José María, Chema para los amigos, había labrado su cuerpo, sin buscarlo, en los moldes de la Grecia antigua, sin Gold Gym®, sin Bowflex®, sino trabajando en las labores manuales en la mansión de su padre adoptivo, Don Jesús Goicochea de Anda y Torres del Bosque.
Chemísimo perdió asus progenitores, trabajadores fieles de toda la vida, cuando tenía cuatro años, bajo circunstancia nunca aclaradas por Don Jesús: “¡Se murieron y ya!”, decía sin responder más. Pero Doña Carmen Martínez de Goicochea de Anda y Torres, esposa de Don Jesús, no permitió que al vástago lo enviaran al orfanatorio del Padre Cuellar; para decir claro y fuerte: se montó en su macho y de ahí nadie la movió: “Ni Dios lo consienta” le dijo a su marido, y después de un largo y acalorado intercambio, terminó diciendo, “…por eso, por tu propia conveniencia, adóptalo y prometo no hablar más del asunto”. Y así quedó.
Los primeros años de Chemón transcurrieron en sube y bajas, con la única protección de Doña Carmen y el desdén de Don Jesús, con la amistad infantil de Roberto Goicochea de Anda y Torres Martínez que era de su edad y el desprecio de las mellizas Ariana y Jazmín Goicochea de Anda y Torres Martínez, cinco años mayores que ellos. Roberto y Chemizales jugaron cuando y cuanto pudieron juntos, limitados más por el trabajo del último en el mantenimiento de los jardines de la mansión, que por la falta de tiempo del primero.
Ahora ya todo era diferente. Roberto, profesionista egresado de Harvard, invertía todo su tiempo al buen manejo de los grandes negocios de la familia Goicochea de Anda y Torres—Martínez, y a Chemiski no lo invitaba ni a tomarse un vaso de agua de jamaica.
Un día parecido a todos los demás, Don Jesús, quizá aburrido y agotado por el no hacer nada, le dijo a Chemaoídos que se subiera al Volvo® con él. Doña Carmen miró aquello con desconfianza, pero no dijo nada; ni oportunidad tuvo. Ya en el Country Club, Don Jesús se vio obligado a usar de todo su poder financiero para que permitieran a Chemanada jugar los 18 hoyos de golf, distribuidos en el bien cuidado e importado pasto de la inmensa propiedad del club.
El resultado (86 palos contra 127) a nadie sorprendió, lo que sí sorprendió fue la saña con que Don Jesús humilló al Chemipobre, convenciendo a todos que la invitación e insistencia en que lo dejaran ingresar a jugar al club había sido una forma más de mostrar su desprecio por él.
Sin embargo, Chemasuper no se dejó bajar los ánimos: para la siguiente invitación, Don Jesús también congregó a un círculo de amigos, lo más granado, la crema más rancia y rica de la ciudad para que los acompañaran en un juego de apuesta (15,000 dolarines por cabeza). Claro Chemapaupérrimo no tenía ni para pagar el colectivo, así que Don Jesús sufragó los gastos para que nos se dijera que no le sobraba el dinero, y también confiando en que lo recuperaría de una forma u otra; los demás creyeron que era el precio de la humillación futura para Chematonto. Pero Chemabusado puso una condición: cambiaría las reglas del juego sin dejar de usar todos los elementos requeridos, desde el go-cart hasta la pelota dura. Todos, sin medir consecuencias, aceptaron el reto gustosos y hasta divertidos por las ocurrencias del Chemaindígena.
Llegado el momento, en el primer hoyo, Chemaenprendedor les explicó el resto de las reglas de un juego al que se habían comprometido sin conocer: 1) los palos se usarían para formar una valla o línea limitante; 2) la pelota se lanzaría con la mano, desde atrás de la línea de palos, en cualquier estilo, pero sin golpearla con alguno de los palos; 3) Para meter la pelota en el hoyo, si la pelota se encontraba en el área limitada por el fino pasto alrededor del hoyo, el jugador/a trataría de introducirla usándola como si fuera canica (marble le dicen los gringos) a la manera del juego de chollita que los infantes (antes de que inventaran tanto juego electrónico) manejaban; nada de usar puts; 4) El ganador sería el que utilizara menos turnos para introducir la bola en los 18 hoyos.
Después de semejante aberración contra el bien educado, blanco y caro deporte del usurpador Tigre Maderas y sus amigos, todos se quedaron boquiabiertos y listos para darle a Chemaloco una tunda sin misericordia. Pero la alcurnia de Don Mateo Green López pudo más y con voz de locutor de CBS les dijo “Estimados amigos: nuestro honor está de por medio y nos comprometimos a aceptar el juego y así lo haremos, cumpliendo como los hombres de provecho que somos”.
Así es como verdaderamente surgió el ahora famosísimo y popularísimo deporte, regocijo de las multitudes, del handgolf o manigolf. Ese día Chemabusiness se embolsó más de 150,000 de los que dicen “In God We Trust”.