Vamos a ver. ¿Qué es lo que tendría que hacer uno cuando una mujer en camisón crema marfil te suplica que la tires desde el balcón? Una mujer atractiva, como tallada en belleza clásica, que supongo bordó, dibujó y tocó el piano. La verdad, era difícil de actuar, pero... Lo primero que uno piensa es si existe el atenuante del amor aunque sea transitorio. Después en cualquier toxicidad complicada por un cambio climático mal asimilado. No sé. Vivimos en un mundo extraño. Se calienta la Tierra y seguimos teniendo frío.
Hay que aclarar que tengo un buen porte aunque nunca haya hecho deporte . Un poco de ojeras, pero unos bonitos ojos negros alquitranados tirando a antracita y varias fincas en Albacete pendientes de embargar. Sí. Soy vago. No me envidies. Si puedes, denúnciame.
El caso es que eran las nueve de la noche y yo estaba absorbido por las noticias del telediario para cerciorarme con vanidad malsana si habían capturado algún furtivo famoso en uno de mis cotos. Odio que maten a mis faisanes si los he criado yo. Quiero a todos los animales menos a las palomas y sus primas carnales las ratas. Lo cierto es que estaba apoltronado en el sofá número 6 de mi salón, atento a la pequeña pantalla cuando oí el interfono:
-¿Quién es?
-Soy Margarita, la de los bosques de Mayo. La que sufre y es capaz de amar de verdad.
-¿Llevas armas?- bostecé yo.
-Dos ganas de vivir y un camisón crema marfil. Aparte una licencia de caza. Pero para cazar con la mirada y sin repetición.
-Sube.
En ese breve lapso de tiempo retiré de la biblioteca Cómo abandonarse a los siete pecados capitales y La propaganda te persigue. No corras. Me sentí de momento desahogado y parapetado ante cualquier eventualidad. El tiempo me daría la razón. El espacio, la experiencia.
Margarita apareció radiante. Planeaba a ras de suelo, insinuándoseme a golpes de flequillo. Aterrizando su mirada en la oculta parte izquierda de mi batín de primavera de Mandolfa.
-¿Hola! ¿Me tienes miedo? - le saludé yo.
-No - contestó ella -. Es más, vengo para enamor
Los dos pasamos al salón.
Y además yo aparecí también radiante. Fumaba a cuatro bocanadas por segundo, insinuándome a ella a golpes de calada. Despegando mi mirada en la descubierta parte izquierda de su blusa, la parte que dice la verdad, toda la verdad incluida la que no existe.
-Verás - dijo ella. Llevo varios días vigilando tu casa, escoltándola desde primeros de Abril. Arrastrando las sillas municipales de Semana Santa para disimular el chorreteo y repiqueteo de mis ojos escrutando tu vida diaria...
-La verdad es que llegué aquí a Sevilla hace un par de meses. De todas maneras, no habrás reparado en mucho de particular que digamos.
-No me importa - dijo ella -. Me han asignado tu casa y en consecuencia, lo que hay dentro. Soy toda tuya y puedes recetarme. Hipnotízame, desnúdame, coleccióname y no me pagues. Yo soy tu premio inesperado.
Me quedé helado y me puse un batín de más abrigo. Batín de gélido invierno. Aquella hermosa y desconocida mujer se presentaba ante mí, intentando constituirse de mi propiedad. Portaba una pequeña maleta donde supuestamente llevaba el camisón crema marfil, la licencia de caza y la dos ganas de vivir, que seguro serían de marca. Quizás llevara más cosas, porque me garantizó que se quedaría el tiempo que hiciera falta, hasta cumplir su misión.
-Perdona, pero a mí siempre me han gustado las pelirrojas. Son más traicioneras - me salí yo por la tangente-. Además tengo que advertirte que soy bastante vago y...
-No me importa - volvió a replicar ella -. Además, ya estoy empezando a enamorarme de ti. ¿No ves cómo abro la boca? ¿No ves cómo he envejecido un poquito?
-Ya veo. Pero, ¿quién te envía? - pregunté yo.
-El Osado Círculo Internacional de Ojeadores, OCIO, con sede en La Roda. Y a mí me gusta mirar y ser mirada. ¿Puedo conocer tu nombre en el mismísimo instante que me ponga cómoda y me presente ante ti?
-Por supuesto. Cámbiate detrás del biombo de invitados.
Al cabo de unos minutos apareció acariciándose la melena con ese camisón crema marfil, con esos ojos como postales de Groenlandia. Inquietantes pero bellísimos. Me miró esperando mi respuesta.
-Me llamo Craso - dije boquiabierto y con los brazos más alargados de lo normal -. Y creo que a mí también me va a gustar mirar.
-Y ahora mándame. Ordéname. Exhórtame.
Me sobrepuse y dilatando las pestañas, le ordené que me recitara un fragmento de alguna saeta que se le hubiera sido dedicada al Jesús del Gran Poder:
Ojos grandes capitales,
¿qué hay de triste detrás de ellos?
Ojos grandes capitales,
quizá solo tengan miedo.
-Y ahora - añadí yo -. Coge las patas delanteras de mi cama y reinvéntame el fuego para mí. Vamos. Vamos.
Margarita obediente, se dirigió a mi dormitorio. Asió el cuchillo de los panes duros y amputó el apoyo de mi lecho. Avanzando con sus labios carnosos por el pasillo llegó hasta mí, que me encontraba en la hamaca número 23 del salón.
-Aquí están las dos patas. Ahora las frotaré como solo yo sé frotarlas.
Y el fuego purificador apareció anegando la estancia. Abrió el ventanal y el humo resucitó por la calle Sierpes, haciendo recapacitar a los trileros. Margarita tenía dos manos.
-Llámame esclava Margarita, ¡oh amo Craso, Dios guarde a usted por muchos meses sin r. ¿Alguna cosa más?
-Fuera formulismos innecesarios, Margarita. Descansa en la cocina, mientras me preparas medio kilo de puntillitas.
Yo entonces dormí. ¿Cuánto? ¿Por qué? ¿Cual sueño tuve? Nada especial. El que tenemos todos. El del barco que remonta el río, equidistanciándose de ambas riberas hasta llegar al poblado de los gitanos que nos reciben con sus pañuelos a lunares, para insinuarnos que compremos souvenires, los cuales regalaremos a los cirujanos que intervinieron nuestros corazones abiertos. Pero olvidémonos de anestesias pasadas y pisadas... Margarita emergió de entre el extractor de humos de la cocina:
-Tus puntillitas.
¡Cojones con los bosques de Mayo! Me trajo hasta la mayonesa de La Alicantina en la Plaza del Salvador.
-Margarita - me iba envalentonándome yo -. Háblame de ti.
-¿Qué versión quieres? - preguntó ella.
-Cualquiera que tenga fondo de guitarra española de doce cuerdas.
-Contigo da gusto cumplir mi misión Craso. Mira, nací aquí, en Sevilla, en las Siete Revueltas, pero me criaron en una finca de Albacete...
-¡Ah! ¡Albacete! - exclamé yo, complacido por la coincidencia.
-Sí. Albacete. La finca se llamaba La Cosa Nostra y desde pequeñita me dedicaba a abrir las jaulas de los faisanes para que los señoritos creyesen que estaban cazando..
-¿En plan safari mogambiano?
-Exacto. Mi padre fue del Círculo, es decir, ojeador. Murió hace cuatro años. Lo atropelló un tractor. La verdad es que no se apartó. ¡Cómo le gustaban los F-18! Cuando pasaban por la finca decía: "Estos serían buenos sementales para las hembras de faisán. Así, de una puta vez volarían como se debe volar. Volar de verdad... y se escaparían siempre"
Yo sufro de una enfermedad congénita de sosería. Pero las palabras esdrújulas, agudas y llanas,junto a la correcta ultilización de las tildes en hiatos, diptongos y triptongos de Margarita, me incitaban a idolatrarla, besarla y no perjudicarla. Aunque eso vendría después. Ahora, ella se hallaba copulada al micrófono en su boca, relatándome su parcial biografía. Todo lo que yo quisiera, ella lo haría sin rechistar.
-...y entonces volví a Sevilla. Una vez trasplantada , una se siente libre y lo único que desea es viajar y poder elegir. O que los demás elijan por ti. Bueno, lo cierto es que tú Craso, eres el elegido.
-Pídeme tú un deseo - le dije.
-Mis deseos son los tuyos.
-¿Me amas? - le pregunté yo desde mi sillón de agua número 17.
-Sí. Te amo y todo lo demás.
-Demuéstramelo - dije yo desafiante.
Margarita sacó entonces de su pequeña maleta una de sus dos ganas de vivir y cuidadosamente, sin mirar las instrucciones, la desplegó sobre el suelo. Era una gana de vivir estampada, plomo era su plumaje y chocolate su pelaje, rugosa, algo poco acolchada pero nueva, a estrenar, diría yo. Sobre los cuatro vértices depositó cuatro candelabros a modo de ritual primitivo y con su sonrisa de aventajada hija de ojeador me propuso:
-Písala. Revuélcate sobre ella; si quieres destrózala. El sentido de mi vida eres tú y quiero entregarme a ti. Esto demuestra que te amo y todo lo demás, ¿no? Te ofrezco una de mis ganas de mi vivir y puedes hacer lo que te plazca con ella.
No puedo desvelar si me sorprendí o no. El caso es que le dije a aquella morenaza de las dos piernas y los dos brazos, que quería probar la gana de vivir. Quizás inconscientemente, tasarla.
-Acuéstate Margarita.
-¿Quieres entrar en mí? ¿No es eso Craso?
-Sí.
-Me encanta servirte.
Hicimos el amor sobre la mullida gana de vivir. El cuerpo de Margarita se ondulaba con extremada precisión. Su piel salpicada por deliciosas pecas se erizaba acompasadamente aunque a tumba abierta. Y ella me miraba como solo pueden mirar las aves migratorias bebiendo su última agua de una piscifactoría irrigadora a su vez de invernaderos de tomate raf del Cabo de Gata.
-¿Qué tal la demostración?
-Margarita. Creo que me estoy enamorando de ti.
-¿Por qué?
-No sé. Porque sí, supongo.
En ese instante la todavía jadeante gana de vivir que sopesaba nuestros cuerpos, se desintegró y el frío helado y real de las juntas del suelo de mármol también crema marfil nos hizo volver al hilo de la conversación.
-No deberías haber dicho supongo - me recriminó sin recriminarme Margarita, con esa sonrisa de perenne Mayo -. Mi primera gana de vivir creo que se ha sentido ofendida y ahora la he perdido.
Yo me quedé callado, sin saber qué decirle. Me sentía culpable y le regalé un collar de besos auténticos, que ella aceptó a la primera como buena esclava que era.
-Te quiero Margarita. Vamos, seguro seguro.
Y Margarita me aplaudió cálidamente porque además de buena esclava eso era su misión.
Pasaron un par de semanas rociadas de entretenimientos, juegos de mesa, sofá y cama, de lectura de libros de tapas duras. Pero era el día 31. Mayo se escapaba y pude oír gemir a Margarita en nuestro dormitorio.
-¿Qué pasa? - le pregunté.
-Lee este telegrama. Es del Círculo.
SU MISION HA TERMINADO. STOP. REGRESE A LA MANCHA. STOP. LA VEDA DEL CONEJO VA A ABRIRSE EN BREVE. STOP. ¿A QUE JODE? STOP. ¿EH MARGARITA? STOP.
-Craso. ¡Craso de mis amoríos predestinados!. Ya puedo elegir por mí misma y sigo enamorada de ti. Pero tú no los conoces. El Osado Círculo es implacable. Prefiero morir a volver ahora a La Mancha.
Entonces fue cuando Margarita se abalanzó hacia el balcón.
-Tírame, Craso. Es lo único que te pido.
Me quedé mirándola fijamente durante unos instantes. Sus ojos ya no brillaban tanto como cuando me enseñó su licencia de caza. De todas maneras la captura, la hermosa y legítima captura estaba hecha. A mi mente volvió el día de su llegada, de su presentación y de otras cosas que acontecieron en esas semanas y que por mi condición de vago no tengo ganas de enumerar. Así pues, ¿quién era esclavo de quién? ¿Qué era lo que me paralizaba? Yo la amaba y tenía que salvarla. Con la garganta semi-seca, recorrí el pasillo de la manera más aerodinámica que pude y cogí su maleta. Atropelladamente, busqué de entre sus pertenencias. Allí estaba en un pequeño paquete plastificado que ponía frágil. Era su segunda gana de vivir y a pesar que mi solución no era nada ingeniosa, sí que podría dar resultado. La desplegué en el aire y con ella envolví rápidamente el cuerpo al pairo de Margarita.
-Gracias Craso, soy de lo más despistada. ¿Mira que no acordarme que todavía me quedaba una gana de vivir más? Vaya numerito. ¿Quieres que criemos algo?
-Por supuesto. Pero ya.