«Las gargantas de las gárgolas de San Vito
gotean lanzas de hielo, lánguidas, huidos bailes,
y sin deseos, quietas, gimen el cielo de gris,
cómicamente constipadas».
Escrito doble en Centroeuropa: II Praga
«Icare, dicebat; pennas adspexit in undis»: Metamorfosis, Ovidio: VIII, IV
A Pepa, Lola, Loli, María Dolores, germinadas ya en sus ondas de luto
***
Mi memoria fue un patio ajedrezado
sin reyes ni alfiles,
reinas al aire de madrugadas,
septiembres ocultos al calendario
y vísperas de silencios con campanas.
Sin limonero, hay un níspero donde abrazarse,
un cielo cuadriculado, eterno,
laberinto donde encontrar las huellas en el agua:
plumas aforando el mar,
aire de alas, viento largo,
y la cara de un jazmín asomado a una esquina,
maullando al sur de la mañana.
El resquicio del café absorbía
?como un oculto vaho vagaroso,
silencio que se pega en el espejo
y, allí, diseña caprichos de formas
cálidas, rayadas, borrosas?
el sueño por la tarde de masa real,
blando pegados al paladar,
cuando no era ni una nota a pie de página,
cuando aún no sabía contar los amores,
y las noches se dormían conmigo.
Aquella luz de geranios acompañaba
a todas las horas del verde soliloquio
sus ondas geminadas de peciolos;
germinadas unas sondas de luto
y una profundidad de abrazos de mujer
se mantenían en vísperas de sus besos:
las huellas en el agua.
Toda esa distancia femenina acaricia,
reina imprimiendo carácter,
su efigie infinita se estampa
allí, en el patio ajedrezado
con un olor a limpio puro,
a impresos nombres de mujer
?Pepa, Lola, Loli, María Dolores?,
a hoja de árbol, a libro recién encendido,
que en las calles, ya peón de madrugadas,
pausados, se regaban.
Eran noche aún los saltos de cama,
cuando los ruidos solo eran gatos
y el silencio una voz desvelada,
con sabor a piano.
Rozar el viento, dormir despierto,
allá donde el aire reposara
de dar la vuelta a la casa,
de cabalgar un vistazo sin apuros,
por todas las camas heladas,
en los armarios del pensamiento,
en las alhacenas del álbum,
en las alhucemas de la copa,
en el perfil oblicuo del espejo
vaho de diagonal cuerpo.
Y ese olor a fuego recién cortado,
con nombre de cenizas,
ardido entre el cuaderno:
Icare, dicebat; pennas adspexit in undis.
Patio amedrentado, a veces,
por la lenta primera sangre
de una rodilla, Ícaro incendiado
entre gritos y raspaduras;
patio donde correría un feroz viento óseo
bajo un vuelo sin la azulada huella del agua;
patio donde aprendí a hablarme solo,
otra vez con mi boca fría de hambre
y larga sed de aventuras que no sucedieron,
pero me contaba esa voz baja
alrededor de mojados nombres
entre plantas en los ojos,
espliego de mis engaños.
Y al eco, la repetida voz de mi Dédalo
que descubrió las huellas en el agua.
Madrid: 17 de octubre de 2017 y 14 de abril de 2018