Siempre he asociado el Carpe Diem de Horacio (No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. A vivir que son dos días. Aprovecha el momento, no confíes en el mañana) a momentos dramáticos de la Historia, como las guerras, donde hoy estás vivo y mañana es posible –o probable– que no. En esas situaciones es comprensible que se viva como si no hubiera un mañana, ya que, especialmente desde que nuestros amigos rusos y americanos tienen un botón que lo hace posible, esa circunstancia puede ser cierta en cualquier momento. La segunda asociación la vinculo a las culturas en profunda degradación moral, donde se ha perdido toda responsabilidad con el futuro y el sentido personal de trascendencia. La última asociación es con la juventud; las hormonas disparadas y la sensación de inmortalidad que se tiene en esa temprana edad, provocan que muchos jóvenes vivan al límite, tanto en lo referido al sexo, como las drogas y las situaciones de riesgo. Así pues, quitando los momentos históricos de catástrofes como guerras y epidemias, o las civilizaciones en descomposición, el Carpe Diem, bajo mi criterio, era una filosofía de vida inherente y propia de la indómita juventud.
Pero en este comienzo del tercer milenio, el Carpe Diem se ha adueñado en Occidente y por vez primera, de la edad madura. Hasta hace pocas décadas, los hombres y mujeres de cuarenta años y cincuenta años eran el pilar de la sociedad. Con poco más de cincuenta se padecía una salud ya en precario y franca decadencia, con un aspecto de vejestorios y con la generalizada sensación de que sus vidas acababan. Con sus hijos ya criados, a lo más que podían aspirar era a ser el eje sobre el que orbitaba el núcleo familiar y a reconocimientos de índole pre-póstuma en lo profesional. Su postura vital era desinteresada. Dejaban de vivir ellos para vivir a través de sus hijos. Sin embargo, la mejora de la medicina, la transformación de los valores, los medios económicos –el tan cacareado estado del bienestar– y la revolución tecnológica han provocado que, de pronto, hoy a los cincuenta, nuestros ciudadanos se encuentran libres de las penosas cargas que suponen criar una familia, económicamente independientes la mayoría de las mujeres, con acceso a una enorme información, como jamás antes la tuvo la Humanidad, con una esperanza de vida que ronda los treinta años, veinte de los cuales, de gran calidad y, en general, con un tiempo libre del que nuestros antepasados jamás dispusieron.
Y ello ha provocado la explosión, por primera vez en la Historia, en una generación madura del Carpe Diem. Nuestros cincuentones y sesentones (entre los que me encuentro), educados bajo una sociedad moral y restrictiva que los jóvenes de hoy ni se pueden imaginar, se han lanzado a un frenético, despreocupado y masivo Carpe Diem. Tienen medios económicos, tienen salud, tienen ganas de tomarse la revancha y el mundo ha borrado del horizonte todas aquellas trabas morales que les atenazaron en su juventud. Si a los cincuenta los hombres comenzaban a padecer una creciente impotencia que los incapacitaba en la cama, gracias a las píldoras azules, en este momento mantienen un vigor sexual que les permite afrontar con garantías sus erecciones hasta los setenta ¿y más? Las mujeres, cuyo cuerpo se desmoronaba tras la menopausia, ahora lo mantienen en perfecto estado gracias a las hormonas, el botox y demás cirugías plástica. Nuestros cincuentones, sesentones y setentones ahora viajan, follan, bailan, comen y gastan como si no hubiera un mañana. Y eso, a pesar de que, precisamente, a su edad, jamás hubo tantas posibilidades de que ese mañana sí llegue.
Y me pregunto. ¿Cómo va a terminar esto? A pesar de las preocupaciones políticamente correctas sobre la contaminación, el abuso del consumo de recursos, el hambre y la pobreza, nuestros maduros conciudadanos –al igual que el resto de la población en este aspecto–, se preocupan mucho de estas cosas en las tertulias, pero en sus actos se comportan con un desprecio absoluto sobre todos esos asuntos. Y sí, en sus cabezas ocupa mucho más tiempo el cómo agotar sus posibilidades de diversión o el puntual último caso mediático, que esos temas de verdadera trascendencia o una guerra civil como la Siria que lleva siete años asolando el país. Es el egoísmo en su absoluta expresión. No sucede en muchos casos, pero viendo como terminan los rostros cincelados hasta la deformación de algunas de estas ancianas, creo que bastantes van a terminar como propias caricaturas de su imagen de juventud y con una pérdida completa de moral. Y me temo que, como siempre, terminará con la muerte. Pero será una muerte más aterradora aún que lo que era antes.