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ISSN 1989-4163

NUMERO 83 - MAYO 2017

Lo que Damos por Sentado

Cristina Casaoliva

Vivimos indefectiblemente una versión edulcorada de la vida, aquella en la que los avatares del destino nos ha ido situando, en la que nos acomodamos. Nuestro entorno se convierte en un bienestar que creemos permanente y que nos permeabiliza ante las carencias circundantes, las alarmantes irregularidades y ante las grabes fatalidades en las que viven muchos de nuestros coetáneos. Ya que nuestro prisma es invariablemente subjetivo y la premisa base son los parámetros de nuestra propia existencia edulcorada, artificial, almibarada.

Para ponernos en situación, una pareja tipo, tú, yo, no importa, acostumbrada a su habitualidad sin considerarse afortunada. Te levantas en tu dúplex, tus pies caminan sobre el suelo de parquet que ha vestido el suelo de todas las viviendas en las que has habitado como si de un uniforme se tratara. En verano te bañas en la piscina comunitaria lamentando su escaso tamaño. Subes la compra en el ascensor directamente desde el aparcamiento privado del bloque donde has aparcado tu turismo , mientras comentas que deberíais cambiarlo. Los niños protestan porqué para merendar no les apetece ninguno de los 4 tipos de galletas, los dos de barritas de cereales y las diversas frutas que les ofreces, mientras miran una de las últimas películas de Disney en la televisión por cable. Al día siguiente después de comer con una amiga en un restaurante de moda acudes a una revisión médica a través de la mutua de salud, ya que la tienes, compras un par de zapatos y aquel centro de mesa tan mono que hace un mes que miras desde el escaparate, es algo caro, de madera de palisandro pero merece la pena y te relaja el estrés, después sales corriendo a recoger a los niños de las diversas extraescolares, saltándote la clase de Pilates y cambiando la hora de la peluquería, la tarde no da para más.

De pronto ya sea por  avatares de la vida, por caprichos del destino, desacuerdos con el azar o giros de la suerte, la existencia te da un revés uno de esos que se escapan a cualquier acto de previsión por tu parte, uno que te engulle y te devuelve junto a la plebe a la que ignorabas, imbuida en tu permeabilidad de segura comodidad, te desgarra ese cuadro privilegiado a lo que tu llamabas vida normal y te zambulle en una cotidianeidad de carencias y desesperanzas, te obliga a nadar entre quebraderos, a andar falto de recursos, te aísla y te hace objeto de la invisibilidad con que los miles de afortunados que no saben que lo son miran al desahuciado desde sus vidas privilegiadas, acaso sin formar parte del mismo mundo, coexistiendo en realidades distintas.

De pronto tu alacena de desnuda de nombres propios  y se viste de marcas blancas. A días simplemente se desnuda y se vacía sin reposición de existencias. Ateniéndote a tu nueva realidad, no tienes dinero. Los niños que rebullían de descontento ante clases diversas de galletas para elegir, pasan la tarde con un trozo de pan de ayer, no quedan galletas de tipo alguno. Están viendo por enésima vez la película siete novias para siete hermanos ya  no hay televisión por cable, ni tan siquiera televisión pública ya que el aparato de televisión que os queda no tiene decodificador y no puedes invertir los 20€ que cuesta comprar uno.

Desprovistos de los ingresos que regalaban nuestra existencia, vas desnudando tu vida de artículos y tu alma de prejuicios. Vendes y empeñas tus joyas y tu orgullo, con el paso de los meses te despides inclusive de tu alianza y aprendes que aquellos objetos vitales antaño, ahora son sólo objetos que una vez amaste. Descubres que amar, sólo amas a los tuyos, tus hijos,  tu marido, tus padres, hermano, con suerte tus verdaderos amigos. Aprendes a despedirte de todo lo que conformaba tu vida, te alejas del dúplex a golpe de desahucio. Conduces tu vehículo con el seguro vencido por falta de pago. Las cuotas de tus préstamos se acumulan indefectiblemente.

Acuestas a tus hijos una noche a la luz de las linternas jugando a las acampadas tras un corte de suministro por impago. Te haces asidua a los salas de espera  de bienestar social, a las tardes en los parques, a los paseos por calle, a las ofertas y cupones. Las ayudas  no llegan. Las deudas crecen, las esperanzas menguan. El cansancio emocional supera con mucho al físico. La nueva vivienda no tiene ascensor, ni viste de madera, sólo tiene un baño con media bañera, es muy antiguo y sin embargo, los abrazos saben a miel igual que siempre sino más. Los pequeños juegan en los viejos suelos de gres con su nueva colección de piedras del parque, con la misma alegría que si estrenaran juguetes en suelos de madera noble.  El mundo gira a nuestro alrededor excluyéndonos de su órbita mientras nosotros nos encontramos en el corazón del otro mientras el resto permeabilizados en sus acomodadas vidas siguen haciendo escapadas a Euro Disney, salidas para hacer rafting, pasan días  de compras, tardes de cine…. Todo inalcanzable. Te despides de la peluquería, las clases de Pilatesy aceptas bolsas de ropa usada y lo haces sin acritud sabedora del tesoro que habita en tu hogar, conocedora del privilegio de la sonrisa de tus niños y orgullosa de una relación que lucha unida ante el infortunio. Sintiendo cierta tristeza por esa gran masa de ciegos sociales, que viven ajenos a sus privilegios y al eje de sus corazones, anhelando claro está algo de despreocupada comodidad, vinculada ya por siempre a tus semejantes, a la realidad y a la esencia de la vida.
Al final empiezas a descartar aquel atributo tan loado que es la sinceridad, para aprender el arte de la poco aclamada hipocresía. La misma que mantiene intactos los lazos sociales. Aprendes a sonreír tras las lágrimas, a no salir alegando que de un tiempo a esta parte estás muy casera, mientras rezas por el fin de la pesadilla.

Lo cierto es que a menudo lo damos todo por sentado. El futbol de pago, las cenas románticas, los regalos caros, la ropa que estrenamos. Pero la vida a veces borra todo de un plumazo, sin distinciones, sin favoritismos, te arrastra en su vorágine.

Damos por sentado poder adquirir alimentos siempre que se requieran. Y otro sin fin de pequeños lujos. Nadie adivina la tristeza en tu mirada y la desesperación deja paso a la resignación, a la aceptación y abre una ventana a la sonrisa.

Es cuestión de mirar con detenimiento, de cruzar las miradas con nuestros vecinos, de estar agradecidos por ese sin fin de lujos cotidianos que muchísimos vecinos no pueden disfrutar, aprender a encontrarnos en la mirada del otro.

 Empecemos a aplicar la palabra Solidaridad en nuestro día a día y no con un cheque desgravable para una campañanavideña en otro continente. Aquí hay personas de todos los orígenes y estadios sociales despojadas de todo, comodidades, lujos,dignidad, recuerdos. Arrimemos los hombros hasta encontrarnos y darnos apoyo, dándonos el espacio justo para tanta superficialidad, para tamaño materialismo, abramos los corazones para sentir más allá del capricho personal, del egocentrismo y la satisfacción inmediata.

Moldeemos la realidad que nos rodea hasta hacerla equitativa, justa, ecuánime, generosa. Trabajemos unidos desde la equidad hasta que podamos clamor orgullosos por la sociedad construida y los valores de vitales.

Dejemos de una vez de darlo todo por sentado.

Lo que damos por sentado

 

 

 

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