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ISSN 1989-4163

NUMERO 73 - MAYO 2016

Parábola del Friqui

Francisco Gómez

 

     

Creía que lo sabía todo de él. Sus comienzos titubeantes en el mundo de la música. Su desviación inicial del trabajo para dedicarse a componer canciones y más tarde cantarlas él mismo. Letras enteras que sabía de memoria y podía tararearlas en su corazón como las clásicas: “Y como es él”, “Celos de mi guitarra”, “Tú como yo” o “Un velero llamado libertad”.

Hablaban de amor a una mujer a quien dedicó su vida en el empeño y aún hoy, muchas primaveras después, seguía guardando idéntica devoción. Una vivencia interna que el paso de los años no había contaminado de rutina o impudicia. Hablaban de creer, a pesar de todo, en un mundo mejor donde el puente al otro, tu hermano, fuese la sonrisa y el beso. Sus canciones hablaban de valores humanos en un mundo y unos semejantes que parecían ir perdiéndolos.

Las letras de sus canciones hablaban de sentimientos intemporales: amor y su reverso el desamor, o peor, el amor no correspondido, libertad, paz, respeto, crítica social. Deseos nobles en un mundo bandido donde ser puro, sincero y friqui era moneda de risa. Recordaba uno de sus temas: “El loco”, que decía algo así como: “Dice que la mañana es la noche y la noche la mañana, que su guitarra es su mujer y la acaricia dulcemente mientras el mundo pasa junto a él, indiferente”.

Aguardaba con expectación desmedida el próximo trabajo de su referente y cuando salía a la calle, corría a comprarlo y escucharlo con pasión de devoto. Escuchaba con suma atención cada una de las composiciones, cada una de las palabras que daban sentido a la canción y buscaba saber qué nuevo mensaje quería transmitirle su cantante, que nuevas ideas entrarían a formar parte de su universo de significados.

Se reían de él y a él se la sudaba. Más friquis serían los nacionalistas que perdían el culo por una bandera, un himno y una lengua y rechazaban lo demás como si no importara o existiera. Megafriquis se le antojaban los hinchas de un equipo de fútbol que se hincaban en el pecho o en las nalgas el tótem de la insignia de su club. Hiperfriquis, los fanáticos de una serie de televisión o de las pelis de Yanquilandia, o los adictos al trabajo o las beatas seguidoras de un modisto, una pasarela o del famosillo/a de turno en las ondas hertzianas y el papel couché.

Él, al menos, era un friqui con dignidad y buenos sentimientos, de canciones con las que se identificaba y le recordaban pasajes de su vida, de amor y desamor, de paz y anhelos interminables de libertad. Friqui, sí, hasta el final. A mucha honra.

 



 

 

Parábola del friqui

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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