SEGUNDA PARTE DEL INGENUOSO MAESTRO IDRO HUIDOBRO
(José Jiménez Lozano, Maestro Idro Huidobro. Memorias de un escribidor, Almería, Confluencias, 2018.)
“[…] y luego le dijo el cordelero al escribidor, que por qué no hacía un libro con dos o tres novelas ejemplares que fueran como las del señor Miguel, e incluso tendría que pedir permiso y perdón a éste por habérsele ocurrido el título copiándolo de él, y estas novelas o historias podían ser sobre aquellas épicas que le había contado el escritor al cordelero que habían ocurrido en su escuela, […]”
José Jiménez Lozano, Memorias de un escribidor (p. 20.)
“Dejamos en la primera parte desta historia…”, no. “Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento…”, tampoco. “Y así, no podía inclinarme a creer que tan gallarda historia hubiese quedado manca y estropeada, y echaba la culpa a la malignidad del tiempo…” (Quijote, 1ª, VIII).
“Decíamos ayer…” “A pesar de que en el pueblo le habían dado por muerto, Maestro Huidobro estaba sólo dormido […] Y murió.” “Y no vimos su correspondencia”, añade en el último capítulo (“Memoria”) de su Maestro Huidobro (Anthropos, 1999, p. 120), José Jiménez Lozano, el discípulo amado y amanuense de su evangelio apócrifo. Ni sus trabajos, añadimos nosotros, porque “quemaba siempre los manuscritos que acaba de escribir” (p. 21), en un carnaval de “llamas que se volvían de rojas y doradas, verdes y azules”—“¿Podría haber mayor belleza en lo escrito?” (p. 42); “Luego recogía la ceniza de las llamas más bonitas y se las entregaba a Mosén Pascual para que las utilizase los Miércoles de Ceniza” (p. 21)—.Y así hasta hoy, veinte años después —que veinte años no es nada—, que vuelve Maestro Idro Huidobro —¿Segunda parte: El regreso de un Maestro?— con el cartapacio de sus Memorias de un escribidor, donde el dizque editor Jiménez Lozano recoge su testamento, epístolas, cuaderno de viajes, su vida y milagros.
Y es que sus Memorias constituyen la segunda tabla del díptico de Maestro Idro, con la recopilación de sus diálogos sobre el oficio de escribir en mester oral o impreso. Y es a esa tabla de salvación de la escritura a la que se agarra el autor de estas Memorias para romper una lanza a favor de la libertad expresiva, sea desde las fuentes de la oralidad, sea desde la escritura del diletante o escribidor, y al margen de la institucionalización de la Literatura en la era postmoderna y de la subnorma de “la corrección política”. Y todo ello, merced a un repliegue a los adentros clásicos y a su compasivo acervo cervantino.
DEL ESCRIBIDOR HUIDOBRO A MEMORIAS DE UN MAESTRO
“Maestro Huidobro estaba de rodillas delante de las cajas, y Mosén Pascual sentado en un sillón, y haciendo los apartes encima de la mesa, según aquél iba alcanzándole los libros, después de nombrar sus títulos:
—Sara de Ur —dijo Maestro Huidobro.
—¡Buen libro, que ha sacado a más de un viejo de su vejez, y a más de un muerto de su sepultura! —comentó Mosén Pascual.
Y añadió:
—¡Ojalá también pudiera haberlo hecho con su autor!
—¿Es que ha muerto? —preguntó Maestro Huidobro.
—No, pero está viejo y melancólico.”
José Jiménez Lozano, Maestro Huidobro (pp. 93-94.)
“[…]
Ávila, Zamarramala,
Alejandría, Aviñón,
“[…]”
Jon Juaristi, Diario del poeta recién cansado
Si Maestro Huidobro (de 1999) era una novela finisecular, primitivista y maravillosa —en todos los sentidos del término: como relato feérico y de extraordinario lirismo—, de ingenuo estilo arcaizante, nostálgico de la historia de un otoño y el otoño de la Edad Media al alimón entre el castellano Maestro Huidobro y el flamenco Maestro Huizinga, emblemática e icónica —en todos los sentidos— de la poética de J.J.L., que daba vida a la tradición occidental clásica y judeocristiana en su escrutinio desde la Biblia —Ruth— o la Antigüedad—el Tigris y el Éufrates— hasta la historia del pensamiento filosófico europeo —Spinoza—, Memorias de un escribidor es una obra miscelánea en la que don José hace de su “capa de velar” (p. 32) un sayo secular —aun escorado a “los adentros” del hábito regular—, con su proverbial querencia humanista por el primer Renacimiento castellano —desde el mudejarillo Juan de la Cruz y los judigüelos tornadizos Teresa de Jesús y Luis de León al “señor Miguel” el del “Cervantes”, los cuadrilleros de su Santa Hermandad—, y en la que se reconcilian los diálogos de la Lengua—y la Literatura— en la tradición de Platón y al estilo de Valdés con los libros de viajes —como esa “ruta del escribidor”, auténtico viaje (de estudios) a un Parnaso, ucrónico y utópico, en que conviven en un mismo espacio-tiempo la Teresa y Desiderio Kierkegaard en Arévalo y Constantinopla, como si compartieran círculo de la mano del “señor Virgilio”, tal como reza una “Nota sobre la bibliografía utilizada”—, y asoman artículos de costumbres o de circunstancias que lo acercan más al periodismo de opinión o a la prosa de los diarios de autor —como en sus últimos dietarios: Advenimientos, Los cuadernos de Rembrandt o Cartas provi(de)nciales— que al memorialismo o las notas autobiográficas del maestro.
Y, claro está, la novela, como novella sin desligar aún del cuento o del romance y que, en el caso de Jiménez Lozano, trae resonancias del realismo maravilloso de Industrias y andanzas de Alfanhuí; con mucho de la melancólica recreación de los mitos, poética e irónica, a lo Cunqueiro; el relato bizantino de Joan Perucho, con su gusto por balnearios y espejos; y la reactualización provinciana de los clásicos al estilo de su tocayo Azorín. Y Cervantes, por supuesto.
UN ANTES Y UN DESPUÉS DE CERVANTES, LA TÍA Y EL ESCRIBIDOR
o
LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA PÁGINAS
“Aunque lo mejor sería que te tocase el gordo y entonces ya te podían dar hasta el Nobel ése que dan, y no sólo si querías ser escribidor, sino lo que quisieras.”
José Jiménez Lozano, Memorias de un escribidor (p. 118.)
«¿Y si un día él no hubiera dicho: “No puedo pensar en mí: hay algo terrible, una dificultad que se escapa, un obstáculo que no se encuentra”? e inmediatamente después: “Él dice que no puede pensar en sí mismo: en los demás todavía, en tal otro, pero todo ello es como una flecha, lanzada desde demasiado lejos, que no alcanzaría su objetivo, y no obstante cuando se detiene y cae, el objetivo, en la lejanía, se estremece y viene a su encuentro.”»
Maurice Blanchot, El último hombre (Arena Libros, 2001, p. 10.)
Porque para Jiménez Lozano, escindido, al igual que el escribidor —y su secretaria, la “señorita Eudora Olalla”—, entre el juglar oral y el clérigo amanuense, entre maestro de su “Academia para conversar” (1999, p. 96) y “academia para enseñar diálogos” (2018, p. 57) vs. conversador de solana y escribiente de notario o escribidor por cuenta propia —“como todos los de tu gremio, escribidores, escribas y escribanos, y otra gente de este maldito oficio sentado y tan tranquilo” (p. 132)—; con el corazón partido, igual que “el señor Virgilio”, entre “cronista y pregonero”, el justo medio, la proporción áurea, parece estar en la transcripción de lo hablado, en el papel del historiador arábigo Cide Hamete —“algo pariente de un rico arriero de Arévalo”, citado en el Quijote (1ª, XVI), y al que se convierte en el candilero Ahmed, contertulio del escribidor “con el señor Miguel de Cervantes que iba a Arévalo a ver a su rescatador, fray Juan Gil” y otros más, como “el Mancebo de Arévalo, con sus vuelos místicos” (p. 131)—, o en el rol de narrador editor del Quijote, como dice serlo él de Idro Huidobro, donde la 1ª y la 3ª persona se cruzan, intercambian y confunden —así la autoironía metaliteraria de “un libro del escribidor, escrito en honor del señor Miguel y de las gallinas del Licenciado” (p. 154), obra del propio Jiménez Lozano—, como se menciona en nuestro paratexto de ese parágrafo de monsieur Blanchot —otro que tal cuando se pone a hacer virguerías confusas, difusas y abstrusas, y profusas, que podría decir Jiménez Lozano, “a veces escritas en estilos muy derridianos o de novela mágica y total, en la que nunca se acaba de atar cabos” (p. 153).
Y bajo esa égida, el donoso escrutinio de filias y fobias en airosa “inquisición de libros buenos y malos”, una cartilla de lecturas literarias y amena enciclopedia divulgativa de su escuela unitaria de aldea global, en el “me gusta/no me gusta” de una intertextualidad crítica para el lector (más bien lectora), en que (san) José pone a su diestra “Las grandes amistades”, sus antiguallas de cabecera —Homero, Juan Ruiz y el Maestro Cervantes, Erasmo, los jansenistas, Dostoievski, Kierkegaard— o Lacan y Lévinas, y a la siniestra, sus “demonios” —Lutero, Tolstoi,, Krause, Campoamor, Freud, Picasso o Hemingway, amén de Hegel o los jesuitas, a beneficio de inventario—, en el prontuario de una guía espiritual de la literatura española que, entre bromas y veras, da el salto a guía cultural de Europa, con regalo de una agenda de la vuelta al mundo en 80 días (años o páginas).
INCORRECIÓN POLÍTICA VERSUS INCORRECCIÓN ACADÉMICA
o
CARTAS DE UN SEXAGENARIO ESCRUPULOSO
«Vuestra Señoría recordará que, cuando era chico, a lo mejor se ponía en las paredes de la calle: “Juan es tonto” “Viva yo” o “Pepita es muy guapa”, y lo que pasa es que, ahora, estos letreros y lo que se le ocurre a cualquiera se llama “red social”, se pone en un aparato y no sólo lo leen, sino que hasta lo comentan los hombres públicos y eclesiásticos, porque las redes recogen, quiera Su Señoría o no, barro y basurilla de la calle de pasar tanto ganado.[…] y los pregoneros y predicadores electrónicos también tenían derecho a expresarse, cuando les viniera en su necesidad, pero deberían dirigirse a los lugares secretos a verter esas sus necesidades de expresión, diciendo simplemente como los romanos iban al vomitorio, además de a otros lavabos. »
José Jiménez Lozano, Memorias de un escribidor (pp. 39 y 137.)
Esa misma línea satírica es la que, entre socarronería y sarcasmo, le sirve para criticar el aquí y ahora de la vida sociocultural española, desde el mito de la cultura democrática —interdisciplinar y multicultural—, al vasallaje literario —de subvención, galardón y línea editorial con su “Índice de libros prohibidos”—, la jerigonza mediática —eventos, poderes fácticos, pensamiento débil— y la sumisión a las tecnologías más idiotizadoras —“ordenador y tabla negra”—, con su tarifa plana —de encefalograma plano—, quam tabulam rasam. Y ello, no con las reticencias contemporizadoras propias del intelectual orgánico de derechas, sino con la guasa del conversador conservador, reaccionario que reacciona como un hidalgo quijotesco —el tres en uno del maestro: escribidor, asistente y secretaria, réplica del triunvirato del caballero de los siglos dorados, con su escudero y mozo de caballos—, desmelenándose—nada casposo— en un breve cursillo de lenguaje políticamente incorrecto para la tercera edad, un abulense abuelo Cebolleta octogenario —en su segunda infancia, y nada rancio, por tanto—, y tarrete —de las esencias, tarrete pero con mucho tarro—, más para el Más Allá que para el más acá, o “pa Toledo”, y a pique de dar, acervantinada/mente, en la Casa del Nuncio, a decir de los tordesillescos autores de turno del brazo secular del Frente Cultural, encerrado en el bucle del tiempo cíclico del mito —degradado a ´superstición’, ‘postverdad’, ‘fake new’ o, ‘trola monda y lironda’—, y haciendo frente incluso a los molinos de viento de la RAE en lo tocante al laísmo —“según el propio señor Miguel de Cervantes escribe” (p. 162)— o jugando al escondite con el leísmo y el loísmo, tal vez porque “Mi mundo no es de estos reinos”.
COLOFÓN
“O te enfrentas a todo el mundo diciendo, a quien quiera oírte, que has fundado un partido ultra-progresista de ideas nuevas, y que vas a asaltar los Bancos y poner todo a nombre del pueblo en el Registro Civil, cerrar las iglesias por lo menos en invierno y también repartir los cuadros de los museos de pinturas antiguas para adornar las barberías que deben ser todas públicas, y vas a abrir escuelas en las escuelas en las que aprobará todo el pueblo, sin andar aprendiendo tonterías, y ya verás cómo te llueve el éxito y la fama. […] y volvió a decirle el maestro Desiderio Kierkegaard que a ver si una multitud iba a encontrar nada de nada, salvo lo que siempre busca, que es alguien que la mande y a patadas, porque ya no resisten las que se dan unos a otros en lo que llaman la colectividad.”
José Jiménez Lozano, Memorias de un escribidor (pp. 68 y 147-148.)