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ISSN 1989-4163

NUMERO 93 - MAYO 2018

North by Northwest

(Quiero verte más cerca, más. Ahí)

Julio Soler

Setenta veces siete. Una evasión sedentaria al refugio de montaña estilo Frank Lloyd Wright de La Tres Fuentes lindando con el Monte Coto. Setenta veces siete habían visionado la película Con la muerte en los talones. Un verdadero maratón de cine, solo interrumpido para merendar, desvestirse, vestirse, desvestirse, merendar y  azuzar las llamaradas protuberantes de los crepúsculos que deseaban augurar otro nuevo maratón de cine, esta vez de El imperio de los sentidos. Otras setenta veces siete. Pero eso requería preparación para someterse a la claustrofobia compartida y eso requería aprendizaje en el exterior. No era el Monte Rushmore, no, pero decidieron jugar.

-Seamos por fin beligerantes hasta abismar el borde de lo bélico y lo lúdico. La realidad quizás quiera seguir estando en el exterior. Juguemos al juego de El francotirador. Tú harás del Sr. Kaplan-Thornhill y yo de la Sra. Kendall.

-¿Te acuerdas de las reglas?

-No las había. Quizás final, sí.

-Bien Sra. Kendall, nos llevaremos la ballesta y su mira caleidoscópica que compramos en el día mundial de las armas que atraviesan y en el día mundial de los sueños policromados, respectivamente.

-Así, igual no, seguro, aciertas la diana, Sr. Kaplan-Thornhill. Y hablando también de sensaciones, para comunicarnos, participarán los megáfonos que nos regalaron por el día mundial de los vis a vis y las vendas que recibimos de Amazon el día mundial de la transparencia.

-Una granada variedad mollar y…

-…un tablero por si eventualmente tenemos que usarlo para yacer en él como celebración del final del juego, si lo hubiera.

Salieron del refugio vociferando sonidos guturales ininteligibles. Una lluvia crepuscular mezclada con el primer vano intento de ligerísimo rayo verde iluminando mínimamente la escena, significaron el comienzo del juego; la colocación de cada uno en sus respectivas casillas de salida en la cantera. Silencio. Él en la última terraza de arriba y ella en la última de abajo. Cuestión de perspectiva. No era el granito del Monte Rushmore, pero era mármol crema marfil, cortado con hilo de diamante, del Monte Coto. Un digno escenario. Silencio que se quiebra.

-Sra. Kendall, súbete al bloque de marfil crema que hay formando una isla dentro del charco  a tu babor.

-¿¡¡Qué!!? ¡¡¡No te oigo bien!!! ¡¡¡ Gritaaaa!!!

-¡¡¡Utilicemos el megáfonooooono!!!

-Mucho mejor, Sr. Kaplan-Thornhill.

-Hay eco, pero me gusta. Así quedará todo más claro varias veces. Digo que te subas al bloque de marfil crema que hay formando una isla dentro del charco que a tu babor y te coloques la granada encima de tu cabeza, esa de bellos ojos ovalados. Voy a montar la ballesta con mira caleidoscópica. Ya está. Empecemos, Sra. Kendall.

-Entóname y después cántame y después me vuelves a entonar una y otra vez, hasta por lo menos un millar, la canción aquella de Nuestra superstición. Pero de manera furiosa e inquietante. Con ese susurro tuyo similar al estruendo que producen las lágrimas cobardes cuando se cuajan porque no aciertan a resbalar por el cuerpo al presentir el vértigo de su caída y su destino. También me serviría la profundidad de la voz ronca de Barry White con sonido de Filadelfia.
                              
      -“Con esta mirada sísmica
         que me constato
         frente al espejo quebrado en mil.
         Pedazos que con ellos
         camino bajo escaleras
         y andamios que cobijan
         a todos los gatos negros
         nacidos en el boom de la construcción.
         Con la mirada del principio,
         ahora puesta en ti,
         te pido que nos deseemos suerte.
         Que nos abandonemos a nuestra superstición.
         Tan dulcemente vieja
         como setenta veces siete años de maldición.”

-¿Construcción? Sustituyamos la construcción por la palabra caos. Quiero compartir el caos contigo. Deseo tu caos masivo dentro de mí. Desata tu furia impía e inclemente. Anticípame el fin del mundo, quiero tu final del mundo y hacerlo nuestro.

-No te veo bien. Te veo en pedacitos multicolores con esta mira caleidoscópica.

-Cari Cary Grant, digo Sr. Kaplan-Thornhill, añoro tener de nuevo mi piel resplandeciente, luminosa y tersa como cuando en nuestro tren en North by Northwest nos encajábamos en los túneles. Pongámonos las vendas, es decir, vendémonos.

-Pero tesoro Eva Marie-Saint, digo, Sra. Kendall, no sé si acertaré.

-Acertarás. Lacerar porque sí no es lo tuyo. Y aparte nos jugamos nuestro tablero.

-Afinaré la puntería. Quiero sentirte más de cerca, más. Ahí.

-Lánzate. Lanza ya.

 


 

Monte Rushmore

 

 

 

 

 

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