¿Dónde acaba un sueño? ¿Acaso, en esa rosa roja que se marchita en un jarrón, ajena al tiempo que transcurre? ¿O, tal vez, en el misterio de la sonrisa de un viejo en la fotografía que amarillea en la pared? Un sueño, mi sueño, es responder a esas y a otras muchas preguntas que niega la realidad. Y, en él, pregunto al pálido modelo de un anónimo pincel. ¿Por qué esa tristeza en tu mirada? Y confiesa la prostituta que ha eludido el frío de la calle y posado desnuda a cambio de un caldo caliente y dos copas de absenta. Y sufre la rosa, lágrimas inútiles en sus pétalos, que caerán, despacio, cuando a su tallo cercenado le hastíe beber del agua pestilente del florero. La sonrisa del anciano ilumina una mirada muerta, muerta ya. Todo su futuro es un marco de madera carcomida. Despierto. Inacabada mi quimera. Quiero saber más. Pero sé que ello es imposible hasta que la niebla del sopor difumine de nuevo mi cerebro. Porque sé que es imposible soñar despierto, me planteo nuevos enigmas. Las respuestas están incompletas. Las rosas muertas son un tributo al viejo que sonríe en la fotografía. La muerte homenajea a la muerte. Al autor de los trazos temblorosos del desnudo blanco que cuelga en la pared. Plusvalía del deceso. Y los ojos de la mujer del cuadro me cuentan su triste pasado y me invitan a penetrar en el lienzo para ser testigo de la escena, bohemia destartalada en la fría buhardilla. La mujer tiembla, desnudo objetivo de la mirada obscena del pintor que compone con manos ávidas su postura incierta y desabrida. Sólo sus ojos denuncian el miedo. La absenta quema aún en su garganta y se abandona, casi ausente ya, a los pinceles que perfilan su cuerpo luminoso. El artista elige, febril, los colores. Casi tiembla la paleta en su mano. Los trazos son firmes. La modelo es Cenicienta y pronto será medianoche. No queda tiempo para atrapar las texturas de la piel. El gesto de renuncia. Siento que sobro en la escena, onírico voyeur. Y regreso a mi realidad, al sueño inconcluso de las rosas marchitas, de las sonrisas enmarcadas y sin significado y a la triste mirada de la modelo anónima, que empeñó su belleza para dar color a una pared blanca.