Hay recuerdos que perduran en una o varias escenas de la vida cotidiana.
Hoy mientras esperaba mi transporte, ahí junto a la parada de siempre, al fijar mi vista más allá de dónde mis ojos pudieran, distinguí una silueta y te imaginé. Así, con tu sonrisa tan franca y esos cabellos alborotados, tus jeans apretados y la blusa color salmón. Sé que la vida da muchas vueltas, y los círculos en que socializamos no son los mismos. Quise imaginarte una vez más. Si has estado junto a mí, en alguna ocasión, creo que no podría reconocerte. Tal vez ahora que han pasado algunos años luzcas diferente.
Hasta yo he cambiado. Recuerdas esa primera vez que nos vimos; yo usaba una playera morada, llevaba mis libros bajo el brazo; tal vez debí decirte cuánto me gustabas en aquella ocasión, y plantear si podíamos seguir viéndonos. Pero cómo iba hacerlo si apenas te conocía, apenas entre cruzamos palabras. Tus ojos, tan grandes, me comían a mordiscos pequeñitos. No quería que el viaje del camión se terminara. Casualmente íbamos en la misma preparatoria, sólo que tú un grado más arriba que yo; nunca me dijiste tu nombre, así que lo tuve que investigar por cuenta propia.
Los días pasaron tan rápido, pero siempre en la misma esquina y a la misma hora nos hicimos compañía hasta terminar el ciclo escolar, y para mí fue una gran pena verte usar la toga y el birrete al terminar el año, con las bancas llenas de tus compañeros de generación, al frente los directivos, y tú graduándote con honores, mientras yo era el siguiente en la lista de invitados para dirigir unas palabras a los presentes. Soy un orador nato; bueno, eso me hicieron creer. Y decidí participar con un discurso de graduación porque al menos así podía verte, y leer algunas palabras sólo para ti; podría mencionar tu nombre, y sabría que me escucharías hacerlo. Al leer, cerré los ojos cómo susurrando en tu oído.
Pero tú, con tu mundo en otros horizontes ni te diste cuenta. Bajé del estrado tan lento para qué nadie me viera. Y lo peor es que, fue tal mi torpeza, que se enredaron los cables en mis torpes pies y caí delante de todos. ¿Lo recuerdas? Me sentí morir de la vergüenza. Mientras me levantaba alcé la vista para verte; desde abajo te veías tan hermosa, con tus cabellos alaciados, tu rostro con un poco de maquillaje. Me viste por un momento y yo me sentí con esa felicidad pequeña dentro de mi pecho.
Pero pasaron los años sin saber qué fue de ti. Yo terminé la preparatoria con honores también; la universidad no fue nada fácil pues tenía que viajar, y en cada viaje te buscaba, en otros rostros, con esos jeans apretados, en cada blusa color salmón, en los cabellos alborotados de las chicas que siempre cruzaban ante mí. Ninguna de ellas tenía tu mirada ni tu sonrisa tan franca. A algunas las frecuenté por tener tu nombre, o la letra de tu apellido. Todavía a veces saco la fotografía que recorté de la prensa del día en que participé con aquel discurso, y donde te ves a lo lejos separada de la multitud. Y platico contigo, como hoy en que al tomar el transporte me remonté a mis años de estudiante mientras llego a la escuela, y doy mi clase, mi querida Regina.