(Por el rastro de la Subbética)
El carmín de tus palabras en la orilla: Aquella tarde de jardines mojados de censuras
Nemoroso silencio: Nemo, Gonzalo Hidalgo Bayal
(Para Ramón y Marcos Asquerino Casas, con quienes viajé los días que antes no tuvimos)
***
Hablo con el nemoroso silencio a esta hora de la luna
y de la lluvia, que no cejan en desesperar humedades
por la frente de la ventana, vaho de tu montaña:
quebrada cueva El Pirulejo
adonde te exiliaste tras un cielo monótono.
Allá cerca, por el declive de la noche,
cuando el café silencia las pesadillas
y el aceite hace carreras verdes por el pan,
se encuentran tu silencio de amaneceres y tu voz
rota por el tabaco de la tarde.
Allá, cuando el gato asoma de canela sus reflejos
encima del techo de tu casa
-resignada a la resina del tiempo-
y se resbala y se cae de pie haciendo muelle con sus patas,
desesperando a la gravedad.
Te adivino imposible en la esquina verde y añil de tu casa,
por esa chimenea que dispara su frío hiriéndonos graves
con su sinsentido de nervios secos en la boca
mientras el sueño se ha metido en la cama
para abrigarnos bajo un espliego de lana.
La pesadilla se hace un ovillo para dormir,
como el gato de colores y del techo canela de tu casa,
como el cristal espectáculo del rocío salvaje,
como la fiebre que te va manoseando la frente enfrente de tu montaña
por cuyo lado subías y aún no te atosigaba el martirio del tabaco.
Por la ladera, ladridos de tus dos perras,
que salvaste de un fin prematuro y te acompañaron,
en morirse antes que tú empeñadas,
y mordían el aire de los matojos, anuncios de tu cueva,
para dormitar al sol las caricias que les dejabas puestas.
Hoy es la vuelta, les decías, y aullaban tu puerta,
acostumbradas a la tierna soledad del trébol.
Luego las dos, luego tú sola,
luego esa soledad de as en que me has abandonado
por este amanecer de amaneceres que es tu nemoroso silencio.
El techo donde gritan los abrojos,
encendido en desconchados ese farol,
las tejas sin carmín ni palabras ni orillas,
esas ventanas abiertas, supurando vacío
hasta la puerta por donde se deslizan las horas.
Llueve, hacen frío, humedad y ruinas
como un póquer herido entre días anegados,
y hecho el corazón de trampas
me siento ahogado en la casapuerta
por ese cielo sucio con aroma de desierto.
Y hoy, que es la vuelta a recordarte
sin poder seguir tus huellas de nemoroso silencio,
llorando, de lágrimas entero,
me dieron ganas de quedarme contigo allá, si no fuera por la humedad.
Expectativas de mis brazos es tu ausencia.
***
(El Tarajal: Priego y Córdoba; 18 al 22 de febrero de 2016)