Leo en alguna parte que recuperar el prestigio de la verdad constituye el primer deber de la democracia, el más urgente si queremos restaurar la confianza en las instituciones, la clase política y los medios. Recuperar la verdad y no esconderse detrás del silencio o de un muro de mentiras. Explicar por ejemplo por qué no pueden subir las pensiones con la inflación o cuáles son los efectos reales- positivos y negativos- de la globalización. Explicar tal vez (dudo mucho de la fórmula a emplear antes de escribir esto, pues alguien saldrá ofendido) que las leyes deben modular los actos de soberanía política pero no sustituirlos. Explicar que cada decisión pública tiene costes asumidos y que es ridículo y poco práctico dejarse llevar por las emociones. Explicar sencillamente que es la verdad la que salva a la democracia, y no las fotos trucadas, los bulos y la engañosa realidad de las redes sociales, que es el mejor nido para empollar una objetividad que desdibuja sus contornos. Humo y espejos, como dicen los ingleses.
A principios de los años 30, en su correspondencia privada Ersnt Jünger observaba que lo propio de la modernidad no es tanto una crisis diluyente de la verdad, sino la evidente disolución del mal, que como un perfume sutil y a la vez penetrante, impregna a las distintas capas de la sociedad. Kafka, por su parte, nos recuerda que nadie es inocente, sobre todo si uno cuenta a su favor con el poder de acusar. Cuando lo importante pasa desapercibido, llega Hannahn Arendt con su novedosa definición del totalitarismo: un mundo ideológico donde ya no queda clara la diferencia entre realidad y ficción, verdad y mentira. En clave posmoderna, la narrativa, es decir, el relato con el que nos envolvemos, resulta más importante que la realidad misma.
Sigo leyendo el magnífico artículo sobre la crisis de la verdad y el autor me recuerda que si aceptamos que la literatura y el arte han hecho más por los derechos del hombre que la filosofía y la política, tampoco debemos olvidar que el oficio literario consiste básicamente en contar una verdad con herramientas de ficción. Luego habla de Solzhentzyn, pero los nobeles rusos me pillan muy lejos. Y también la caja de herramientas.
Volviendo la vista a nuestra realidad más cercana, ¿Cuántas mentiras se propagaron semanas antes del Brexit? ¿Cuántas se han utilizado tratando de tapar el pestazo de las actividades de los políticos corruptos? ¿Cuántas trolas intentan colarnos los movimientos antisistema en un intento por romper las costuras de la democracia? ¿Cuántas utilizan para trufar su discurso los eternos victimistas? Dejo ahí los interrogantes, y que cada uno saque sus propias conclusiones.