Después de borrar las pisadas posadas
sobre el vericueto repleto de rodantes estepicursores
y lamer las cicatrices causadas por el hielo derretido
y por el papel de lija donde anidaban ciertos versos ásperos,
llego hasta ti.
Desemboco acá donde tu moras a la vez que reinas.
Cuestión de innata compatibilidad.
Es el final del punto de fuga.
Es el preciso, instante justo, exacto, ineludible y no pactado:
en el que me inquieres monárquicamente:
-¿Encontraste la perspectiva?
Pero sobre todo, ¿qué tal el paisaje?
-Siempre estabas tú.
-Has regresado explorador y llevas clavado mi estandarte.
Entra de nuevo en mi reino y acomódate, Piero.
Desplómate, reposa, sacia tu sed
y vuélveme a describir el paisaje,
una y otra vez, mil veces mil o más,
hasta que el punto de fuga nos acabe haciendo inmortales
y quedemos juntos atrapados dentro de él.