava traslado al fiscal, como no se hacía por el probanza ninguna de lo contrario, luego los vicarios y provissores davan por ningunos los matrimonios, y con esto se dexavan passar las sentencias en cossa juzgada aunque nunca passan”.
Como reacción a esta situación de la mujer en el matrimonio, en el que el amor es un sentimiento relegado a un plano muy secundario, tras intereses “más importantes” como pueden ser el poder o la unión de fortunas, cuando no, por desgracia, el apremio por solucionar situaciones de necesidad perentoria como puede ser la miseria, o en casos de viudedad y con hijos, la protección y mantenimiento de estos, surge una corriente literaria divulgada por poetas y trovadores por palacios y plazas con la exaltación del amor cortés y la idealización de la mujer. Los libros de amor y los dibujos en los manuscritos del S. XV, en los que la felicidad está simbolizada por el amor, son la contrapartida a esta situación, con la mitificación del amor de los enamorados, que las mujeres no podían encontrar en la vida real. En el mundo de la nobleza, con la proliferación de guerras, se produce un fenómeno digno de tomar en cuenta, en el que entran, de igual manera, “los cinturones de castidad”, como la necesidad de la mujer de administrar, en ausencia de su “señor”, situación que podía prolongarse meses o años, la hacienda y tierras, cuando no incluso proceder a la defensa de los castillos ante las ambiciones de otros señores feudales. Esto le obligaba a una formación, que solía recibir en los conventos en los que, habitualmente, la abadesa tenía una independencia y autonomía, casi total, del estamento eclesiástico masculino.
1- Pérez Molina, Isabel. Las Mujeres en el Antiguo Régimen. Ed. Icaria. 1994.
2- Rodríguez, A.: “Zurbarán y Extremadura. Entre España y Portugal”.
En Actas del Simposium Internacional: “Zurbarán y su época”. (1998).
Junta de Extremadura. Consejería de Cultura y Patrimonio. Pág. 43-51.