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ISSN 1989-4163

NUMERO 83 - MAYO 2017

Cerca, Lejos, Rigor

Inés Matute

Resulta cuanto menos chocante ojear periódicos generalistas, prensa económica especializada -“Expansión”, sin ir más lejos- revistas culturales y suplementos de todo tipo y encontrarse con un artículo que por uno u otro motivo hace alusión a “Patria”, la magnífica novela de Fernando Aramburu que también nosotros elogiamos en el momento de su publicación. Ignoro si será debido a un raro efecto contagio o si loar al triunfador es parte tácita de las reglas del juego. Con todo, no puedo por menos que reflexionar sobre la necesaria lejanía que reviste a la objetividad como una segunda piel. Estar físicamente alejado del lugar de la noticia sin perder del todo el acceso a la información es garantía de ecuanimidad. Si a ello se le añade una memoria de elefante para poder cotejar y relativizar los hechos, tanto mejor.

Esta lejanía física explicaría, por ejemplo, la precisión en el análisis y el merecido éxito de “Patria”, escrita y concebida en Alemania, y cuyas más de 600 páginas sobre las consecuencias sociales del terrorismo etarra se condensan en imágenes que nos siguen persiguiendo mucho después de haber devuelvo el libro a su estante y de haber comenzado la lectura de otro ejemplar. En mi caso, “Antigua Luz”, la magnífica novela de John Banville, un nabokoviano juego de espejos deformantes y memoria inventada, que convierte al autor en uno de los mejores escritores contemporáneos en lengua inglesa. Por algo consiguió el premio Príncipe de Asturias de las letras en el año 2014, entre otros galardones de relumbrón.

Esa misma lejanía es la que me obliga a viajar por el continente cada vez con mayor frecuencia, y desde allí -Roma, Praga, Budapest, Lisboa- volver la vista al terruño, llamado “sa roqueta” por los lugareños, para constatar que desde fuera las cosas se ven muy distintas, y que lo que a vista de pájaro es relativamente grande, a vista de avión se diluye. Salir pues para tomar distancia, escuchar historias nuevas, participar de otros acentos y otras músicas, probar platos con los que no estoy familiarizada y sorprenderme con arquitecturas futuristas o ruinas memorables. Sospecho que las cosas siempre fueron así, canijas y prescindibles en las distancias largas, insulsas quizás, aunque también es posible que con la edad haya cambiado mi percepción. 

Mallorca, tan turística y cosmopolita, tan diversa y adictiva, con no poca frecuencia se encanija en el pensamiento único, la cultura oficial, el gregarismo y la paranoia social. Parece ser que, como no nos basta con el folklore local, tenemos que recurrir al tic catalanista para engrandecernos y dotarnos de mayor visibilidad. Ser conocidos en medio mundo -eso sí, por nuestras playas y cachondeo all inclusive- no es suficiente. Y como no lo es, bien que se cuidarán nuestros politiquillos locales de cebar esta avidez expansiva con reclamos absurdos y demandas extemporáneas, lo que da lugar a no pocos malentendidos, decepciones y estigmas. Pero no quiero seguir por aquí. Que comente otro que para ejercer la medicina en las islas es necesario hablar catalán. Que a los jardineros también se les exige y que con el paso del tiempo, hasta a los mudos se les exigirá.

Vivir en el puñetero paraíso debería bastar. Pero como no lo es, conviene asomar el morro fuera, ver, contrastar, comparar… para finalmente darnos cuenta de que El Edén sólo es un Edencito de andar por casa, sólo uno más. Esa “Patria” que cada uno lleva muy adentro y que ilumina con una “Antigua luz”.

Cerca, lejos, rigor

 

 

 

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