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ISSN 1989-4163

NUMERO 103 - MAYO 2019

 

Quién da Más

Rosa María Ortega

   Cuarenta y seis añacos voy a cumplir y en mi existir he visto ya a 2 señores desnudos cruzando la calle. El primero, hace tres agostos. El segundo, ayer. ¿Qué te parece? Porque a mí me parece la quintaesencia de la alegría anatómica colgante de escrotos y verga al airecillo primaveral. A la brisa urbana esos pelillos (o pelazos) que el varón paseaba en un despliegue de libertad sin fronteras. Le echaba yo unos 60 y tantos al hidalgo, que no tenía ni pinta ni atrezo de que fuera o fuese aquello ambientación o escena de cine, sino un día cualquiera en la vida misma con gentío en la acera y un sujeto que se ha levantao la mañana de ayer con la fabulosa idea de andar desnudo con la chorra al viento. Que de cerca no acertaba yo a aclararme si la criatura era un bárbaro rústico troglodita venido de una gruta etiópica, o era de los machos finos, por la chispa de su caminar en consonancia con el meneo del pito. 

   Qué espectáculo más bizarro. Porque claro, el mundo no hacía otra cosa que mirarle al señor el colgajo, impasible y triunfante él (el señor, no el colgajo). Y venga a requetemirar todos y todas a su paso, que parece que no haya visto nunca nadie a un tío en bolas, siglo XXI en que andamos. Si al final es de lo más normal de la vida, que se ven cosas mucho más singulares que esa, cotidianamente hablando, y nadie dice . Los repartidores de pizza motorizados, sin ir más lejos, que destilan matemáticas 2X2=4 por el tubo de escape. Esos sí que son de una anomalía severa. 
   
   Por donde vive mi padre pasa el tío de la pizza en 2 ruedas cada viernes, y se lía a dar vueltas a la manzana o línea recta, hasta que no puede más, le chorrea la frente de angustia y se para y le pregunta a un vecino, que está allí, en la puerta, mirándole pasmoso: Perdone usted, ¿el número 9 de esta calle? ¡Que no lo veo! Y el vecino le contesta: Pues un par de casas más arriba, porque este es el 6. Y el pizzero: ¡No no! Si llevo un rato y nada, que del 8 pasa al 10. ¡No hay 9! Y el vecino le mira y piensa: Tú eres tonto. Pero no le dice que es tonto, le dice: Es que tienes que mirar los números impares, que están en la acera de enfrente.

   Por eso te digo que el tío de la pizza es un ejemplo de ser humano fragmentao, y eso es peor de aquí a Bilbao que andar por la calle en porretas, digo yo. Aunque ni el uno ni el otro son de malas pulgas, las cosas como son. Que daño, lo que se dice daño al prójimo, no hacen, ni el pizzero corto ni el del pijo largo. En todo caso, reparten felicidad, porque unas risas te las echas a su costa. Pero hay otros que sí cometen crímenes contra el pueblo, y crecen, y se reproducen, y quedan absueltos de castigo divino, escondidos en el cuento de la moza y la manzana. Verás... 
   
   Yo conozco a un tío, Wally, que entra en la categoría de pirómano de las tinieblas. A los 10 años de su inocente puericia le dio por prender una cerilla y quemar las sábanas que tenía su madre tendidas en el lavadero. Eso me lo contó él sin arrepentimiento ninguno. Ahora trabaja para Greenpeace. Que tú dirás: mira, el muchacho se ha reformao. Pero yo, que soy más de "no te fíes", digo: A saber Greenpeace lo que trama en el planeta, no hayan quemao Notre Dame y luego digan "yo no he sido, yo no he sido". ¿¿Ehhhh?? ¿Que no? ¿Dónde está Wally? Porque yo no lo he visto últimamente. ¿Eh? ¿Dónde está? Habrá salido huyendo hacia Eurodisney, a esconderse en la caseta de los enanos de Blancanieves, qué te juegas. Ya me lo dirás con el tiempo. Prófugo de la justicia parisina, quemador oficial de la Santa Catedral de Notre Dame, ex pirómano de sábanas de tendedero. Eso rezará en su epitafio, seguro. Vamos, que no.

   De todos modos, yo siempre he dicho que vea lo que vea, el ojo humano es susceptible de ver todavía una chaladura mayor de la que ha visto 10 segundos atrás al girar la esquina. Yo he llegao a ver a un sujeto mortal llegar tan fresco a urgencias del hospital, acercarse al mostrador y decir: Buenas tardes. Y tú: Buenas tardes. ¿Que le pasa? Y él: Que me muerdo las uñas y me he tragao una. Y tú lo miras. Y lo vuelves a mirar. Y le preguntas: ¿Pero se nota usted algo en la garganta? Y él: No, no me noto nada. Pero me he tragao una uña. Y tú: la madre que me parió. Y mientras, tu compañera de al lado en admisión de pacientes atiende a una, sin duda, influencer de las de hoy, rollo esposa de portero de fútbol retirada de antiguo puesto laboral de información deportiva en televisión y ahora haciendo NADA. Ahí lo dejo. No voy a dar nombre, porque está feo y no estaría bien que supieras quién es. Igual con las pistas que he dado tampoco te enteras, que soy muy buena dando pistas inteligentes para que te resulte difícil averiguar de quién se trata. Mira tú, que se me da bien eso. Pues total, que tu compañera de mostrador en urgencias está atendiendo a la influencer pija, y le pregunta: ¿Qué te ocurre? Y ella: Que tengo los labios agrietados. Vengo a urgencias, que tengo tarjeta sanitaria VIP. Que me den algo, ¿no?

Una hostia hidratante balsámica labial te voy a dar. 

   Bueno, pues me voy a ir levantando, andando y yendo, que ya he dicho unas cuantas tonterías juntas en no muchos párrafos. Que tengo más, no se me acaban, no te vayas tú a pensar que mi intelecto no da para cuarto y mitad más de chuminadas varias, pero hay que ponerse unos límites, si no estaríamos aquí criando malvas ya muchos años después y largando pamplinas desde la eternidad, ya ves tú.

   Una cosa te digo, ¿eh? El peatón sexagenario en pelotas...frío no tiene.  

 

 

 

 


 

 

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