I Cinérea
Són uns morts llunyans,/cansats de fer de morts.
(Son unos muertos muy lejanos,/cansados de hacer de muertos).
«Una història» («Una historia»), de No era lluny ni difícil (No estaba lejos, no era difícil): Joan Margarit.
Por las esquinas de las sábanas
el tráfico insensato
hasta tu cuerpo es un puente
cargado de caricias.
De La locura del mar por tus labios
*
Las ausencias golpean febriles,
no caben en la frente,
ortigas que escuecen como arrugas
y crecen fuera de sus límites,
entre formas tímidas y oscuras madreselvas.
Desde muy lejos ha llegado la noche,
cansada de estar tan insomne,
cuando es el momento de no tener
futuro, ahora que la ceniza
es solo el descanso inútil.
Me abrazo a ti, desesperado
por esta infamia del Tiempo,
por este dolor de cenizas,
que la humedad entre los cristales
desciende granizando un rato
como lascas de mojado acero,
amargamente dulces.
Mides el tamaño de la tristeza
por andenes, por los besos apagados,
con la fatiga del dolor tras sus rincones,
por ese miedo en las sienes que se despereza
y se levanta grabando en su piel:
Aquellos jazmines de la Lengua
que escribían sus silencios antes
del Juicio Universal.
El delirio oscurecido de los lirios
respira límites insensatos:
cuando ha venido todo el frío de golpe,
cuando no me cabe ya tanto sin ti,
cuando me hayan dicho las piedras
que estoy a su lado, y es el tuyo,
cuando de lino bayal se tejan mis fibras
y me duela la humedad hasta tiritar de abrazos,
cuando sepa cantar, junto a ti, y contar un cuento.
Entonces, no después, me iré con mi losa a cuestas
hasta encontrar la verde soledad del agua,
y diluirme, desleírme, desleerme
por la página en blanco de las caricias,
saber a ti despacio, quizá a la letra de tus palabras,
a tus gafas, a tu punto de cruz sin atajos,
a tu butaca tan lejana como llena de rincones.
Lleno de rincones me hallo, como quien no quiere la casa,
cuando te has ido a vivir a otro jardín por donde te asomas
tan tímida como tus moderadas manos,
tan insegura de tus nervios como mis silencios,
hasta encontrarnos en la huerta de tus primeros ojos,
tras la esquina de los besos,
donde nos alojamos alejados, en la hoja
de hace tantos años, que me vienen a la cabeza
como tardes caídas que se recogen del suelo,
penosamente, con dolor de espalda y de tus huesos,
osteoporosis de la memoria sin remite.
Haz arrepentirme del dolor de la piedra
y vamos a sentarnos a ver el Tiempo, cogidos
de las palabras, encogidos por el frío,
apaciguados por los besos
en el fondo de la almohada aparcados,
doblados con el olor del aire,
sin el hueco de este dolor de lejanías
que me aproxima y se acecha
por las médulas de los años hasta hacerse impasible,
cansados de hacer de muertos como ya estáis.
Y entonces, la llaga del silencio de tu foto
me rompe en pedazos, y el miedo me crece
como un ciprés que avasalla en altura,
y recuerda su última copa,
allá, en el mismo fondo del vaso,
en lo alto del vértigo,
hasta caerme frágil
y quedar de rodillas junto al níspero.
Tal vez cuente jazmines, o caléndulas, o besos,
o los días que me aguarden hasta llegar a este frío de la piedra:
Y aprenderme el idioma de los muertos para hablarte,
antes del Juicio Universal,
abrasados ceniza con cenizas
y a nuestras cenizas abrazados.